Capítulo 21: La Furia Desatada

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El sonido del martillo resonaba cada vez más cerca, golpeando el empedrado con un ritmo implacable. Daiana y Uriel intercambiaron una mirada de terror mientras se daban cuenta de que no tendrían tiempo suficiente para destruir la macabra escena de la mesa familiar. El hombre del martillo estaba casi sobre ellos.

"¡Cierra la puerta!" gritó Daiana, su voz llena de pánico.

Sin perder un segundo, Uriel corrió hacia la puerta y la cerró con todas sus fuerzas. Sabían que estaban atrapados en esa habitación, pero al menos habían ganado unos instantes más. El pesado cerrojo resonó, dejando a los dos chicos encerrados dentro de la habitación, con los cuatro cadáveres de los hijos del doctor como testigos silenciosos.

El hombre del martillo llegó hasta la puerta, y lo que siguió fue una explosión de furia. Empezó a golpear la puerta con violencia, su martillo chocando contra la madera con una fuerza inhumana. Los gritos de ira que lanzaba eran inentendibles, pero llenos de un odio primitivo que sacudía los nervios de Daiana y Uriel.

"¡Los mataré a ambos! ¡No saldrán de aquí vivos, ninguno de ustedes!" gritaba, su voz deformada por la locura. "¡No les permitiré destruir a mi familia!"

Daiana y Uriel se estremecieron al oírlo, y entonces todo encajó. El hijo menor, el hombre que los perseguía, no solo protegía los cadáveres de sus hermanos y su familia: en su mente enferma, creía que ellos aún estaban vivos, preservados de alguna manera por los experimentos de su padre. Su obsesión por la inmortalidad lo había consumido por completo.

"Él cree que su familia aún está viva", susurró Daiana, con los ojos abiertos de par en par. "No se ha dado cuenta de que están muertos. En su mente, sigue protegiéndolos."

"Eso explica su furia", dijo Uriel, con el corazón martilleándole en el pecho. "Él piensa que estamos tratando de destruir a su familia, la última conexión que tiene con ellos."

Los golpes en la puerta continuaban, más fuertes y desesperados. Cada martillazo resonaba como un latido de pura ira. La puerta empezaba a ceder bajo la fuerza del hombre.

"¡Tenemos que salir de aquí, Uriel!", dijo Daiana, con la respiración agitada. "No va a parar hasta matarnos. Está completamente fuera de control."

"Lo sé", respondió Uriel, su mente trabajando a toda velocidad. "Pero si abrimos la puerta ahora, nos matará. Necesitamos un plan."

Mientras los dos intentaban pensar en una manera de escapar, el ruido de los golpes y los gritos de furia continuaba llenando el aire. Las palabras del hombre eran cada vez más incoherentes, pero cada vez más llenas de odio. "¡No los dejaré destruirnos! ¡Somos inmortales! ¡Este es nuestro hogar!"

A lo lejos, en el refugio donde Carla, Bryan y Pablo intentaban recuperarse, el sonido de los alaridos del hombre llegaba débilmente por los pasillos. Carla, debilitada por sus heridas, apenas podía mantenerse despierta, pero los gritos la hicieron abrir los ojos.

"¿Qué está pasando?", murmuró Carla, su voz débil pero cargada de miedo.

Pablo miró hacia los pasillos con el ceño fruncido. "Son Daiana y Uriel... deben estar en peligro."

"¿Qué vamos a hacer?" preguntó Bryan, que seguía cojeando y con dolor. "No podemos quedarnos aquí sin hacer nada."

La desesperación se apoderó de ellos. Pablo sabía que si salían a buscar a Daiana y Uriel, corrían el riesgo de encontrarse cara a cara con el hombre del martillo. Y si eso sucedía, tanto Carla como Bryan quedarían indefensos, incapaces de luchar o huir.

"Si salgo y él me encuentra, no podré defenderme solo", dijo Pablo, luchando con la difícil decisión. "Pero si no hago nada... Daiana y Uriel pueden morir."

Los tres sabían que, en ese momento, estaban atrapados. Sin poder moverse y con el hombre acechando, solo podían rezar y esperar que sus amigos lograran volver.

Mientras tanto, dentro de la habitación, Uriel y Daiana trataban de encontrar una manera de escapar. Sabían que no podían enfrentarse directamente al hombre con el martillo, pero también sabían que si seguían esperando, la puerta no resistiría mucho más.

"Tenemos que usar la situación a nuestro favor", dijo Uriel, mirando alrededor desesperadamente.

Daiana miró la mesa con los cadáveres momificados y luego el lugar vacío preparado para el hijo menor. De repente, una idea comenzó a formarse en su mente. "Él cree que su familia está viva, ¿verdad?" dijo Daiana, su voz llena de incertidumbre. "¿Y si le hacemos creer que nosotros no estamos aquí para destruirlos?"

"¿Cómo?", preguntó Uriel, sin entender del todo.

"Podríamos fingir que entendemos su obsesión. Que no somos una amenaza para su familia. Tal vez podamos hablar con él, distraerlo, y mientras tanto, buscar una manera de salir."

Uriel dudó por un segundo, pero no tenían otra opción. Era arriesgado, pero mejor que esperar a ser asesinados. "Vale, intentémoslo. Pero tenemos que actuar rápido."

Con el martillo resonando en la puerta y las maderas empezando a ceder, Daiana se acercó a la mesa y, con las manos temblando, enderezó los cubiertos y la vajilla, haciendo que todo pareciera aún más organizado, como si realmente estuvieran respetando la escena macabra.

Cuando la puerta finalmente cedió, el hombre irrumpió en la habitación, su rostro retorcido por la furia. Su mirada salvaje recorrió la habitación, fijándose en los cuerpos momificados de sus hermanos, en la mesa arreglada con cuidado, y finalmente en Daiana y Uriel.

"¿Qué están haciendo...?" gruñó el hombre, con el martillo aún en alto.

"¡No queremos destruir a tu familia!" gritó Daiana, levantando las manos. "Lo entendemos. ¡Entendemos que ellos son importantes para ti!"

Uriel, temblando pero decidido, se unió a la conversación. "No estamos aquí para hacerles daño. Solo queremos entender... solo queremos ayudar. Sabemos que tu padre te hizo algo horrible, que te convirtió en lo que eres."

El hombre los miró, su furia aún palpable pero vacilante. "¿Qué... qué saben ustedes de mi padre?"

"Sabemos que experimentó con ustedes", dijo Daiana, su voz controlada pero suave. "Sabemos que te hizo sufrir. Pero no estamos aquí para destruir eso. No queremos dañar lo único que te queda."

El hombre respiraba agitadamente, su pecho subiendo y bajando con fuerza. Sus ojos, llenos de dolor y confusión, se fijaron en la mesa. Durante un momento, pareció titubear, como si estuviera intentando procesar lo que estaba ocurriendo.

Era su única oportunidad.

Mientras Daiana seguía hablando, Uriel vio una salida lateral en la habitación. Si lograban distraer al hombre lo suficiente, podrían escapar por ahí.

TERROR EN LA MANSIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora