Capítulo 49 - Autodestrucción

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But I see her in the back of my mind
All the time
Like a fever, like I'm burning alive
Like a sign

Karina

Su vida se había desmoronado el día que decidió ser honesta consigo misma y con su familia. Decirles a sus padres que le gustaban las chicas fue un acto de valentía que, en su inocencia, creyó que podría cambiar su vida para mejor. Su madre y su hermana la habían aceptado sin reservas, ofreciéndole un apoyo que, aunque reconfortante, no lograba borrar el dolor causado por la reacción de su padre.

Él había respondido con un silencio que al principio le pareció temporal, como si necesitara tiempo para procesar la noticia. Pero con los meses, ese silencio se transformó en indiferencia, y luego en una negación sutil pero constante. Actuaba como si Karina no hubiera dicho nada, como si no hubiera confesado la verdad más profunda sobre quién era. Y cuando finalmente habló, lo hizo con una frialdad que la hirió más que cualquier palabra de rechazo directo.

—Es solo una etapa —decía con una seguridad que le helaba el corazón— Pronto te darás cuenta de lo que realmente quieres.

Karina intentó no creerle, pero las palabras de su padre, repetidas una y otra vez, comenzaron a calar hondo. ¿Y si tenía razón? ¿Y si realmente estaba confundida? Esa duda se enredó en su mente, asfixiando cualquier certeza que pudiera tener sobre sí misma, hasta que conoció a Nicole.

Desde el primer momento en que la vio, Karina supo que no era una etapa. Pero ese amor, que debería haber sido liberador, se convirtió en otra cadena cuando tuvo que elegir entre su felicidad y el intento desesperado de ganarse la aprobación de su padre. El día en que tomó la decisión de dejar a Nicole, algo se rompió dentro de ella. Comprendió que, para su padre, amar a alguien de su mismo sexo era una condena, un problema que debía evitarse a toda costa.

El rechazo de su padre no se limitaba a su orientación sexual. Desde pequeña, Karina había sentido su desaprobación por no compartir la pasión familiar por la medicina. Mientras otros niños jugaban con muñecas o coches, Karina encontró consuelo en los pinceles y en los colores. La primera vez que tomó un pincel y tocó un lienzo, supo que había encontrado su vocación. Pero para su padre, aquello no era más que una distracción inútil, un pasatiempo que debía abandonar si quería ser alguien "de provecho".

Cada vez que pintaba, sentía que traicionaba a su familia, especialmente a su padre. Pero también sentía que se traicionaba a sí misma cuando intentaba seguir el camino que él había trazado para ella. Vivió años con la esperanza de que un día él pudiera entenderla, que pudiera ver su arte como una extensión de ella misma, como un reflejo de su alma. Pero ese día nunca llegó. La muerte de su padre no trajo el cierre que ella había esperado. En lugar de eso, quedó con un vacío que ni el tiempo ni el arte habían podido llenar.

En su intento de agradar a su padre, Karina sacrificó mucho. Sacrificó su amor por Nicole, sacrificó sus sueños y, lo que es peor, sacrificó su propia identidad. Se convirtió en una sombra de la persona que podría haber sido, una marioneta movida por el deseo de complacer a alguien que nunca estaría satisfecho. Y cuando finalmente comprendió que nada de lo que hiciera sería suficiente, ya era demasiado tarde. Se había perdido a sí misma en el proceso.

Minjeong fue un rayo de luz en su vida, una esperanza renovada. Con ella, Karina pensó que podría ser valiente, que podría finalmente enfrentar a su padre y vivir la vida que siempre había deseado. Pero ese sueño se desvaneció rápidamente cuando la realidad golpeó con fuerza. Su padre nunca había estado dispuesto a aceptarla por quien era, y al final, el miedo a su rechazo la había hecho alejarse de la única persona que realmente la entendía.

A pesar de todas las decepciones, Karina nunca se permitió sentir el dolor en toda su magnitud. No lloró cuando dejó a Nicole, no lloró cuando su padre la rechazó, no lloró cuando vio desvanecerse sus sueños. Había aprendido a enterrar sus emociones, a ignorarlas, a fingir que no existían. Pero esas emociones reprimidas no desaparecieron. Se convirtieron en un peso invisible que cargaba día tras día, un peso que eventualmente la llevó al borde del abismo.

La chica del aviónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora