Amiga imaginaria

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La casa estaba en completo silencio.

Había pasado horas en la misma posición: sentada en una silla, con las piernas dobladas hacia un lado, los ojos clavados en un punto fijo de la pared. Mi mente no podía procesar lo que acababa de suceder, o más bien, lo que había desaparecido. Cada pensamiento daba vueltas como un torbellino, y cada vuelta dolía más que la anterior.

Iraide ya no estaba.

No había cómo explicarlo. La había visto desaparecer, llevada por algo... alguien. Pero el recuerdo era como humo: entre más lo intentaba agarrar, más se desvanecía. Y ahora, aquí estaba yo, rota y vacía, con mi corazón pesando como una piedra en el pecho.

Ni siquiera lloraba. Solo... existía.

De repente, el sonido de las llaves girando en la cerradura resonó por toda la casa. El clic de la puerta al abrirse y el eco de pasos en el pasillo me parecieron lejanos, casi irreales.

-¡Ya llegué! - escuché la voz de mamá, despreocupada como siempre. - Aria, amor, ¿cómo te fue hoy? Traje algo de comida.

No respondí. No tenía la fuerza.

Los pasos se acercaron, resonando cada vez más fuertes en las tablas del suelo. Finalmente, la figura de mamá apareció en el marco de la puerta. Su sonrisa habitual se desvaneció al ver mi rostro.

- Aria... - su voz tembló ligeramente. Dio un par de pasos hacia mí. - ¿Qué pasó? ¿Por qué estás así?

Sus palabras no me afectaron al principio. Pero cuando se inclinó frente a mí, colocando una mano en mi rodilla y otra en mi mejilla, algo en mí cedió. Las lágrimas comenzaron a fluir, silenciosas al principio, luego incontrolables.

- Mamá... Iraide... - mi voz salió rota.

- ¿Qué pasa con Iraide? - preguntó, alarmada.

- Se fue... - murmuré. - ¡Se la llevaron!

El rostro de mamá pasó de preocupado a algo que no entendí de inmediato. No era tristeza, tampoco miedo. Era más bien incredulidad.

- Aria... amor, escucha. - Su tono era calmado, casi demasiado calmado. - Tú no tienes hermana.

Su frase fue como un golpe físico. Me quedé paralizada, tratando de procesar lo que acababa de decir.

- ¿Qué...?

- Siempre has sido hija única - continuó, su voz dulce, como si temiera romperme aún más.

- ¡No! - grité, levantándome de un salto. - ¡Eso no es cierto! ¡Iraide es tu hija! ¡Mi hermana menor! ¿Cómo puedes decir que no existe?

Mamá retrocedió un paso, alarmada por mi repentino estallido.

- Aria, por favor, cálmate.

- ¡No me calmaré! - grité, con las lágrimas corriendo sin control. - ¿Cómo puedes olvidarla?¡Yo la vi! ¡Vi cómo se la llevaron!

La habitación parecía girar a mi alrededor. Sentía que iba a desmayarme en cualquier momento, pero el enojo y la desesperación me mantenían de pie.

Mamá se acercó lentamente, tratando de no asustarme más.

- Aria, escucha... - Su voz era suave, como si estuviera tratando de razonar con un niño pequeño. - Cuando eras más joven, solías hablar de una amiga imaginaria. Decías que era como una hermana para ti.

- ¡No era imaginaria! - le grité. - ¡Iraide era real! ¿Cómo puedes decir eso?

Corrí hacia la repisa debajo del televisor y tomé una de las fotos que teníamos ahí. Era mi favorita. Mi cumpleaños número siete. Yo estaba en el centro, sonriendo con los brazos alrededor de mamá y... de Iraide.

Detras de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora