Capítulo 21

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Jake

El aire en la casa de mi abuela estaba cargado de una tensión que no podía soportar por más tiempo. Después de todo lo que se dijo, necesitaba escapar, necesitaba un lugar donde pudiera pensar sin el peso de esas miradas acusatorias o las palabras envenenadas de mi abuela.

Así que vine aquí, a la vieja casa de mi madre. La casa que fue nuestro hogar, el lugar donde guardo los últimos recuerdos de ella. A pesar de los años que han pasado, la casa parece haber quedado atrapada en el tiempo, como si el dolor de su partida la hubiera sellado en una burbuja inquebrantable.

Empujo la puerta, que se abre con un gemido bajo, y un polvo antiguo se levanta en el aire. El silencio me envuelve como un manto pesado, y de repente me siento pequeño, como si volviera a ser ese niño que perdió a su madre.

Camino despacio, cada paso reverberando en los pasillos vacíos. Todo está como lo dejamos, como si el tiempo no hubiera pasado, pero ahora todo está cubierto por una capa de polvo que me recuerda cuán larga ha sido su ausencia.

Miro alrededor, dejando que los recuerdos inunden mi mente. Aquí, en la sala, solíamos sentarnos juntos. Mamá y yo solíamos pasar las tardes en ese sofá, ella leyendo mientras yo jugaba con mis juguetes a sus pies. Puedo verla claramente, con su sonrisa cálida y su mirada llena de amor, una imagen que se ha desvanecido en los últimos años, pero que ahora parece tan real que casi puedo alcanzarla.

Me detengo frente a la chimenea, donde aún están las fotografías que una vez llenaron esta casa de vida. Las miro, una por una, mis dedos rozando el cristal polvoriento. Fotos de mi madre, Emma y yo, felices en un tiempo que ahora parece tan lejano. Las risas, los abrazos, las palabras de amor... Todo parece tan irreal ahora, como un sueño del que desperté demasiado pronto.

Continúo mi camino, recorriendo las habitaciones con cuidado, como si no quisiera perturbar el pasado que se esconde en cada rincón. Llego al comedor, donde solíamos cenar juntos. La mesa sigue puesta, los platos alineados como si estuviéramos a punto de sentarnos a comer. Recuerdo cómo solía preparar mi comida favorita los viernes por la noche, cómo siempre encontraba tiempo para hacerme sentir especial, incluso cuando estaba cansada después de un largo día.

Finalmente, mis pasos me llevan al pasillo que conduce a su habitación. Mi corazón se acelera, y un nudo se forma en mi garganta. Esta es la parte de la casa que más he temido, pero al mismo tiempo, la que me atrae con más fuerza.

La puerta de su habitación está entreabierta, y con una leve presión, la empujo completamente. Entro despacio, como si invadiera un santuario. La habitación está exactamente como la recuerdo, solo que ahora hay una tristeza impregnada en el aire, una melancolía que no se puede sacudir.

Los muebles están cubiertos de polvo, pero los objetos personales de mi madre están todos en su lugar. Su perfume en la mesita de noche, el libro que estaba leyendo en la cómoda, las cortinas que ella misma eligió... Todo sigue aquí, como un testamento silencioso de su existencia.

Mi mirada se detiene en la cama, esa cama donde la encontré aquel día... Recuerdo cómo corrí a despertarla, cómo sacudí su cuerpo inmóvil, cómo grité su nombre con desesperación cuando no despertaba. Esa imagen ha perseguido mis sueños durante años, y ahora, al estar aquí, vuelve con una claridad abrumadora.

Me acerco a la cama y me siento en el borde, mi cuerpo temblando por la avalancha de emociones. Acaricio la colcha, recordando cómo solía arroparme con ella cuando tenía pesadillas. Su presencia era mi refugio, su voz la única que podía calmar mis miedos.

Finalmente, me dejo caer sobre la cama, apoyando la cabeza en la almohada que una vez fue suya. Cierro los ojos, y los recuerdos me inundan. Las tardes en las que me acurrucaba a su lado, el sonido de su risa, el calor de sus abrazos. Todos esos momentos que ya no volverán, pero que siguen vivos en mi mente.

Chico Malo, Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora