Años atrás

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~Christian~

Antaño, hubo una manada asentada en Seattle. No eran felices, pues eran atormentados por su alfa, Jacob Weston; un hombre déspota, violento e irascible que nunca estaba contento con nada.

Jacob estaba casado con la mujer más hermosa de la aldea; habían tenido dos hijos, el pequeño Kaleb y el mayor, Justin Weston.
Justin acababa de cumplir 14 años, y su padre ya le había informado que, a esa edad, partiría a un internado donde acudían, si no todos, la mayoría de los futuros alfas de todas las manadas del mundo. El joven no estaba contento con la decisión que se había tomado; sabía de los arranques de su padre, dominado por sus instintos, cuando los golpeaba, y temía por la vida de su hermanito y su madre. Así que, por primera vez, se enfrentó a su padre, Jacob, negándose a lo que le pedía. Este le dio una advertencia:

-Eres un desagradecido. Ahora escúchame bien: o cumples con la orden que te he dado, o mis guardias te llevarán a las celdas, y a la medianoche serás sacrificado frente a todos como ejemplo de desobediencia. Piénsalo bien, si no quieres que tu hermano y tu madre vean cómo te torturaré antes de matarte.

Justin mantuvo la boca cerrada, apretó sus puños tanto que sus nudillos se tornaron blancos y pequeñas gotas de sangre cayeron de sus palmas al clavarse las uñas. Entonces decidió acceder a la oferta de su padre, no por dicha amenaza, sino porque se había prometido que sería, un día, un alfa mejor que su padre, y que al regresar a casa, le pondría fin a la vida de este para liberar a la manada de tal tormento.

En la despedida antes de viajar, su madre, Lindsay, para que este no se preocupara, le dijo que marchase tranquilo, pues ella se encargaría de proteger a su hermano Kaleb y a ella misma.

Durante el primer mes de escuela, Justin escribía cartas a su madre, pero estas nunca recibían respuesta. Eso le bastó para arrepentirse de haberla dejado sola a ella y a Kaleb. Así que decidió intentar fugarse del internado para volver a casa, pero cada intento fue frustrado porque el guardia de vigilancia lo terminaba atrapando. Sin embargo, siguió intentándolo, y gracias a eso, la conoció a ella.

Una hermosa joven, tal vez de su misma edad; curvilínea, de metro cincuenta, tez clara, cabello rubio platino y unos grandes ojos tan azules como el cielo. El recinto escolar estaba rodeado por un frondoso bosque, para que pudieran correr cuando quisieran, pero jamás durante la noche. En un nuevo intento de escapar, entrada la noche, se detuvo de inmediato al percibir su aroma y la vio cambiar; su loba era de un hermoso pelaje blanco como la nieve y ojos verdes azulados.

La chica no se había percatado todavía de su presencia. Inició su recorrido sin ningún propósito concreto; simplemente le gustaba correr durante la noche y sentir por su hocico el aire fresco y húmedo del bosque. Justin se transformó y la siguió sin dudarlo, pues era el ser más bello que sus ojos hubiesen visto jamás.

La muchacha se detuvo abruptamente, atraída por un aroma peculiar, su favorito sin duda; extrañada, siguió dicho olor a miel y canela, haciéndola pensar que podría haber encontrado a su mate al fin. No estaba segura, pero estaba dispuesta a averiguarlo. Se encontraron frente a frente, y sus lobos también, maravillados por la vista, se presentaron.

-Me llamo Hope Harvey -dijo ella.

-Justin Weston -respondió él, y ambos se sonrieron, dándose cuenta de que el destino había cruzado sus caminos; estaban destinados a ser, la diosa luna así lo quiso para ellos, eligiéndolos como almas gemelas, mates.

Desde ese momento fueron inseparables, se iban conociendo poco a poco; él había olvidado el escapar, pero la preocupación por su madre y hermano seguía ahí. Un día, tu abuelo y su luna compartían algo más que conversaciones amenas, y Justin no pasaba un solo día sin recordarle que la amaba, diciéndole:

La Cara Oculta [Saga Resiliencia • 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora