Con el peso del miedo a sus espaldas, Daiana y Uriel avanzaban lentamente por los interminables pasillos del laberinto subterráneo de la mansión Moreau. Cada paso era un desafío, sus sentidos alertas, sabiendo que el hombre del martillo no estaba lejos. La oscuridad envolvía el ambiente, apenas mitigada por las tenues luces de sus antorchas. En sus manos, Daiana llevaba una vieja y oxidada hacha, mientras Uriel empuñaba un fierro y un cuchillo igualmente desgastado por el tiempo. Aunque sabían que esas armas apenas serían suficientes, era todo lo que tenían.
El eco del martillo arrastrándose sobre el empedrado resonaba en la distancia. Aquel sonido agudo y metálico era un recordatorio constante de que no estaban solos. Él también los buscaba. Sabían que el enfrentamiento era inevitable, pero por ahora debían llegar al laboratorio, el lugar donde creían que todos los secretos de la mansión estaban guardados.
Después de lo que pareció una eternidad caminando en la penumbra, una puerta llamó su atención. A diferencia de las otras, esta no estaba cubierta de polvo ni envejecida como el resto de la mansión. Era extrañamente limpia, y, lo más inquietante, desde dentro parecía emanar una luz tenue, como si lámparas o velas estuvieran encendidas al otro lado.
Daiana y Uriel intercambiaron miradas, conscientes del peligro, pero sabiendo que debían investigar. Se acercaron con cautela, sus corazones latiendo con fuerza. Uriel giró lentamente el pomo, y con un crujido suave, la puerta se abrió, revelando una escena que los hizo detenerse en seco.
Lo que vieron al entrar en la habitación les heló la sangre.
Frente a ellos, una mesa estaba puesta con una elegancia que contrastaba violentamente con el horror del lugar. La alfombra bajo sus pies estaba limpia y bien cuidada, y sobre la mesa había cubiertos de plata dispuestos perfectamente para una cena familiar. Cuadros antiguos adornaban las paredes, representando escenas de paisajes bucólicos y retratos de la familia Moreau. Un antiguo aparador, polvoriento pero imponente, estaba lleno de retratos enmarcados del doctor Moreau y su familia. Pero lo más espeluznante era lo que estaba sentado en la mesa.
Había cinco sillas alrededor de la mesa, pero cuatro de ellas estaban ocupadas por cuerpos momificados. Los cadáveres, antiguos y descompuestos, permanecían en posición sentada, vestidos con ropa que alguna vez fue elegante pero que ahora se había desvanecido en jirones. Sus rostros, congelados en una grotesca mueca de muerte, parecían contemplar la mesa como si estuvieran a punto de disfrutar de una comida.
Daiana, con la garganta seca por el horror, dio un paso hacia adelante, sus ojos recorriendo la habitación y deteniéndose en el lugar vacío, una silla aún desocupada, perfectamente preparada para un quinto comensal.
"¿Qué es esto...?" susurró Daiana, su voz apenas un hilo de sonido en medio del ambiente cargado de muerte.
Uriel, tratando de controlar el temblor en sus manos, miró los cuerpos y, de repente, la realidad golpeó con fuerza. "Daiana... estos deben ser los cuatro hijos desaparecidos del doctor."
Las palabras de Uriel resonaron en la cabeza de Daiana, y de pronto todo comenzó a cobrar sentido. La noche fatídica de 1965, los hijos que habían desaparecido sin dejar rastro, los horribles experimentos del Dr. Moreau... Todo estaba conectado.
"Los mantuvo aquí... todo este tiempo..." murmuró Daiana, mientras su mente trataba de procesar lo que veía. "No desaparecieron. Fueron víctimas de los experimentos de su propio padre."
"Él los inmortalizó de alguna manera", añadió Uriel, horrorizado por la revelación. "El doctor estaba obsesionado con la inmortalidad... y usó a sus propios hijos como sujetos de prueba. Estos son los cuatro hijos desaparecidos. Sus cuerpos momificados... ¡Es como si estuvieran esperando algo!"
Daiana miró de nuevo la mesa, el lugar vacío que parecía listo para recibir a un quinto comensal. Y entonces lo comprendió todo.
"El lugar vacío... es para él. Para el hijo menor", dijo, sintiendo que el miedo se convertía en algo más profundo. "Él era el último de los hijos. El que fue encontrado en estado catatónico. El que supuestamente murió en el incendio del manicomio. Pero no murió. Escapó y volvió aquí, a su hogar, a la única familia que le quedaba, aunque solo fueran sus cadáveres."
Uriel tragó saliva, mirando la silla vacía con una mezcla de horror y compasión. "Toda su vida ha estado atrapado en este ciclo de locura. Su padre lo condenó a vivir como un monstruo, y ahora... busca venganza contra cualquiera que intente invadir lo que queda de su familia."
Los dos permanecieron en silencio durante unos segundos, observando aquella macabra escena. Los cuerpos de los hijos del Dr. Moreau, sentados en esa mesa como si el tiempo se hubiera detenido, eran un recordatorio de hasta dónde había llegado la obsesión del doctor. El hijo menor, el hombre que los perseguía con el martillo, no solo buscaba proteger la mansión. Buscaba proteger los restos de su familia, preservados grotescamente en ese banquete infernal.
"¿Y si esto... este lugar... es lo que lo mantiene aquí?", preguntó Daiana en voz baja, mientras su mente intentaba encontrar una solución. "¿Y si destruir esta escena... destruir esta 'cena' familiar... podría liberarlo o acabar con él?"
"Es posible", dijo Uriel, comprendiendo la lógica. "Es como si esta cena fuera una representación de la vida que él perdió, la vida que su padre le arrebató. Si rompemos este ciclo... tal vez podamos detenerlo."
Pero antes de que pudieran actuar, el inconfundible sonido del martillo arrastrándose sobre las piedras resonó una vez más en los pasillos. Esta vez, estaba más cerca. Daiana y Uriel sabían que el hombre del martillo se acercaba, tal vez guiado por la perturbación de su macabra cena familiar.
"Está aquí", dijo Uriel, con los ojos llenos de terror y urgencia.
Daiana apretó el hacha en su mano, sintiendo el peso del acero oxidado. "Tenemos que destruirlo. Ahora."
Con una última mirada a los cadáveres momificados, Uriel y Daiana sabían que no había vuelta atrás. Si querían sobrevivir y poner fin a la pesadilla de la mansión Moreau, tendrían que destruir los últimos vestigios de la familia y enfrentarse a su guardián vengativo.
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TERROR EN LA MANSION
TerrorPrólogo La mansión Moreau se erige en lo profundo de las montañas como un monolito olvidado por el tiempo. En sus muros de piedra, que alguna vez fueron símbolo de riqueza y prestigio, se esconde una oscuridad que ha crecido durante décadas, aliment...