El pasillo que conducía a la puerta del sótano estaba sumido en una penumbra inquietante, y el aire parecía volverse más denso a medida que se acercaban. Los seis amigos caminaban en silencio, sus pasos resonando en el suelo de madera, acompañados por el sonido de sus respiraciones entrecortadas. La puerta, con sus candados oxidados y su imponente estructura, les esperaba al final del corredor, como una barrera entre ellos y los secretos oscuros que la mansión Moreau había ocultado durante tanto tiempo.
Pablo fue el primero en acercarse a los candados. Su rostro reflejaba una mezcla de determinación y temor. Sabía que lo que estaban a punto de hacer podría desatar algo que no podrían controlar, pero la necesidad de saber era más fuerte que cualquier advertencia.
"¿Cómo vamos a abrir esto?" preguntó Bryan, mientras examinaba los candados con cuidado. No tenían una llave, y los candados parecían demasiado resistentes para romperse fácilmente.
"Tenemos que encontrar algo en la cocina", sugirió Daiana. "Algo que podamos usar como palanca o para forzar los candados. No podemos rendirnos ahora."
Todos asintieron, sabiendo que no había otra opción. La cocina estaba llena de utensilios antiguos, algunos oxidados, pero posiblemente útiles para la tarea. Se dirigieron allí rápidamente, y tras rebuscar entre cajones y armarios, encontraron un par de viejos cinceles y un martillo de hierro pesado. Eran herramientas rudimentarias, pero podrían servir para su propósito.
"Esto debería funcionar", dijo Uriel, mientras sostenía el martillo y los cinceles. Aunque su mente lógica le decía que esto era una mala idea, su curiosidad era aún más fuerte.
Regresaron al sótano con las herramientas en mano. Pablo y Bryan tomaron el martillo y el cincel, comenzando a trabajar en los candados con fuerza y precisión. El sonido del metal golpeando el metal resonaba por la mansión, rompiendo el silencio opresivo que les había envuelto desde que llegaron. Cada golpe enviaba una vibración a través de sus cuerpos, aumentando la tensión en el aire.
Después de varios minutos de esfuerzo y sudor, los candados finalmente cedieron uno a uno, cayendo al suelo con un ruido sordo. La puerta, que antes parecía inquebrantable, ahora estaba libre. Se miraron entre sí, conscientes de que habían llegado a un punto de no retorno.
"Está bien", dijo Pablo, respirando profundamente. "Abrámosla."
Daiana y Lucía empujaron la pesada puerta de madera, que se abrió con un crujido escalofriante. Lo que apareció frente a ellos fue una escalera de piedra que descendía en espiral hacia la oscuridad. El aire que emergía de las profundidades era frío, húmedo y olía a moho y algo más, algo indefinible y perturbador.
El grupo se quedó parado al borde de la escalera, dudando por un momento. La oscuridad que se extendía debajo de ellos parecía viva, como si los estuviera llamando, invitándolos a descubrir sus secretos. Cada paso hacia abajo se sentía como un acercamiento al abismo.
"Tenemos que hacerlo juntos", dijo Lucía, rompiendo el silencio con una voz temblorosa. "Si hemos llegado hasta aquí, no podemos volver atrás ahora."
Uriel sacó una linterna de su mochila, que llevaba por si acaso. Encendió la luz, que proyectó un haz estrecho sobre la escalera, revelando peldaños cubiertos de polvo y telarañas. Con un último intercambio de miradas, los seis comenzaron a descender, uno tras otro, con Uriel liderando el camino y Pablo cerrando la marcha.
Cada paso que daban hacia abajo resonaba en las paredes de piedra, amplificando el eco de sus movimientos. El frío se intensificaba a medida que descendían, y la sensación de claustrofobia comenzaba a apoderarse de ellos. La escalera parecía interminable, y cada giro revelaba más y más oscuridad.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegaron al fondo. La linterna de Uriel iluminó un amplio espacio subterráneo, más grande de lo que habían imaginado. Las paredes de piedra estaban cubiertas de inscripciones y dibujos que parecían grabados a mano, y el suelo estaba lleno de escombros y viejos muebles deteriorados. En una de las esquinas, un antiguo laboratorio parecía haber sido abandonado apresuradamente, con frascos, instrumentos médicos y papeles esparcidos por todas partes.
"Esto... esto es aterrador", murmuró Carla, sintiendo que el aire se volvía aún más pesado.
Pero lo más perturbador no era el laboratorio en sí, sino una gran mesa de operaciones en el centro de la habitación, aún cubierta con lo que parecían restos de antiguos experimentos. Alrededor de la mesa, había lo que parecían celdas, o pequeñas habitaciones cerradas con barrotes oxidados. La atmósfera era densa, casi asfixiante.
Pablo caminó hacia una de las celdas, sintiendo una mezcla de horror y fascinación. "¿Qué hizo el doctor Moreau aquí? Esto... esto no puede ser real."
"Esto explica los candados", dijo Uriel con un nudo en la garganta. "Lo que sea que estaba ocurriendo aquí abajo, el doctor no quería que nadie lo supiera."
Pero había más. En una esquina oscura, casi oculta por la sombra, vieron algo que les heló la sangre. Unas marcas en la pared, como si alguien hubiera arañado la piedra con desesperación. Eran marcas profundas, irregulares, hechas por manos humanas.
Lucía retrocedió, llevándose una mano a la boca, sintiendo una oleada de terror. "¿Qué les ocurrió a los hijos desaparecidos? ¿Estuvieron aquí abajo? ¿Es posible que...?"
Nadie respondió, pero la pregunta quedó en el aire, flotando como una sentencia. Los seis amigos se quedaron en silencio, mirando el lugar donde la luz de la linterna apenas lograba disipar las sombras, conscientes de que lo que habían encontrado no solo era una prueba de la locura del doctor Moreau, sino de algo mucho peor. Algo que había permanecido oculto durante décadas, esperando a ser descubierto.
Y ahora, ellos estaban allí, en el corazón de la oscuridad, con la certeza de que la verdadera pesadilla acababa de comenzar.
ESTÁS LEYENDO
TERROR EN LA MANSION
HorrorPrólogo La mansión Moreau se erige en lo profundo de las montañas como un monolito olvidado por el tiempo. En sus muros de piedra, que alguna vez fueron símbolo de riqueza y prestigio, se esconde una oscuridad que ha crecido durante décadas, aliment...