No muy buenos

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Hunter

Ya pasó media hora desde que me levanté, y recién salgo de la ducha. Otra vez. Es que aún sentía esa desagradable sensación de estar sucio, y eso es algo que no soporto.

  Odio sentirme sucio. 

Odio estar sucio. 

Todo lo que tenga que ver con la suciedad me repugna. Así que ahí estaba, fregándome con el jabón como si tratara de arrancarme una capa de piel.

El agua se cortó de golpe justo cuando salía del baño. Genial, ahora parezco un perro mojado. Pero lo bueno es que me siento limpio.

Mientras me seco el pelo con la toalla, me doy cuenta de que la chica aún no se ha levantado.

"La chica"... 

Estoy harto de llamarla así en mi mente. Suena frío, distante. Si voy a quedarme aquí, lo mínimo es aprender su nombre.

Me dejo caer en el sofá, mirando al techo, y sin querer mi mente vuelve a ella. Su rostro. Es como si estuviera grabado en mi cabeza. Sus ojos, esos ojos llorosos que me dejaron clavado en el suelo cuando la vi por primera vez. Hay algo en ella, una tristeza que no logro entender, pero que parece tan profunda como el vacío que siento yo.

Suspiro, tratando de despejar mi cabeza. Pero una parte de mí no puede dejarlo pasar. Necesito saber más de ella. Necesito hablar con ella. Aunque sea solo para preguntarle cómo está, o qué fue lo que la hizo llorar anoche.

No sé cómo lo tomará. Tal vez me eche del departamento por meterme donde no me llaman, pero no puedo ignorarlo.

"Solo quiero ser su amigo", me digo a mí mismo, aunque siento una punzada en el estómago al pensar en esa palabra.

Amigo

No quiero enamorarme.

No quiero jugar con Cupido otra vez. Ya sé cómo termina eso, y no quiero volver a sentir ese dolor.

Mi prioridad ahora es otra: necesito conseguir un trabajo. Estabilizarme. Demostrarle a Steve que puedo valérmelas por mí mismo.

Pero por más que intente convencerme de eso, cada vez que cierro los ojos, lo único que veo es su rostro.

Aría

Me levanto y salgo de mi cuarto, todavía con el cerebro en modo suspensión. Lo primero que veo me despierta más rápido que una taza de café. Ahí está él, sentado en el mueble frente a mí, de espaldas, sin camisa y con una toalla colgando de sus hombros. Su cabello negro aún gotea, formando pequeños charcos a su alrededor.

Por un momento, mi mente nublada por el sueño no procesa quién es. Solo veo los músculos bien definidos de su espalda y sus brazos. Entonces se gira hacia mí, y su mirada choca directamente con la mía.

—Hola —dice, con esa sonrisa torcida que debería estar regulada por las leyes de seguridad emocional.

Siento un escalofrío en la columna, y lo único que consigo hacer es levantar una mano en un saludo torpe.

¿Qué me pasa? Aria, respira. No es para tanto.

—N-no, para nada —tartamudeo como una principiante, y su sonrisa se ensancha al escucharme. Ahora tiene hoyuelos. ¿En serio? Hoyuelos también, ¿era necesario?

—No pude dormir, así que me fui a bañar —explica casualmente—. Espero que no te incomode.

Oh, claro, invítate a ti mismo a usar mi baño. Perfectamente normal.

Detras de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora