No te conozco...

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Tres días después

Me encuentro llorando en mi cuarto, tirada en el piso. El resplandor del sol, que apenas empieza a salir, ilumina mi cabello y mi cuerpo, y mi rostro está hundido en mis piernas.

No he podido dormir ni un segundo, toda la noche he estado atormentada por la imagen de Iraide, su rostro no sale de mi mente. Y lo peor es pensar en mis ojos, mi cabello... todo lo que me hace diferente, como si algo en mí estuviera mal. El dolor es tan profundo que no sé si podré soportarlo mucho más. Quiero llorar hasta que no pueda más, hasta que todas las preguntas que me atormentan desaparezcan.

Desde lo de Iraide, mi mente no ha dejado de girar en círculos, acusándome a mí misma. Esa sensación de culpa, el recuerdo de su rostro... y las ganas de vengarme de quien se la haya llevado me consume. No puedo quedarme quieta, no puedo quedarme sentada sin hacer nada. No soy una persona que se deje arrastrar por la locura, pero esto... esto no lo puedo ignorar.

Es una mezcla de emociones: ira, tristeza, impotencia. Todo en un solo grito interno que me dice que no tengo control sobre nada.

Camino por la casa, sola, como un espectro. Apenas reconozco mi propio reflejo en los espejos. Mis pasos son lentos, como si el peso del mundo estuviera sobre mis hombros. Me siento mareada, como si estuviera flotando. Me siento como un fantasma.

Intento aguantar, pero mis emociones explotan de nuevo. Un llanto desconsolado me invade. Mi pecho duele como si me fuera a dar un ataque de ansiedad. Mi corazón late tan fuerte que parece que se me quiere escapar. Ya no puedo más. Mi cuerpo tiembla y la respiración se me corta.

Mi mamá está tan preocupada por mí. Ella no entiende qué me pasa. Yo ya no sé cómo explicarle que simplemente... ya no soy la misma. No duermo, me acuesto en la cama con los ojos llenos de dolor. Los días se me mezclan. Mi rostro está tan hinchado que ni siquiera me reconozco. Quiero volver a ser la que era, la chica que no sufría ataques de ansiedad, la que tenía una hermana con la que compartía todo. La que, aunque la vida no era perfecta, al menos sentía que todo iba bien.

Pero ahora siento que Iraide ya se ha ido, y que no puedo hacer nada. Me siento vacía. Todo lo que quiero es dormir, pero, ¿y si no despierto nunca más?

El dolor y la culpa me devoran. Odio a quien se llevó a mi hermana. Si alguna vez lo encuentro, lo haré pagar todo. Cada lágrima, cada grito, cada noche sin dormir. No me importa si no creen que ella existió, no me importa nada. Voy a hacer que lo pague.

Ya llevo dos días encerrada en mi cuarto, desde que regresé del viaje. Mis amigos me dicen que debería salir, que me divierta. Yo quiero reír, como antes, reír hasta que me duela el estómago, pero... tal vez mañana, tal vez les escriba, o espere hasta ir al colegio. Necesito verlos.

De repente, escucho el picaporte de la puerta. Mi corazón da un salto en el pecho. Es él. No lo puedo creer. Estaba tan sumida en mis pensamientos que cuando escucho su voz, corro hacia él sin pensarlo. Lo abrazo con todas mis fuerzas.

—Al parecer, me extrañaste, ¿no? —me dice con esa risa que siempre me hace sonrojar.

Esas risas suyas... son como música para mis oídos. Me hace sentir viva, a pesar de todo. Cómo lo amo.

—Sí, te extrañé... —me aparto de él, cruzándome de brazos, aunque no puedo evitar sonreír—. Pero, ¿dónde estuviste? Te desapareciste por dos meses y no me escribiste ni una vez. Me preocupé.

Él se ríe y me mira con esos ojos que tanto me encantan, esos ojos que me entienden sin necesidad de palabras.

—Ay, amor, me fui al campo y no tenía internet —dice, haciendo un gesto con las manos—. Pero ahora me doy cuenta que sí te importo.

Detras de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora