Capítulo 29: La Última Barrera

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Los chicos habían logrado lo impensable: detener temporalmente al maniático que los había perseguido. Pero ahora, lo que importaba era salir de la mansión antes de que todo colapsara sobre ellos. Estaban agotados y heridos, pero la adrenalina seguía bombeando en sus venas, empujándolos a seguir adelante. Sabían que no tenían tiempo que perder.

De pronto, Bryan, casi sin fuerzas, habló con un hilo de voz. "¿Por qué no volamos la puerta... como volamos el túnel?"

La idea era peligrosa, pero tenía sentido. Daiana lo miró con determinación. "Eso podría funcionar", dijo, mientras todos dirigían sus miradas a Uriel, el más lógico y analítico del grupo.

Uriel frunció el ceño, calculando rápidamente los riesgos. "La puerta es de hierro", dijo, pensativo. "Necesitaríamos mucho más explosivo que para el túnel. Podría salir mal... pero es posible."

Los chicos intercambiaron miradas, conscientes del peligro. Pero la realidad era que no tenían otra opción. Estaban atrapados, y el tiempo jugaba en su contra. En ese momento, Carla, que seguía muy débil, cayó al suelo, desmayada.

"¡Carla!" gritó Daiana, mientras Pablo se apresuraba a arrodillarse junto a ella.

"Está teniendo un paro", dijo Pablo, con urgencia. Sin perder tiempo, comenzó a reanimarla con masajes cardíacos. "¡Ven aquí, Daiana! ¡Ayúdame!"

Los dos trabajaron en sincronía, luchando por salvar a su amiga. Después de lo que pareció una eternidad, Carla volvió a mostrar signos de vida. Su pulso era débil, pero estaba ahí.

"Está viva", murmuró Pablo, exhausto pero aliviado.

Miró a Uriel, quien seguía calculando los explosivos. "Hazlo, Uriel. No hay nada que pensar. Moriremos aquí si no lo intentamos. Es mejor morir intentando salir que esperar a que nos atrape o que todo se derrumbe."

Bryan, aún con el rostro pálido por la pérdida de sangre, asintió. "Tiene razón... Hazlo. Y hazlo rápido."

Uriel no dudó más. Sabía que era su única opción. Rápidamente, comenzó a preparar la dinamita, asegurándose de colocarla en los puntos clave alrededor de la puerta de hierro. Era un trabajo delicado; un error y todo podría colapsar sobre ellos, pero Uriel mantuvo la calma. Sabía que la explosión tendría que ser precisa para derribar la puerta sin desmoronar toda la estructura.

Mientras Uriel trabajaba, los demás buscaron cualquier mueble o pieza de equipo con la que pudieran hacer una barricada. Si la explosión era demasiado fuerte, necesitaban protegerse. Una vez que todo estuvo preparado, se refugiaron detrás de los muebles, sus corazones latiendo con fuerza.

Uriel encendió la mecha y corrió a esconderse con los demás. El tiempo pareció ralentizarse mientras esperaban el resultado de su acción.

Y entonces, el estruendo.

La explosión sacudió el sótano, haciendo temblar las paredes y llenando el aire de polvo y escombros. El ruido fue ensordecedor, y por un momento, todo se oscureció a su alrededor. Los chicos se cubrieron, sintiendo cómo la presión de la explosión empujaba contra sus cuerpos.

Cuando el ruido disminuyó, el polvo llenó el ambiente. Tosían y apenas podían ver, pero sabían que debían moverse rápido. Pablo fue el primero en levantarse y, con el rostro cubierto de polvo, se dirigió hacia la escalera que llevaba a la puerta de hierro.

"¡Vamos!" gritó.

Daiana, Uriel, y Bryan se levantaron lo más rápido que pudieron. Carla seguía inconsciente, y Uriel la cargó en brazos sin dudar. Juntos, corrieron hacia la escalera. Cuando el polvo finalmente comenzó a asentarse, vieron que la puerta ya no estaba. Parte de la estructura había colapsado, pero el camino estaba despejado.

Con un esfuerzo conjunto, subieron las escaleras, ayudándose unos a otros, aún tosiendo por el polvo y los escombros. Una vez que llegaron a la planta superior, se encontraron de nuevo en los lúgubres salones de la mansión. Pero esta vez, sabían que no podían detenerse a pensar en el terror que habían dejado atrás. Tenían que salir.

Cruzaron los salones a toda velocidad, los recuerdos de su pesadilla acechando en cada rincón. El sonido del martillo arrastrándose, aunque ya no lo oían, seguía resonando en sus mentes. Sabían que el hombre aún podía estar allí, esperando.

Finalmente, llegaron al jardín exterior, el aire frío de la noche los golpeó en la cara. Frente a ellos estaba el auto con el que habían llegado. La libertad parecía estar a solo unos pasos.

Pero entonces, Daiana se detuvo en seco. "¿Las llaves?" preguntó, con la voz llena de pánico. Todos miraron a su alrededor, como si la respuesta fuera a aparecer mágicamente.

"¡No tenemos las llaves!" exclamó Pablo, revisando rápidamente sus bolsillos. "¡Las dejamos adentro cuando todo comenzó!"

La desesperación los golpeó como un balde de agua fría. Habían llegado tan lejos, solo para encontrarse con otro obstáculo. El auto estaba ahí, pero no había manera de encenderlo.

Bryan, aún debilitado, murmuró con frustración. "¿Y ahora qué?"

El grupo se quedó paralizado por un segundo, la esperanza que habían tenido desvaneciéndose lentamente. Pero sabían que no podían rendirse ahora. Estaban tan cerca.

TERROR EN LA MANSIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora