Jake
Recibo la llamada del taller a primera hora de la mañana. El coche está listo. La voz al otro lado de la línea suena casi indiferente, como si solo fuera un trámite más, pero para mí, es mucho más que eso. Es una sentencia. Tendré que volver a verlo.
El corazón me late con fuerza solo de pensarlo, y por un momento, considero la idea de ignorar la llamada, de dejar el coche ahí y no volver nunca. Pero sé que no puedo hacer eso. Tengo que enfrentarlo, aunque me duela.
Busco a Emma en la cocina de mi departamento, ella siempre ha sido mi roca, la que me ayuda a mantener la cabeza fría cuando siento que todo se derrumba. Le pido que venga conmigo, pero me mira con esos ojos que siempre han sido capaces de ver más allá de mis palabras.
—Jake, tienes que hacerlo solo —me dice mientras se sirve una taza de café—. No puedo estar ahí cada vez que tienes que enfrentarte a algo difícil. Además, tengo que ir a hacer un trabajo para mañana.
Intento convencerla, le explico que no es solo una visita al taller, que se trata de Alex. Pero Emma se mantiene firme. Sé que tiene razón, pero eso no lo hace más fácil.
—Estarás bien —me dice mientras recoge sus cosas para salir—. Solo recuerda quién eres y lo que vales, Jake.
Con esas palabras, me deja solo en la cocina. Respiro hondo, tratando de infundirme valor. No puedo seguir evitando esto. No puedo seguir evitando a Alex.
El trayecto al taller parece más largo de lo habitual. Cada semáforo en rojo se convierte en una oportunidad para dar la vuelta y escapar. Pero no lo hago. Sé que tengo que enfrentarme a esto.
Cuando llego, el lugar está sorprendentemente tranquilo. Miro alrededor, esperando verlo aparecer en cualquier momento, pero en su lugar, me encuentro con Lyra.
—Hola, Jake —me saluda con una sonrisa amable—. Tu coche está listo.
—Gracias —respondo, tratando de sonar casual mientras saco la tarjeta para pagar.
Lyra procesa el pago rápidamente, y cuando está a punto de devolverme la tarjeta, escuchamos un fuerte golpe en la parte trasera del taller. Ambos nos quedamos congelados por un segundo, antes de que el instinto de correr hacia el sonido tome el control.
Al doblar la esquina, lo veo. Alex está de pie junto a una mesa de trabajo, su mano derecha sangrando profusamente. Lyra se lanza hacia él, y aunque trato de mantener la calma, siento un nudo formarse en mi estómago. Me duele verlo así, aunque trato de ocultarlo.
—Alex, tenemos que llevarte al hospital —dice Lyra, con el tono firme de alguien que no acepta un no por respuesta.
Pero Alex, siendo el terco que siempre ha sido, niega con la cabeza.
—No es necesario, estoy bien —responde con una mueca, apretando los dientes.
Me siento como si estuviera reviviendo un maldito déjà vu. Lo vi así antes, golpeado, herido, negándose a recibir ayuda. Y ahora, aquí estamos de nuevo, él tan testarudo como siempre.
—Sigues siendo un idiota cuando se trata de tu salud —le digo con un tono más duro de lo que pretendía—. Y un idiota con las personas que intentan ayudarte.
Las palabras salen antes de que pueda detenerme, recordando la primera vez que lo vi herido y él se negó a que lo ayudara. Una parte de mí quería gritarle, sacudirlo hasta que entendiera lo importante que es para mí, aunque ya no debería importarme. Pero la otra parte, la que sigue dolida, sabe que no puedo.
Le pido a Lyra un botiquín, y aunque está visiblemente preocupada, asiente y va a buscarlo. Me acerco a Alex, que sigue presionando su mano herida contra su pecho, tratando de ocultar el dolor.
—Déjame ver —le digo, manteniendo la voz baja.
—No es nada —responde con esa actitud arrogante que siempre lo ha caracterizado.
—Cállate —le ordeno, sin paciencia para sus juegos.
Cuando Lyra regresa con el botiquín, me lo entrega sin decir una palabra. Tomo la mano de Alex, la giro suavemente para examinar la herida. Es profunda, pero no parece que haya dañado nada vital. Aun así, necesita atención.
—No seas llorón —le digo cuando se queja mientras limpio la herida.
—No estoy llorando —murmura entre dientes, pero puedo ver que el dolor está ahí, en su expresión, en la forma en que aprieta la mandíbula.
Lo curo lo mejor que puedo con los suministros que tengo a mano, pero cuando termino, sé que no podrá conducir.
—No vas a poder manejar así —le digo, guardando el botiquín.
—Yo podría llevarlo a casa —ofrece Lyra, pero su voz suena insegura—. Aunque no sé conducir muy bien...
Suspiro, agotado. Alex me ha lastimado más de lo que él siquiera imagina, pero aun así, no puedo evitar preocuparme por él. Tal vez soy yo el idiota en esta historia.
—A pesar de que me lastimaste cruelmente, te concederé un último acto de bondad —le digo, más para convencerme a mí mismo que a él.
Alex no responde, solo asiente. Me indica la dirección de su casa, y durante todo el trayecto, el silencio en el coche es casi insoportable. Cada kilómetro recorrido es un recordatorio de lo que fue, de lo que ya no es.
Cuando finalmente llegamos, aparco frente a su casa, sin saber si debería simplemente dejarlo y marcharme. Pero entonces, él rompe el silencio.
—¿Y el chico rubio? —pregunta, y la sorpresa en mi rostro debe haber sido obvia, por que continúa—. El que vi contigo... ¿Es tu novio?
—Tal vez —respondo, esquivando la pregunta. No quiero darle el placer de saber que todavía tiene poder sobre mí.
—¿Tal vez? —repite, levantando una ceja—. ¿Te hace el amor como yo te lo hacía?
Me sonrojo de inmediato. Es increíble cómo aún puede hacerme sentir así, vulnerable y expuesto.
—Eres un ordinario —le respondo, tratando de mantener mi dignidad intacta.
Pero él se inclina más cerca, su voz baja y seductora.
—Nadie te hará gritar de placer como yo lo hacía —susurra, y el calor de su aliento contra mi piel es casi mi perdición.
Intento resistir, lo juro, pero es como si mi cuerpo tuviera mente propia. Cada fibra de mí recuerda lo que era estar con él, el placer, el dolor, la intensidad. Y antes de que me dé cuenta, nos estamos besando, desesperadamente, como si nos faltara el aire.
No sé en qué momento se vuelve inevitable, pero en cuestión de segundos, estamos en el asiento trasero, y todo lo que existe es él y yo. El sexo es duro, intenso, lleno de una rabia contenida y un deseo que nunca desapareció. Cuando finalmente terminamos, jadeando y sudados, siento como si hubiera vuelto a perder algo importante.
Me visto rápidamente, tratando de recomponerme, pero antes de que pueda alejarme, Alex me detiene.
—Jake, necesito decirte algo... —comienza, su voz inusualmente seria.
—No quiero escuchar nada —le interrumpo, mi voz fría—. No hay nada que explicar, Alex. Lo que acaba de ocurrir solo fue un acostón sin importancia.
Lo veo en sus ojos. Mis palabras lo hieren, aunque trata de ocultarlo. Pero no me importa, no debería importarme.
Alex no dice nada más, solo se viste en silencio y sale del coche. Y mientras lo veo alejarse, sé que estoy mintiendo. Que lo que acaba de pasar no fue solo un acostón. Fue mucho más, y eso es lo que más duele.
Cierro los ojos, apoyando la cabeza contra el volante. Espero que este sí sea el verdadero adiós, pero una parte de mí sabe que no lo será. Que siempre habrá algo que nos ate, algo que nos haga volver a encontrarnos, a pesar de todo.
Pero por ahora, tengo que convencerme de que esto es el final. Que no importa lo que él diga o lo que quiera confesarme. Es demasiado tarde para nosotros.
Arranco el coche y me marcho, dejando a Alex y todos esos recuerdos atrás. Al menos, eso intento creer.
ESTÁS LEYENDO
Chico Malo, Corazón Roto
RomanceHa pasado un año desde la dolorosa ruptura entre Jake y Alex. Desde entonces, Alex ha desaparecido de su vida, y Jake ha hecho todo lo posible por seguir adelante, sumergiéndose en sus estudios y buscando olvidar a quien alguna vez fue el amor de su...