El aire dentro de la mansión era denso y pesado, cargado de un silencio que parecía absorber cada sonido que los amigos hacían al caminar. La entrada principal los había conducido a un amplio vestíbulo adornado con candelabros oxidados y un suelo de mármol agrietado. A pesar del evidente deterioro, se podía intuir que en su época de esplendor, este lugar había sido una joya arquitectónica. Sin embargo, el paso del tiempo había dejado su huella en cada rincón, y lo que alguna vez fue lujo, ahora se sentía opresivo y siniestro.
Las paredes estaban cubiertas de papel tapiz descolorido y desgarrado, y los retratos colgados parecían observarlos con ojos que seguían cada uno de sus movimientos. Uriel, que solía ser racional y lógico, no pudo evitar sentirse incómodo mientras recorrían la mansión. Se preguntaba cuántas historias y secretos oscuros albergaban esas paredes.
"Este lugar es... algo", murmuró Carla, susurrando como si temiera que hablar en voz alta pudiera despertar algo que preferían no conocer. Ella había estado fascinada por el arte y la arquitectura de la época victoriana, pero en ese momento, no podía evitar sentir que todo lo que la rodeaba era una pesadilla hecha realidad.
Los amigos comenzaron a explorar los corredores interminables, llenos de puertas que llevaban a habitaciones polvorientas y vacías, cada una más sombría que la anterior. Los muebles, aunque cubiertos de polvo y telarañas, todavía conservaban un aire de grandiosidad decadente. Había camas con dosel, armarios tallados y espejos antiguos que reflejaban sombras en lugar de imágenes. Lucia, siempre perceptiva, sentía un ligero cosquilleo en la nuca, como si algo invisible los observara desde la oscuridad.
Mientras recorrían la mansión, encontraron varias escaleras que conducían a diferentes niveles. Algunas de las escaleras estaban tan deterioradas que crujían bajo el peso de sus cuerpos, haciendo que Bryan mirara con recelo a cada paso. Sin embargo, lo que más les llamó la atención fue una puerta de madera gruesa en el extremo de uno de los pasillos. Estaba asegurada con varios candados pesados y viejos, como si alguien hubiera querido evitar que lo que sea que estuviera allí dentro saliera.
"¿Qué crees que haya ahí?", preguntó Pablo, acercándose para examinar los candados más de cerca.
"Nada bueno, eso es seguro", respondió Uriel, alejándose de la puerta con un escalofrío recorriendo su espalda. "Será mejor que no intentemos averiguarlo."
Finalmente, después de un recorrido que se sintió interminable, cada uno de ellos eligió una habitación. A pesar de la inquietud que sentían, no había muchas opciones. Necesitaban descansar y organizarse, y en algún lugar de la mansión tenían que dormir.
Pablo eligió una habitación en el segundo piso, cerca de una ventana que daba a los jardines abandonados. Bryan optó por una habitación en la planta baja, más cerca de la salida por si ocurría algo extraño. Daiana se quedó en una habitación cercana a la de Pablo, fascinada por la arquitectura del lugar, aunque no podía ignorar la sensación de opresión. Uriel, Lucía y Carla se distribuyeron en las demás habitaciones, cada uno luchando contra la creciente sensación de que tal vez este no era el lugar adecuado para ellos.
Después de dejar sus pertenencias, decidieron reunirse en la cocina para preparar algo de comer. La cocina, situada en un rincón apartado de la mansión, era amplia pero lúgubre, con estanterías de madera que alguna vez habrían estado llenas de provisiones, pero que ahora solo contenían polvo y latas oxidadas. Afortunadamente, habían traído algunas provisiones de la cabaña.
Mientras cortaban vegetales y calentaban agua en una vieja estufa de leña, el ambiente se relajó ligeramente. Se intercambiaron bromas y risas nerviosas, intentando convencerse de que solo era una vieja casa y que no había nada de lo que preocuparse.
De repente, un grito ahogado y aterrador rompió la calma. Era un sonido desgarrador que parecía provenir de lo profundo de la mansión. Los amigos se quedaron paralizados, con el corazón acelerado y el miedo apoderándose de ellos.
"¿Escucharon eso?", susurró Carla, sus ojos abiertos de par en par, tratando de identificar la dirección de la cual venía el sonido.
"¡Claro que lo escuchamos! ¡No estamos sordos!", exclamó Bryan, su voz temblando mientras miraba hacia la oscuridad más allá de la cocina.
Sin perder más tiempo, todos se apresuraron a salir de la cocina, buscando el origen del grito. Recorrieron los pasillos, pero no encontraron a nadie. Sin embargo, cuando pasaron por delante de la puerta del estudio, ésta se cerró de golpe, con una fuerza que sacudió las paredes.
"¿Qué demonios...?" comenzó a decir Uriel, pero su voz se apagó cuando un sonido aún más aterrador llenó el aire.
Desde dentro del estudio, comenzó a sonar una melodía suave y perturbadora, como si alguien estuviera tocando un piano. Pero lo más escalofriante era que ninguno de ellos recordaba haber visto un piano durante su recorrido.
Lucía se quedó paralizada frente a la puerta cerrada, su corazón latiendo con fuerza. "¿Qué está pasando aquí?", preguntó, su voz apenas un susurro.
El piano continuó sonando, cada nota resonando en sus oídos como un eco desde otra época, una advertencia del pasado. Ninguno de los seis amigos se atrevió a abrir la puerta del estudio, pero todos sintieron que lo que fuera que habitaba esa mansión, no estaba dispuesto a dejarlos marchar tan fácilmente.
Y en ese momento, todos comprendieron que algo oscuro y siniestro los rodeaba, algo que no pertenecía al mundo de los vivos.
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TERROR EN LA MANSION
HorrorPrólogo La mansión Moreau se erige en lo profundo de las montañas como un monolito olvidado por el tiempo. En sus muros de piedra, que alguna vez fueron símbolo de riqueza y prestigio, se esconde una oscuridad que ha crecido durante décadas, aliment...