Capítulo 31: El Fin de la Pesadilla

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Pablo corrió desesperado hacia la puerta de la mansión, el sonido de sus propios pasos resonando con fuerza mientras el martillo del hombre seguía golpeando detrás de él. Al llegar a la entrada, abrió la puerta de par en par y gritó a sus amigos: "¡Rápido, suban al auto!"

Daiana, Uriel, Bryan y Carla, debilitados pero decididos a sobrevivir, se apresuraron hacia el vehículo. El aire estaba cargado de tensión y desesperación. Cada segundo contaba. Pablo se subió al asiento del conductor con las llaves en la mano, y todos tomaron su lugar rápidamente.

"¡Prende el auto, rápido!" gritó Daiana, su mirada fija en la figura que se acercaba desde la mansión.

El hombre del martillo ya estaba en la puerta, sus ojos llenos de odio, su respiración pesada y su cuerpo cubierto de sangre. Los miraba con una furia contenida, como si cada golpe que daba lo impulsara aún más hacia ellos. Pablo giró la llave en el encendido, pero el motor no arrancaba.

"¡No prende!" gritó Pablo, golpeando el volante con frustración. "¡Maldita sea, no puede ser!"

"¡Ahí viene!" exclamó Daiana, viendo cómo el hombre se acercaba, su martillo levantado listo para golpear.

En cuestión de segundos, el hombre estaba sobre ellos. Con un grito de furia, dejó caer el martillo con toda su fuerza sobre el capó del auto. El impacto fue tan fuerte que el vehículo se sacudió violentamente. Pablo seguía intentando arrancar el auto, pero cada vez que giraba la llave, solo oía el crujido del motor muerto.

"¡Nos va a matar!" gritó Uriel, mientras el hombre golpeaba el coche una y otra vez, dejando abolladuras profundas en la carrocería. El sonido de los golpes retumbaba en el interior del auto como una campana de muerte.

"¡No!" gritó Bryan, mirando cómo el martillo del hombre rompía una de las ventanas del auto, dejando entrar el aire frío de la noche.

De repente, la mano del hombre atravesó la ventana rota y tomó a Pablo del cuello, apretándolo con una fuerza brutal. Pablo luchaba por respirar, su rostro enrojecido por la falta de aire. Sus amigos, llenos de pánico, intentaban golpear al hombre desde dentro del auto, empujando, pateando y lanzando cualquier cosa que pudieran encontrar.

Pero el hombre, en su locura, parecía imparable. El tiempo se ralentizó mientras Pablo luchaba por liberarse. El auto seguía sin encenderse, y la desesperación llenaba el aire.

Y entonces, en un instante que pareció durar una eternidad, se escuchó una detonación. Un disparo resonó en el aire, cortando el caos como un rayo. El hombre se detuvo de golpe, su cuerpo rígido por un segundo. Lentamente, su mano soltó el cuello de Pablo, y su cuerpo colapsó, cayendo al suelo frente al auto, muerto.

Los chicos, confundidos y en shock, no entendían lo que había pasado. Todos miraron alrededor, tratando de procesar lo que acababa de ocurrir. Sus corazones seguían latiendo a mil por hora. Fue entonces cuando vieron a la policía acercándose, con armas en mano.

Un oficial bajó su arma y se acercó al auto. "¿Están bien?" preguntó con seriedad. "¿Qué hacían en esa casa?"

El alivio los inundó de golpe. Pablo, aún recuperando el aliento, bajó del coche junto con los demás, cojeando pero vivos. La policía los rodeó, y por primera vez en horas, sintieron que estaban a salvo.

"Nos encontraron", murmuró Daiana, sus piernas temblando de pura emoción.

La policía los ayudó a salir del auto y les ofreció mantas mientras escuchaban sus explicaciones. Los chicos, exhaustos, contaron todo lo que había ocurrido: la llegada a la mansión, el descubrimiento del sótano, los experimentos del doctor Moreau, el hombre que los había estado cazando y todo el horror que habían vivido.

Uno de los policías asintió, visiblemente sorprendido. "Por fin se revela el misterio de la desaparición de la familia del doctor Moreau. Ha sido una leyenda por años, pero nunca pensamos que la verdad sería así de aterradora."

Los chicos, aunque aliviados de que todo hubiera terminado, seguían afectados por la tragedia. Pablo, aún temblando, se apoyó contra el auto, sintiendo el cansancio en cada fibra de su cuerpo.

"Ya viene la ambulancia", dijo otro oficial, "serán atendidos y llevados a sus hogares."

Pero Daiana, con una expresión sombría, negó con la cabeza. "No todos...", dijo en voz baja. "Lucía no volverá. Ella fue otra víctima de esta familia. Nunca debió morir así."

Los amigos se miraron, recordando a Lucía, su risa, su valentía, y el dolor que habían vivido al perderla. Sabían que nunca podrían olvidar lo que habían pasado en esa mansión, y que la muerte de Lucía siempre estaría presente en sus corazones.

Con lágrimas en los ojos, los chicos se abrazaron, sintiendo el peso de la pérdida y el alivio de haber sobrevivido. La mansión Moreau había cobrado una víctima más, pero el resto de ellos saldría de allí, aunque marcados para siempre.

Finalmente, la pesadilla había terminado.

TERROR EN LA MANSIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora