¿Quien eres?

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Demasiado sueño. Ese es mi estado mental ahora mismo. Ya me quedé dormida en la hora de sociales y luego en inglés. Mi cama me llama con desesperación, pero estoy atrapada aquí, en el colegio.

Es recreo para los de cuarto año. Como siempre, el orden es el mismo: primero salen los de primer año, luego segundo, tercero, y finalmente nosotros. Yo solo remuevo mi comida con el tenedor, luchando por no quedarme dormida en la mesa.

—Vemos que hoy no estás muy animada —dice Gabriel mientras se sienta junto a mis otros tres amigos.

Su voz me saca del trance de forma tan abrupta que salto como si hubiera visto un fantasma. Mi bandeja de comida estuvo a punto de irse al suelo. Por supuesto, él lo encuentra desternillante y se ríe como si fuera el mejor chiste del mundo.

—¡Casi me matas del susto! —le reprocho, aún con el corazón en la garganta—. Eres un burlón.

—¿Matarte? No exageres, Aria —responde Gabriel con esa sonrisa suya de "todo lo que digo es irresistible".

—Deberías haber visto tu cara —añade, riendo otra vez.

Sin pensarlo, le doy una patada por debajo de la mesa. No tan fuerte, pero lo suficiente como para que suelte un gemido.

—¡Mierda, Aria!

—¿Ahí fue donde te pegaron? —pregunto con una mezcla de preocupación y culpa.

—Sí... —dice con una mueca mientras se frota la pierna.

—Lo siento, no quise...

—También estamos aquí, ¿eh? —interviene José, levantando una ceja.

Me doy cuenta de que toda mi atención ha estado en Gabriel. Para colmo, Castro, que siempre está callado, aparta la mirada hacia el patio con una expresión de "esto no es mi problema". Me siento tonta y apenada al mismo tiempo.

—¿Qué tal van, chicos? —pregunto, intentando cambiar el tema.

José sonríe con algo de malicia y responde:

—Bueno, pues... Gabriel se ligó a una chica nueva de cuarto nivel.

—¡José! —exclama Gabriel, fulminándolo con la mirada.

—Quedamos que no ibas a ligar más, Gabriel —digo, cansada de esta conversación repetida.

Gabriel, siempre el conquistador en serie, prometió no seguir rompiendo corazones hace un mes. Pero al parecer, su promesa duró lo mismo que mi fuerza de voluntad para no dormirme en clases.

—No es mi culpa que pareciera un ángel —dice Gabriel, encogiéndose de hombros.

—Era un ángel andante, la verdad —añade José, como si estuviera narrando una película épica.

—¿Por qué no puedes ser como Castro? —respondo—. Él no anda ligándose a cualquier chica como si fueran presas.

José se pone de pie, golpeando la mesa.

—¡Hey!

Antes de que la situación escale, Castro, con su calma habitual, pone una mano en el hombro de ambos y los sienta de nuevo.

—Siéntense los dos y dejen de hacer el ridículo. Gracias.

Esas palabras mágicas son suficientes para apagar la discusión. José y Gabriel ahora están sentados, mirando sus platos como si estos tuvieran todas las respuestas de la vida. Yo, por mi parte, me levanto.

—Voy al baño, ya regreso.

Mentira.

Me escapo al rincón más tranquilo que encuentro: las escaleras que dan al patio. Desde allí, contemplo un hermoso árbol. Sus hojas blancas con matices rosados caen suavemente al suelo, como si la gravedad las tratara con delicadeza.

Detras de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora