Grave error

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Caminaba por el inmenso bosque, dejando que mis ojos exploraran cada rincón de aquel lugar mágico.

Qué bello.

Ese pensamiento resonaba en mi mente mientras contemplaba el paisaje. Cada hoja parecía una obra de arte, vestida con tonos verdes y naranjas que anunciaban la llegada de la primavera. Caían con una delicadeza casi teatral, alfombrando el suelo, mientras los rayos dorados del sol que se ocultaba delineaban los troncos de los árboles, sumiéndolo todo en una calma etérea. A medida que la oscuridad se apoderaba del cielo, las sombras de la luna tejían un nuevo mundo a nuestro alrededor.

El murmullo sereno de un lago cercano, mezclado con el canto de los pájaros que regresaban a sus nidos, creaba una paz incomparable. Podía sentir cómo el estrés de la ciudad comenzaba a disiparse... hasta que la voz de mi hermana rompió la armonía.

—¡Aria! ¿Me puedes dar la mano? Me voy a caer, hay muchas ramas. —Su tono era un híbrido de súplica, queja y esa autoridad infantil que a veces parecía sacada de un libro de malos consejos.

Suspiré, girándome para verla. Iraide caminaba detrás de mí, con pasos torpes, mirando el suelo como si cada rama fuera un enemigo mortal.

—Si te caes, te levantas. No voy a darte la mano. Aprende a caminar sola. —Intenté sonar firme, pero mi tono dejó entrever una pizca de cansancio.

—Pero si tú siempre te tropiezas por cualquier cosa y ahí estás viva. —respondió, cruzándose de brazos con una mirada de "te tengo atrapada."

—Eso no tiene nada que ver —contesté, fingiendo no escuchar.

Iraide siempre había sido más pequeña que yo, aunque la diferencia de altura apenas era notable. Su actitud infantil y caprichosa a menudo me hacía perder la paciencia. Claro, solo tenía ocho años, pero era increíble cómo lograba convertir cualquier momento sereno en caos.

—Si me caigo, será tu culpa. —Su voz adquirió ese tono dramático que tanto detestaba.

Suspiré de nuevo. Cálmate, Aria. No dejes que te provoque.

Intenté ignorarla, pero cada palabra suya perforaba mi paciencia. Para mi desgracia, había insistido en acompañarme cuando salí de la cabaña. Mamá me obligó a llevarla, diciendo que no podía dejarla sola. Si no estuviera aquí, ya estaría disfrutando de la paz del lago.

Finalmente, el lago apareció ante mis ojos. La vista era impresionante. El agua cristalina reflejaba los últimos rayos del sol, creando destellos dorados. Me agaché para tocarla; el frío era reconfortante.

—Aria... —Iraide interrumpió mi momento de paz—. Si me tiro al lago y finjo que me ahogo, ¿me creerías?

—Depende. ¿Planeas tirarte de espaldas o de cabeza? —respondí sin mirarla, intentando no reír.

—De cabeza. Así será más dramático.

—Perfecto. Avísame cuando termines tu obra de teatro. —Puse los ojos en blanco mientras Iraide reía detrás de mí.

A pesar de sus bromas, no podía evitar quererla. Era molesta, sí, pero también era mi hermana. A veces nos reconciliábamos rápido, aunque su actitud volvía a molestarme al instante.

La tranquilidad del lago era hipnotizante. Los árboles, reflejados en la superficie, parecían bailar al compás de las suaves olas. Una brisa fresca acarició mi rostro, obligándome a cerrar los ojos por un momento.

Pero entonces lo sentí.

Una presencia.

Abrí los ojos de golpe, y la sensación se intensificó. Era como si alguien nos estuviera observando desde las sombras.

—¿Aria...? —La voz de Iraide sonaba diferente esta vez. Más suave, casi temblorosa.

Un crujido rompió el silencio, el sonido de una rama partiéndose detrás de nosotras. Me giré rápidamente, buscando con la mirada. Entre los árboles, una silueta oscura se movía, una sombra imposible de definir.

—¿Qué es eso? —susurró Iraide, aferrándose a mi brazo.

—No lo sé. Pero no me gusta.

La figura salió de su escondite con una velocidad inhumana. Antes de que pudiera reaccionar, se lanzó hacia Iraide, tomándola en brazos.

—¡Iraide! —grité, pero la criatura ya corría hacia lo profundo del bosque.

—¡Baja... ya... cerdo volador! —gritaba Iraide, agitando los brazos en un intento inútil de liberarse.

Corrí tras ella con todas mis fuerzas. El miedo y la adrenalina me impulsaban más allá de lo que creía posible. Sentía las ramas golpeándome el rostro, desgarrándome la piel, pero no me importaba. Solo podía pensar en mi hermana, gritando desesperada mientras la sombra se la llevaba.

—¡Ayúdame, Aria! —su voz se quebró, y mi corazón con ella.

De pronto, algo inexplicable ocurrió. Un portal, brillante y etéreo, se abrió entre los árboles. La criatura corría hacia él, zigzagueando con una velocidad imposible. Yo intenté alcanzarlos, pero mis piernas flaqueaban, mi respiración era un caos, y mis lágrimas nublaban mi visión.

Y entonces desaparecieron.

Caí al suelo, exhausta y derrotada. El portal se cerró, llevándose consigo a Iraide.

—Fue mi culpa... —susurré, mientras las lágrimas quemaban mis mejillas.

El peso de la culpa me aplastaba. Mi cuerpo temblaba, incapaz de procesar lo que acababa de suceder. Solo podía pensar en lo que podría haber hecho diferente.

"Por qué no le di la mano cuando me lo pidió."

Mi hermana estaba perdida, y yo no sabía cómo enfrentarme a esa realidad.

—¡Te lo dije! —imaginé su voz en mi mente, sarcástica y altanera. Y entonces me reí. Una risa amarga que no encajaba en ese momento.

"Si tan solo pudieras escucharme ahora, Iraide. Te prometo que te voy a encontrar."

Siento que me falta el aire, no respiro, mi cerebro no responde.

Como puedo estar viva ¡oh dios cómo estoy viva! Acabo de perder a mi hermanita por favor que alguien me despierte de esta terrible pesadilla.

Mis piernas no me aguantan del temblor y caigo causando que me acostara y me envolviera, no paro de llorar, solo pienso en sus recuerdos, pero... no se murió solo se fue, aunque... es muy poca la probabilidad de que esté viva.

No me puedo ilusionar mucho, aunque igual hay esperanza, su recuerdo y su cara pasan por mi mente incansablemente.

Por favor que esto sea una pesadilla

Quiero que todo sea como antes, solo quiero tenerla cerca, sé que puede que no regrese, pero aún hay probabilidades de que esté bien.

Porque a mí, por que a ella.

No me importa si me ensucio, pero solo quiero llorar para sentirme más aliviada, grito lloro y le pego al piso, pero nada resulta sigo sintiendo el peso de la culpa en mi pecho, que sube y baja rápidamente del llanto, pero... y mamá... ¿qué le digo a mamá?



Detras de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora