Habían pasado tres meses desde que Leo y Max llegaron a la cabaña. Para ellos, el tiempo se había convertido en una especie de masa informe, con días que parecían semanas y semanas que parecían meses. La rutina se había asentado en la cabaña, pero no había traído paz. Al contrario, ambos se sentían atrapados en un ciclo de soledad y arrepentimiento.
Desde aquella noche, la relación entre ellos se había vuelto tensa. Max había comenzado a pasar más tiempo fuera de la casa, recorriendo los alrededores, siempre con su cámara en mano. Leo, por su parte, se había sumido en la culpa y el arrepentimiento. Cada vez que recordaba lo que había hecho, sentía una punzada en el pecho. No había querido hacerlo. Sabía que Max estaba en un mal lugar, que la presión del aislamiento y la falta de estímulos lo habían empujado a un límite peligroso. Pero aún así, no podía perdonarse a sí mismo por haberse arrodillado frente a su mejor amigo y haber cruzado una línea que jamás debería haberse cruzado.
Leo se culpaba a sí mismo por todo. Si no hubiera tenido la idea de escribir un libro, si no hubiera convencido a Max de acompañarlo a la cabaña, nada de esto habría ocurrido. Su amistad habría seguido intacta, como siempre había sido. Max estaría en la ciudad, disfrutando de la vida, en lugar de sufrir en este lugar alejado de todo.
Una tarde, después de pasar varias horas solo en la cabaña, Leo escuchó la puerta abrirse. Max entró, con la ropa mojada y el cabello alborotado, claramente después de una caminata larga. Sin embargo, algo en su expresión preocupó a Leo. Había una oscuridad en los ojos de Max que antes no estaba allí.
Leo decidió que ya no podía seguir evitando la conversación. Se levantó del sillón y caminó hacia Max, quien se sentó pesadamente en una de las sillas junto a la mesa. Había un silencio incómodo entre ellos, el sonido del viento fuera era lo único que rompía la quietud.
—Max... tenemos que hablar —dijo Leo finalmente, su voz temblorosa.
Max levantó la mirada, sus ojos se encontraron con los de Leo, y por un momento, todo el dolor que ambos habían estado cargando pareció llenar el espacio entre ellos.
—¿Hablar de qué, Bro? —respondió Max, intentando sonar despreocupado, pero la tristeza en su voz era inconfundible.
Leo tomó aire y se sentó frente a Max. Sus manos temblaban mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas.
—Lo que pasó aquella noche... No puedo sacármelo de la cabeza. No quería hacerlo, Max. Lo hice porque pensé que era lo que necesitabas, pero... me duele. Me duele haberlo hecho. Y siento que... si no hubiéramos venido aquí, nada de esto habría pasado.
Max desvió la mirada, incapaz de enfrentar los ojos llorosos de Leo. Había estado luchando contra sus propios demonios desde aquel día, y sabía que Leo también estaba sufriendo.
—Leo, no fue tu culpa. Yo... yo te empujé a hacerlo. No sé qué me pasó. Es como si estuviera perdiendo la cabeza aquí, y lo peor de todo es que... siento que te estoy arrastrando conmigo.
Leo negó con la cabeza, lágrimas cayendo por sus mejillas.
—No, Max. Yo soy el que te arrastró a esto. Si no te hubiera traído aquí, seguiríamos siendo los mismos amigos de siempre. Ahora todo está roto, y es mi culpa.
Max levantó la cabeza y miró a Leo, sus ojos llenos de dolor y arrepentimiento.
—No digas eso, Bro. Yo... no soy tan fuerte como tú. Tú tienes algo que te mantiene ocupado, tu libro. Pero yo... yo no tengo nada aquí. No tengo nada ni a nadie. El no saber que hora es ni tener algo para distraerme, no poder estar lobotomizado viendo la tele o el teléfono... Y me está comiendo por dentro.
Leo lo miró, dándose cuenta de cuán profundo era el sufrimiento de Max. Se levantó de su silla y caminó hacia él, tomando sus manos entre las suyas.
—No estás solo, Max. Me tienes a mí. Y lo que pasó... lo hice porque te quiero. Porque no podía verte así, sufriendo.
Max cerró los ojos, sintiendo el peso de las palabras de Leo. Había sido egoísta, había pensado solo en su propia desesperación sin darse cuenta de cuánto le estaba costando a Leo.
—Yo no quería que llegaras a eso, Leo. Es solo que... me siento tan mal aquí. A veces no sé qué hacer, y me asusta lo que soy capaz de hacer cuando me siento así.
Leo sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras. Sabía que había algo más detrás del comportamiento de Max. Algo más oscuro.
—Max, ¿haz echo algo...? —preguntó, su voz llena de preocupación.
Max intentó apartar la mirada, pero Leo lo sujetó firmemente, sin dejarlo escapar.
—Dímelo, Max.
Finalmente, Max asintió lentamente, incapaz de mantener la verdad oculta por más tiempo.
—A veces, cuando no sé qué hacer con todo esto, me hago daño a mi y a otros. No quiero, pero es como si algo dentro de mí no me dejara otra opción –Mientras se arremangaba una manga dejando ver cortes en su brazo.
Leo sintió que su corazón se rompía en mil pedazos. Se acercó más a Max, y lo envolvió en un abrazo fuerte, sin dejarlo ir.
—No tienes que pasar por esto solo. No quiero que te sientas así. Me duele verte sufrir. Te quiero, Max. Y no importa lo que haya pasado, estoy aquí para ti. No tienes que sentirte culpable por lo que pasó, lo hice porque te amo como amigo y no quiero verte caer más profundo en esa oscuridad.
Max dejó que las lágrimas que había estado reteniendo fluyeran libremente mientras se aferraba a Leo. En ese momento, ambos sintieron una pequeña chispa de alivio, un rayo de esperanza en medio de la tormenta que habían estado atravesando juntos.
Ese día, se prometieron no dejar que la oscuridad los consumiera y enfrentar lo que viniera como lo que siempre habían sido: los mejores amigos, pero ahora, con un vínculo mucho más profundo y dolorosamente humano.
¿Pero lograrán cumplir lo prometido?
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TENTACION FORZADA [+18] BL
General FictionHistoria terminada. En busca de inspiración, Leo, un escritor, arrastra a su amigo Max, un fotógrafo aficionado, a una cabaña remota para un retiro de seis meses. Lo que comienza como un experimento de desconexión pronto se convierte en una lucha po...