21- DIAS SOMBRIENTOS

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El golpeteo de la lluvia sobre el techo marcaba el ritmo del día, un compás irregular que llenaba la cabaña de humedad y hacía crujir la madera podrida. No había amanecer ni sol que lo despertara, solo la constante sensación de humedad que se adhería a la piel de Leo como los recuerdos difusos que se negaban a marcharse.
Se desperto y ya no estaba mas amordazado, atado a la cama, estaba Max.

Leo lo observaba desde el rincón de la habitación, incapaz de dejar de mirar su cuerpo inmóvil. El rostro de Max había perdido el color, pero en sus ojos todavía se vislumbraba algo, una sombra de lo que había sido antes de que todo se torciera. Cada respiración de Max era apenas perceptible, lenta y controlada, como si no estuviera completamente ahí, como si su espíritu ya se hubiera retirado a un rincón oscuro del que nunca volvería.

El aislamiento había convertido la cabaña en una prisión mental para Leo. La cuerda que sujetaba las muñecas de Max a la cama parecía ser la única constante en una realidad que cada vez le resultaba más inestable. Leo sentía un dolor inexplicable en su pecho, una mezcla de culpa y necesidad, algo que no podía comprender del todo. Max debería ser quien estaba al mando, debería ser el que lo había sometido durante meses, y sin embargo, ahí estaba, indefenso.

La lluvia seguía cayendo, cada gota que atravesaba las grietas del techo trazaba líneas sobre la piel de Leo, como los recuerdos que insistían en perforar su mente. "Max me lo hizo," se repetía. "Él me controlaba, me humillaba, me usaba." Pero ahora, al verlo atado, quieto, algo en esa narrativa comenzaba a tambalearse.

Leo se levantó con pesadez y caminó hacia el baño. El espejo estaba roto, como todo lo demás en la cabaña. Las grietas en el vidrio distorsionaban su reflejo, devolviéndole una imagen irreconocible de sí mismo, un hombre quebrado por dentro y por fuera. Pasó la mano sobre su pecho desnudo, sintiendo los moretones que no podía recordar cómo habían llegado allí. "¿Max me hizo esto?" Sus pensamientos eran fragmentos, piezas de un rompecabezas que no lograba encajar.

Volvió a la habitación y observó a Max. "Fuiste tú," murmuró Leo, apenas creyéndose a sí mismo. "Me hiciste esto, me rompiste." Pero la certeza en sus palabras había comenzado a desaparecer.

El crujido de las tablas bajo sus pies resonaba en la cabaña vacía mientras se acercaba a la cama. Se inclinó sobre Max, su respiración entrecortada por la ansiedad, y dejó que su mano rozara el brazo desnudo del otro hombre. La piel de Max estaba fría al tacto, una fría vulnerabilidad que contrastaba con la imagen del monstruo que Leo había construido en su mente. Su toque debía ser un gesto de poder, de control sobre quien lo había sometido, pero en lugar de eso, sentía una debilidad insospechada dentro de sí.

Max no se movía, no ofrecía resistencia. Solo lo miraba, esos ojos vacíos de vida, llenos de resignación, hacían que Leo se sintiera más pequeño, más confundido. "Pero eras tú... siempre fuiste tú." Se inclinó aún más, respirando el aire pesado y viciado que llenaba la cabaña, cada respiración un recordatorio del confinamiento que ambos compartían.

La tormenta seguía rugiendo afuera, el viento sacudía las ventanas de la cabaña y la humedad lo envolvía todo, pero dentro de esa pequeña habitación el silencio era ensordecedor. El cuerpo de Max no reaccionaba más allá de lo necesario para mantenerse vivo. Leo lo miraba, su mente luchando por mantener la narrativa que había construido durante tanto tiempo, pero con cada segundo que pasaba, con cada mirada, esa historia se desmoronaba.

"Te lo merecías," murmuró Leo, aunque ni él mismo lo creía ya. "Tú empezaste todo esto." Pero incluso mientras lo decía, la certeza de su mentira se asentaba con más fuerza en su pecho.

Las gotas de lluvia seguían cayendo, incesantes, marcando el tiempo que transcurría de forma invisible dentro de la cabaña. El ambiente húmedo y opresivo reforzaba la prisión emocional en la que Leo estaba atrapado. Max, a pesar de su estado, parecía tener un control que Leo no podía explicarse. Cada contacto, cada pensamiento, cada recuerdo que emergía distorsionado en su mente, lo acercaba más a una verdad que se negaba a aceptar.

Leo sabía que algo estaba mal, pero no era capaz de enfrentarlo. Cada vez que tocaba a Max, que lo obligaba, algo dentro de él se quebraba. Quería castigar a Max, hacerlo pagar por lo que había hecho, pero en el fondo sabía que el verdadero castigo era para sí mismo. Max no era el monstruo que había imaginado, era solo un hombre, roto, sometido, y de alguna manera, eso hacía todo mucho peor.

Los días y las noches habían perdido todo sentido dentro de esa cabaña. Leo ya no sabía cuánto tiempo había pasado desde que comenzaron a desmoronarse. Solo sabía que algo oscuro y profundo lo estaba arrastrando a un lugar del que tal vez no habría retorno. Y mientras miraba el cuerpo inmóvil de Max, una parte de él comprendía que, tal vez, ese lugar oscuro siempre había estado dentro de él mismo.

TENTACION FORZADA [+18] BLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora