Karina
Había perdido la noción del tiempo desde que había sido ingresada en aquel lugar. Los días se desvanecían en una neblina, donde la rutina se repetía de manera monótona, y cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad. Ahora, con la mente un poco más tranquila gracias a los medicamentos, había aprendido a disfrazar su rechazo a ellos. No quería ser una paciente más en ese lugar, no quería admitir que algo estaba mal en ella.
Karina había perfeccionado la técnica de esconder las pastillas en su boca. A pesar de la meticulosa revisión de la enfermera Jung, siempre lograba sacarlas después, envolviéndolas en un papel que luego escondía bajo la almohada o en cualquier rincón que encontrara. Para ella, todo estaba "bien". Se negaba a aceptar que necesitaba medicarse, porque hacerlo significaría admitir que había perdido el control.
La sensación de estar rodeada de gente "enferma" la enloquecía. Veía a los otros pacientes con una mezcla de repulsión y desesperación, como si su presencia fuera una constante amenaza a la fachada que había construido para sí misma. Sentía que su lugar no estaba allí, que no pertenecía a ese mundo de debilidad y vulnerabilidad.
Necesitaba salir de allí, regresar al hospital y a su vida antes de que todo esto hubiera sucedido. El hospital, su hospital, era su refugio, el lugar donde tenía el control, donde podía mantenerse ocupada y alejarse de cualquier pensamiento que la hiciera sentir frágil. Allí, rodeada de trabajo y responsabilidades, podía olvidar el caos que se agitaba dentro de ella.
La idea de que había descuidado su trabajo la atormentaba. ¿Cómo podía haber dejado que su vida se desmoronara hasta este punto? La culpa la consumía, y esa culpa se transformaba en una necesidad desesperada de recuperar su rutina, de volver a ser quien había sido antes de que todo comenzara a derrumbarse. Pero cada vez que intentaba pensar en un plan para salir de allí, la realidad la golpeaba como una bofetada, recordándole que no era tan simple, que estaba atrapada en ese lugar hasta que ellos decidieran que podía irse.
Y mientras tanto, su única forma de luchar era mantener el control sobre su cuerpo, sobre lo que le hacían tragar, sobre lo que permitía que entrara en su sistema. Se aferraba a esa pequeña rebelión con todas sus fuerzas, como si en ello radicara la última pizca de su voluntad, la última parte de sí misma que no estaba dispuesta a ceder.
—Rina, hoy comerás junto a tus compañeras de cuarto en el comedor—dijo la enfermera con una sonrisa cálida—Después tendrás terapia grupal y, finalmente, podrás ver a tu madre como lo solicitaste.
Karina devolvió la sonrisa, esta vez con una genuina, aunque pequeña, curvatura de sus labios.
—Gracias—respondió, esforzándose por sonar agradecida.
Había empezado a depender de la enfermera más de lo que quería admitir. A veces, esa dependencia le provocaba un torbellino de emociones, una mezcla de gratitud y resentimiento. ¿Cómo era posible que hubiera llegado al punto de necesitar a alguien de esa manera? La independencia y la autosuficiencia siempre habían sido pilares fundamentales en su vida, y ahora se veía a sí misma buscando consuelo en alguien más, alguien que hacía su trabajo con una amabilidad que a veces la desarmaba por completo.
—Has mejorado muchísimo en estos últimos días, Rina—continuó la enfermera—Estoy orgullosa de ti y cada vez estás más cerca de lograr lo que tanto quieres.
La satisfacción que sintió al escuchar esas palabras fue inmediata. Saber que la enfermera estaba cayendo en su juego le dio una extraña sensación de triunfo. Pero esa satisfacción fue rápidamente sustituida por una oleada de culpa. Sabía que no estaba cumpliendo con el tratamiento como debería, que estaba engañando a quienes confiaban en ella para su recuperación. La verdad era que, en el fondo, sabía que había recaído. No quería admitirlo, porque hacerlo significaría reconocer que no era tan fuerte como pretendía ser, que el abismo de la depresión estaba siempre ahí, acechando, listo para arrastrarla de nuevo si bajaba la guardia.
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La chica del avión
RomansaKarina, de 20 años, y Minjeong, de 18 años, se encuentran por casualidad en un avión y sienten una conexión instantánea. Comparten risas y anécdotas durante el vuelo, pero se separan al aterrizar. Sin embargo, el destino las vuelve a reunir más adel...