Capítulo 56 - Visita

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Karina

Habían pasado dos semanas desde que vio a su madre por última vez, dos semanas desde que descubrió que todo el personal médico sabía de la ausencia de medicamentos en su cuerpo. Supuestamente, habían querido observar hasta dónde llegaría Karina con su farsa y cuánto le tomaría recaer. Karina se había sentido utilizada, como si fuese un experimento, pero también se sentía terriblemente ingenua por haber creído que un grupo de profesionales en el ámbito psicológico caería en el juego de una simple paciente del área de psiquiatría.

A pesar de tener títulos administrativos en aquel hospital, y de ser la médica principal, en ese lugar, Karina era igual que todos: una paciente más en busca de una recuperación que parecía cada vez más distante. El hecho de que fuera la dueña del hospital no la hacía ni más ni menos; aunque, ciertamente, notaba el cuidado especial que todos tenían con ella, una cautela que a veces se sentía como una barrera infranqueable entre ella y los demás.

Esas dos semanas se habían sentido como una eternidad para Karina. Cada día era un recordatorio de su vulnerabilidad, de la fragilidad que había intentado ocultar tras una fachada de fuerza y competencia. Se había convencido de que, al ser quien era, podía manejar todo, que su conocimiento y experiencia en el campo médico la harían inmune a los demonios internos que la atormentaban. Pero ahora se daba cuenta de lo equivocada que había estado.

Las noches eran las peores. El silencio del hospital, que alguna vez le había parecido reconfortante, ahora solo amplificaba los gritos que resonaban en su mente. Se sentía atrapada, no solo por las paredes de su habitación, sino por los recuerdos y las expectativas que la asfixiaban. La rabia y la tristeza se entrelazaban, creando una mezcla tóxica que la debilitaba más con cada día que pasaba.

En su interior, Karina sabía que necesitaba ayuda, pero aceptar esa realidad era como admitir una derrota que no estaba preparada para enfrentar. Había pasado tanto tiempo cuidando de los demás, asegurándose de que sus pacientes recibieran la mejor atención, que nunca se permitió a sí misma ser la que necesitara cuidados. Ahora, enfrentada a la cruda verdad de su situación, no sabía cómo dejar que otros la cuidaran.

Un día, mientras miraba el reflejo de su pálido rostro en el espejo del baño de su habitación, Karina se dio cuenta de cuán rota estaba. Sus ojos, antes llenos de determinación, ahora parecían vacíos, como si la persona que alguna vez fue se hubiera desvanecido.

Ahora, Karina estaba sentada en el patio del hospital junto al resto de los pacientes. Había notado una mejoría desde que finalmente había comenzado a tomar los medicamentos, esta vez con una dosis más alta, lo que le permitía salir al patio a caminar o simplemente a sentarse y observar los árboles y los animales que habitaban aquel lugar, diseñado para ofrecer paz a los pacientes del área de psiquiatría.

Mientras respiraba el aire fresco, Karina sentía que cada bocanada era un recordatorio de que, a pesar de todo, seguía viva. Había algo en la brisa suave y el susurro de las hojas que le hablaba de una calma que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Los rayos del sol, filtrándose entre las ramas de los árboles, acariciaban su piel con una calidez que le parecía casi ajena, como si el mundo intentara envolverla en un abrazo del que no estaba segura si era merecedora.

Karina observaba a los demás pacientes, algunos paseaban en silencio, otros charlaban entre ellos, compartiendo sus propias luchas y esperanzas. Se preguntaba cuántos de ellos se sentían tan perdidos como ella, cuántos llevaban en su interior cicatrices invisibles que los hacían dudar de su propio valor. Pero, al mismo tiempo, se dio cuenta de que todos estaban allí por la misma razón: buscaban una manera de sanar, de reencontrarse con una parte de sí mismos que habían perdido.

La chica del aviónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora