Puñetazo

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Ya Igor me confirmó para irnos al cine hoy a las cinco de la tarde, y ya son más de las cuatro y nadie llega. Solo soy yo esperándolos, como siempre.

Veo a las personas caminar al lado mío mientras busco con la mirada a uno de los chicos, pero nadie aparece. Ya cansada, decido caminar mejor, no quiero quedarme ahí como una loca parada sin hacer nada. No quiero pasar vergüenza, no quiero que la gente me vea como si no tuviera a nadie.

Nunca me gustó llegar tarde, aunque siempre dicen que lo mejor siempre llega tarde. Pero sé que eso es solo una excusa para no reconocer que hacer esperar a los demás es de mala educación. Yo siempre prefiero llegar con tiempo de sobra, para pasear un rato, para despejarme.

Solo necesito salir, olvidar todo lo que me pesa, actuar como si nada estuviera pasando. Quiero volver a esos tiempos en los que solo me importaba hacer bromas con mis amigos, en los que nada parecía tan complicado. No sé qué me espera, pero solo quiero que todo vuelva a ser como antes.

Como si me hubieran escuchado, alguien me toca el hombro. Mi cuerpo reacciona de forma automática, me giro para ver quién es.

¡Siempre los hombres tienen que ser más altos que yo! Odio eso, pero no tanto, porque cuando me abrazan, nadie me ve. Y eso es algo bueno, porque me puedo esconder un poco.

—Hola, Castroso —lo saludo, sonriendo mientras lo miro. A pesar de su cara de pocos amigos, siempre me ha sacado una sonrisa.

Ricardo, o Castro, como le decimos, es de esos tipos serios, de mirada fría y postura recta, pero cuando se deja llevar, la pasa mejor que nadie. Lo conozco desde siempre, y aunque siempre me lo niega, sé que algo más que amistad siente por mí. Es raro cómo me trata, tan dulce solo conmigo, pero con los demás... es todo un misterio.

—Hola, enana —me dice, tocándome el cabello, y siento que me hierve la sangre. Detesto cuando me lo toca.

—¡Ya, ya no me lo toques! —le respondo, poniéndome de mal humor al instante. No sé por qué me molesta tanto, pero siempre lo hace, y él lo sabe.

—No te pongas brava, chihuahua —responde, con su eterna sonrisa burlona. Lo odio y lo quiero al mismo tiempo.

—Eres un... —empiezo a decir, pero me interrumpe.

—Ya sé, ya sé, pero te quiero igual —dice con esa risa que me hace querer golpearlo, pero no puedo evitar sonreír.

Mi cara de enojo dura poco. Es imposible enojarme con él, aunque me moleste un montón. Es de esos chicos que, aunque te sacan de quicio, te hacen sentir que todo está bien.

—¿Sabes? —dice de repente, y sus ojos se suavizan, como si hablara de algo importante. —Tú y yo nunca vamos a cambiar. Aunque el mundo sí lo haga.

Esas palabras me pillan desprevenida. ¿Por qué dice eso ahora?

—¿A qué te refieres? —pregunto, frunciendo el ceño.

Él sonríe, como si estuviera viendo algo que yo no.

—Nada —dice, volviendo a su tono habitual—. Vamos al cine antes de que te sigas haciendo la drama queen.

Lo miro un segundo. Ese cambio de actitud. Algo se siente raro, pero lo dejo pasar.

—Sí, sí, vamos, basta de tanto drama —respondo, queriendo dejar ese mal rollo atrás. Me giro, y lo sigo al cine, sin dejar de pensar en lo raro que fue todo esto.

Al menos, por ahora, puedo olvidarme de todo. Solo quiero disfrutar, aunque sea por un rato.

Al menos, por ahora, puedo olvidarme de todo. Solo quiero disfrutar, aunque sea por un rato.

Detras de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora