23.

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No está respirando.

Lucifer recordaba esas palabras con tanta claridad que, si cerraba los ojos, podía sentir el olor del yodo y escuchar el pitido irregular de la máquina que estaba contando su pulso. Pero no quería saber si él estaba vivo, en ese momento podía importarle menos tener abierto el vientre o no sentir las piernas por la anestesia. En ese momento de caos entre médicos y enfermeros que se convertían casi en un torbellino de batas azules y blancas manchadas con sangre solo había podido entender una sola cosa:

Mi bebé no está respirando.

Había querido gritar, había querido patalear y suplicar verla, que le enseñaran a su hija, pero tenía los sentidos embotados todavía y no podía ni siquiera alzar las manos. Y tenía frío. Se moría de frío y su bebé no respiraba.

Nunca antes había tenido un ataque de pánico.

Lucifer intentó respirar para poder hablar, para poder gritar pero no podía. Y la desesperación era apabullante. ¡¿Por qué no podía levantarse?! Quería arrebatarles a su bebé, quería verla... porque tenía que ser una mentira. No podía ser posible que él había pasado todos esos meses haciéndose a la idea de su hija, de sentirse ansioso por verla para que, al final...

Las lágrimas le habían puesto borrosa la vista. Seguía escuchando a los doctores gritarse entre sí pero no podía entenderlos. Estaba terminándose el mundo, su mundo, y no podía moverse, no podía hacer nada más que observar con impotencia lo que sucedía.

Lo único que podía hacer, sin embargo, era suplicar mentalmente a quien fuera. Quien sea que estuviera ahí, escribiendo los designios universales... Rogarle, suplicar que dejara vivir a su bebé. Lucifer pidió, pidió con todas sus fuerzas y juró que no iba a permitir que nada malo le pasara. Que iba a cuidarla y amarla siempre, que sacrificaría todo para asegurar que la vida de ese bebé fuera perfecta.

Juró ser diferente. Juró que iba a ser buen padre, que sería un mejor esposo para Lilith. Charlie tendría una familia buena y ella podría ser y hacer lo que más quisiera porque él iba a amarla sin importar nada y jamás iba a herirla.

Lucifer sollozó al escuchar entonces el primer respiro de su hija, seguido por un llanto agudo pero firme. Cuando abrió los ojos, una enfermera le había acercado ya a Charlie y él estaba convencido de que no había nada más hermoso y perfecto.

Era suya. Él la había hecho como un artista había creado su magnum opus. Y la amaba. La amaba como jamás había amado a nadie.

No había logrado llegar ni a las escaleras.

Lloraba en el suelo del recibidor, abrazando sus piernas contra su pecho, temblando y negando con la cabeza.

Sus peores miedos se habían hecho realidad y ahora la mirada de desprecio y rechazo que Charlie le había dado estaba grabada a fuego en su cerebro.

Lucifer había roto la promesa más sagrada e importante de su vida.

Quiso llamarla pero cualquier intento se iba directamente al buzón.

Quería explicarle... ¿qué cosa exactamente? ¿Qué podía decir que pudiera justificar el daño? Ella había visto por fin su verdadero ser. Había alcanzado a escarbar lo suficiente como para desenterrar esa versión de sí mismo que tanto odiaba.

Había mentido.

El miedo le había impedido sentarse a hablar con Charlie, explicarle la verdad e intentar contarle sus motivos. Pero era demasiado cobarde. No había querido someterse al juicio de su hija... Mentirle había sido más sencillo.

Y aún así la había perdido.

Se sobresaltó al escuchar la puerta y se incorporó con la esperanza de verla pero su mirada se encontró con Alastor, que lo miraba desde el umbral de la puerta con una mezcla de sorpresa y confusión.

𝗕𝗹𝗼𝗼𝗱𝗹𝗶𝗻𝗲 𝗦𝗲𝗰𝗿𝗲𝘁𝘀 • 𝗥𝗮𝗱𝗶𝗼𝗔𝗽𝗽𝗹𝗲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora