La noche era pesada y silenciosa, el aire cargado de tensión. Los chicos, agotados y heridos, se encontraban fuera de la mansión Moreau, esperando con el corazón en un puño. Después de haber logrado escapar del sótano, el alivio parecía momentáneo. Bryan, con voz débil, había recordado que las llaves del auto estaban dentro de su bolso, en la habitación donde había dormido la primera noche.
La idea de volver a entrar en la mansión les parecía una pesadilla, pero no había otra opción. Pablo fue quien se ofreció a ir por las llaves.
"Yo iré", dijo Pablo, firme pero nervioso. "Ustedes quédense aquí. Intenten llamar a la policía. Si tienen señal y batería, usen el teléfono. Y si no salgo... no entren a buscarme. Salgan de aquí como sea."
El grupo lo miró, sabiendo que era un sacrificio peligroso. Daiana, Uriel y Bryan querían protestar, pero entendían que Pablo tenía razón. La única opción era conseguir esas llaves.
"Calma. Volveré con las llaves", dijo Pablo, tratando de tranquilizarlos con una sonrisa que no alcanzaba a ocultar su miedo. Tomó un fierro de metal en su mano y, con un último vistazo a sus amigos, se giró hacia la mansión.
Entró al edificio una vez más, el sonido de sus pasos reverberando en el silencio. La oscuridad y el olor rancio lo envolvieron al cruzar el umbral. Cada rincón de la mansión parecía estar vivo con la historia que habían vivido allí, y el simple acto de cruzar el pasillo lo llenó de un frío espantoso. Al pasar por la entrada del sótano que habían derrumbado, un escalofrío le recorrió la espalda. Pero se obligó a continuar, recordando que cada segundo contaba.
Subió rápidamente las escaleras, atento a cada sonido. El camino hacia los dormitorios, que antes había sido tan familiar, ahora se sentía interminable. Los pasillos se extendían frente a él, oscuros y amenazantes. Finalmente, llegó a la puerta de la habitación donde Bryan había dormido. Abrió la puerta con rapidez y entró, buscando el bolso de su amigo con una mezcla de prisa y terror.
Tiró todo lo que había en el bolso al suelo, sus manos temblorosas por la ansiedad. Y entonces, por fin, las vio: las llaves. Las tomó rápidamente, sintiendo una ola de alivio.
Pero justo cuando se disponía a salir de la habitación, algo cambió en el aire. Un escalofrío recorrió su cuerpo y su respiración se detuvo por un segundo. Al girarse, lo vio.
El hombre del martillo estaba parado en la puerta, cubierto de sangre. Sus ojos, oscuros y hundidos, lo miraban fijamente, sin expresión alguna en su rostro. El martillo colgaba en su mano, manchado con sangre seca. Todo en él emanaba una mezcla de locura y muerte.
"De aquí... nadie sale", dijo el hombre, su voz grave y vacía, llena de odio.
Pablo sintió el pánico apoderarse de él, pero no podía permitirse el lujo de paralizarse. Apretó con fuerza el fierro que llevaba en la mano, consciente de que esta vez no había lugar para huir sin luchar.
El hombre comenzó a avanzar hacia él, levantando el martillo con una lentitud que parecía aún más amenazante. Pablo, sabiendo que no tenía opción, se abalanzó sobre él. El metal del fierro chocó contra el martillo en un estruendo que resonó en todo el pasillo. La lucha fue intensa y desquiciada. Cada golpe que lanzaban era una batalla por la supervivencia.
Pablo logró esquivar algunos de los ataques del hombre, aunque uno de los golpes del martillo rozó su brazo, haciéndolo gritar de dolor. El peso del martillo era abrumador, y cada movimiento del hombre era impredecible. Pero Pablo sabía que no podía permitirse el lujo de caer aquí.
Con un esfuerzo desesperado, Pablo consiguió empujarlo lo suficiente como para salir de la habitación. Corrió por el pasillo, con el sonido de los pasos del hombre retumbando tras él. El martillo golpeaba el suelo, creando un eco que parecía seguirlo en cada esquina. Pablo corría con todo lo que le quedaba, sabiendo que si se detenía, sería su fin.
Mientras tanto, afuera, Daiana, Uriel y Bryan esperaban junto al auto, desesperados por una señal de Pablo. Uriel, con el único teléfono que tenía algo de batería, había logrado llamar a la policía. Apenas había conseguido dar la dirección antes de que la batería se agotara y el teléfono muriera.
"¡Lo logré!" exclamó Uriel, su voz cargada de esperanza, pero el alivio fue breve. Apenas unos momentos después, escucharon ruidos dentro de la mansión. Gritos. Eran inconfundibles. El sonido del martillo, los golpes y la voz de Pablo luchando por su vida.
"¡No puede ser... él está dentro!" exclamó Bryan, pálido por el miedo.
"¡No puede ser! ¡Derrumbamos el pasillo!" dijo Daiana, sin poder creer que el hombre seguía con vida.
El pánico los invadió. No podían abandonar a Pablo, pero sabían que si entraban, podrían no salir. Miraron la mansión, atrapados entre la desesperación y el miedo.
Dentro, Pablo corría por los pasillos, apenas capaz de respirar. Sentía la presencia del hombre cada vez más cerca, y sabía que no podía seguir así por mucho tiempo. Pero las llaves estaban en su mano, y si lograba llegar al auto, podrían escapar de esta pesadilla.
El pasillo se extendía frente a él, y la puerta de la mansión estaba a solo unos metros de distancia. Pero el hombre estaba tras él, su martillo arrastrándose por el suelo con un ruido espeluznante.
Pablo supo que estaba a punto de enfrentar el momento decisivo.
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TERROR EN LA MANSION
HorrorPrólogo La mansión Moreau se erige en lo profundo de las montañas como un monolito olvidado por el tiempo. En sus muros de piedra, que alguna vez fueron símbolo de riqueza y prestigio, se esconde una oscuridad que ha crecido durante décadas, aliment...