07.- Zurcir

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The Legend of Zelda y todos sus personajes son propiedad de Miyamoto Shigeru, Tezuka Takashi y Nintendo.

Palabras: 1140.


07.- Zurcir

Con el ceño fruncido Link observó el corte en diagonal que cortaba la pechera de su túnica del elegido. Se tocó el pecho. De la herida no quedaba ni rastro, Mipha le había curado y salvado la vida, una vez más. Tenía que arreglarla, no sabía coser, pero tendría que intentarlo.

Se puso una camiseta y salió de la habitación en la que le habían instalado para que se recuperase. Se sentía raro, se había acostumbrado a la túnica del elegido, al tacto suave de aquella tela. «Sólo es tela» se dijo, pero lo cierto era que significaba mucho para él.

La casa estaba en silencio. Avanzó hasta que el sol alumbró su camino. Vio a Mipha sentada en el exterior al borde de lo que parecía un acantilado. Mipha sabía muchas cosas, tal vez ella podría ayudarle a reparar su ropa. Salió y sintió que el sol le deslumbraba.

—Ah, Link, siéntate conmigo —rogó Mipha al oírle acercarse, observó la túnica del elegido que apretaba entre sus manos—. ¿Te encuentras mejor?

—Sí, gracias.

Link tomó asiento junto a la elegida de los zora, sus pies se mecieron en el vacío y la túnica reposó en su regazo.

—Nos has dado un susto de muerte, has estado a punto de morir. —Mipha suspiró, sabía que era su labor, pero verle hacer de escudo humano para Zelda le crispaba los nervios. Link era una persona, no un maldito escudo—. No deberías correr tantos riesgos, eres el portador de la Espada Destructora del Mal, si mueres no podremos hacer caer a Ganon y el Cataclismo...

Mipha enmudeció, Link lo sabía perfectamente como también sabía que necesitaban a Zelda para sellarlo. A veces sentía que odiaba a Zelda por hacerle correr tantos riesgos y tratarlo de un modo tan frío y distante.

—Estoy bien —replicó él y acarició la túnica en su regazo.

—Siento que mi poder no sirva para reparar los tejidos.

Link asintió, pero se le veía triste y decepcionado. Mipha entendía lo que significaba aquella túnica para él. Link, que procedía de una familia humilde de Hatelia, con un padre que le había dejado atrás siendo sólo un bebé para entrar al servicio del rey Rhoam. Un niño que había crecido preguntándose qué había hecho mal para alejar a su propio padre de él. Un niño que creció y decidió ir al castillo de Hyrule en busca de su progenitor y que acabó siendo un soldado sobresaliente. Un adolescente que con sólo quince años había sido nombrado caballero de la princesa Zelda y que a los dieciséis obtuvo el favor de la Espada Maestra. Para Link, aquel trozo de tela significaba mucho más que para el resto de ellos. Tener aquella túnica significaba que ya no era un niño abandonado, era alguien que importaba.

—Cuando volvamos al castillo tendrás una túnica nueva —trató de consolarle.

—¿Cuánto he dormido?

—Dos días —contestó ella—. Estabas agotado. Te esfuerzas demasiado.

—Vaya, nuestro valiente héroe ya está correteando arriba y abajo como un cachorrito de nuevo —la voz de Urbosa resonó con fuerza por la ladera—. Me alegra verte de nuevo en pie, estaba segura de que esta vez no ibas a contarlo.

Urbosa rió, Link esbozó una sonrisa, aunque Mipha se sintió mal por el modo en el que acababa de quitarle hierro al asunto.

—Había pensado en que necesitarías un poco de ayuda con eso —declaró la gerudo señalando la prenda de ropa en su regazo—, no puedes pasearte por el mundo con la ropa toda rota y el pecho al aire, las damas podrían desatender sus deberes o desmayarse de la impresión.

Mipha sintió el rubor teñirle las mejillas. Urbosa conocía sus sentimientos por Link y tenía tendencia a lanzar indirectas en su presencia.

—Tengo un bonito hilo dorado para repararla, si estás dispuesto a soltar la túnica.

Urbosa tendió la mano hacia a él. Link la observó como si entrañase un peligro letal, lo cual era absurdo porque estaban en el mismo bando. Sujetó la túnica del elegido con reverencia y se la entregó.

—Buen chico —declaró dándole un par de palmaditas en la cabeza como si fuera un cachorrito—. Ahora ve a ver a la princesa y dile que estás bien, está muy preocupada por ti. Mientras tanto yo zurciré esta túnica.

—Gracias —musitó poniéndose en pie.

—Está en el jardín delantero con Daruk.

La matriarca de las gerudo se sentó junto a Mipha ocupando el lugar de Link.

—¿Dónde has encontrado hilo dorado?

—En ningún sitio. Son cabellos de nuestra princesa.

—¿Cabellos?

—Las gerudo llevamos generaciones usando el cabello para suturar heridas y arreglar desperfectos en la ropa de las personas a las que queremos —explicó Urbosa y sonrió con afecto a Mipha—. No es muy diferente a lo de usar vuestras escamas para tejer ropajes protectores.

Lo entendía, no necesitaba la comparación para entenderlo.

—¿Por qué los de la princesa?

—Bueno, es simple —musitó enhebrando la aguja con uno de aquellos largos cabellos—. Esos dos, le pese a quien le pese, acabarán juntos. Sé que ahora mismo, Zelda, se comporta como una idiota con él, pero sabes tan bien como yo que no siempre ha sido así.

Mipha observó las precisas puntadas que daba Urbosa zurciendo la tela, el pequeño patrón dorado que se entretejía con el original.

—Para Zelda, Link, es lo más importante. Sí, por encima del reino. Él le daba paz mientras el mundo se hundía a su alrededor.

—¿Y qué ha cambiado? —inquirió Mipha.

—Ya no es el soldado que la seguía a todas partes para protegerla, ya no es un chico cualquiera. Ahora es un elegido.

»Zelda se siente presionada estando rodeada de elegidos. Nos ve como a personas útiles con un fin y la capacidad de lograrlo. En cambio, se ve a sí misma como un fracaso al no poder despertar sus poderes.

»Antes Link aliviaba ese peso, él luchaba y vencía siendo una persona normal.

—Y ahora le recuerda que sus poderes siguen sin despertar —finalizó Mipha.

—Eso es.

—Pero que le haya elegido la Espada Maestra no es culpa suya. Es injusto que le trate así.

Urbosa rió. Remató la costura y enhebró otro cabello para continuar.

—¿Has visto lo preocupada que estaba Zelda por él? —preguntó y esperó, sin embargo, Mipha no contestó—. No le preocupaba el bienestar del elegido de la Espada Destructora del Mal, le preocupaba Link.

Aún y así, le dolía el modo en el que le trataba.

—Supongo que no necesitas que te lo diga, pero lo que sientes por él nunca será correspondido.

—Lo sé —susurró.

Urbosa continuó zurciendo la tela, en silencio, hasta que hubo acabado. Alzó la túnica del elegido, los cabellos dorados de Zelda brillaron con el sol.

—Sus destinos están entrelazados como el hilo y los cabellos en esta túnica.

Fin

Notas de la autora:
¡Hola! A veces me gusta escribir sobre la relación de los protagonistas a través de lo que ven otros personajes. Creo que Urbosa es quien tiene más claro que entre esos dos hay más de lo que quieren admitir.
Mañana más.


Lluvia y ruinas. Fictober 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora