Capítulo 14: La Decisión de Sobrevivir

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El agotamiento era palpable en cada uno de ellos. Después de horas de terror, persecuciones, y la constante amenaza del hombre del martillo, el grupo estaba al borde del colapso. Con la oscuridad envolviéndolos, su situación se tornaba cada vez más desesperada. Estaban hambrientos, sedientos y física y emocionalmente destrozados.

Daiana se sentó junto a Carla, quien yacía contra la pared, su rostro pálido y su respiración entrecortada. El dolor en su hombro herido la estaba consumiendo, pero aún más profundo era el miedo y la resignación que veía en sus ojos. Carla, con voz débil y temblorosa, miró a Daiana, y en sus ojos se reflejaba la sombra de la desesperanza.

"Tienen que salir de aquí... Yo solo seré una carga. Sálvense ustedes. No creo poder superar esto", susurró Carla, su voz apenas audible.

Daiana sintió que el corazón se le rompía al escuchar a su amiga hablar así. Pero no podía permitir que la desesperación se apoderara de ellos, especialmente no de Carla. Reuniendo toda la fuerza que pudo, tomó la mano de Carla y la miró fijamente a los ojos, esforzándose por ocultar su propio miedo.

"Jamás", respondió Daiana con determinación. "Eso nunca, Carla. Tú eres fuerte, y vas a salir de aquí con nosotros. Todos vamos a salir juntos, ¿me oyes? No te vamos a dejar atrás."

Carla asintió débilmente, aunque sabía que las probabilidades de sobrevivir en su estado eran mínimas. Sin embargo, la fuerza en las palabras de Daiana le dio un pequeño rayo de esperanza, una chispa de resistencia en medio del abismo.

De repente, Carla miró alrededor con confusión. "¿Dónde está Lucía?" preguntó, con una inquietud creciente en su voz.

El silencio que siguió fue pesado y opresivo. Los chicos intercambiaron miradas llenas de dolor y culpa, sin saber cómo responderle. Finalmente, Uriel, quien siempre había sido el más racional del grupo, reunió el coraje para hablar.

"Ese maldito la atrapó y se la llevó", dijo Uriel con voz temblorosa. "Pero vamos a buscarla, Carla. La encontraremos, te lo prometo."

Las palabras de Uriel no parecieron tranquilizar a Carla, pero todos sabían que no había más que podían hacer en ese momento. Estaban al borde del agotamiento, y continuar en esas condiciones solo los haría más vulnerables.

"Necesitamos descansar", dijo Pablo, consciente de la gravedad de su situación. "Si no recuperamos algo de fuerzas, no podremos seguir adelante. Vamos a asegurarnos de bloquear bien las puertas y haremos turnos para vigilar."

Aunque la idea de dormir en ese lugar era aterradora, sabían que no tenían otra opción. Se aseguraron de bloquear las puertas con todos los muebles que pudieron encontrar en el sótano, creando una barricada improvisada. Luego, se organizaron para hacer turnos de vigilancia, de modo que siempre hubiera alguien despierto, vigilando cualquier peligro.

Daiana, Pablo, Uriel y Bryan se turnaron para asegurarse de que nadie bajara la guardia. Mientras uno vigilaba, los demás intentaban descansar, aunque el sueño era difícil de alcanzar en medio del miedo que los rodeaba.

El sótano, que ya era oscuro y claustrofóbico, se sentía aún más opresivo mientras intentaban dormir. Los ecos de la mansión resonaban a su alrededor, y cada pequeño crujido o sonido hacía que se sobresaltaran, temiendo que el hombre del martillo regresara en cualquier momento.

Carla, recostada contra la pared, luchaba por mantenerse consciente. El dolor en su hombro era constante y agudo, pero lo que más le dolía era la idea de que quizás no volvería a ver a Lucía, de que quizás no volvería a salir a la luz del día. Pero Daiana seguía a su lado, sosteniendo su mano, ofreciéndole el único consuelo que podía en medio de la oscuridad.

El turno de vigilancia de Bryan fue el primero. Se sentó cerca de la barricada, con la antorcha en una mano y una barra de hierro que había encontrado en la otra. Sus ojos escudriñaban la penumbra, tratando de ver más allá de las sombras que parecían moverse por sí solas. El miedo era palpable, pero sabía que debía mantenerse firme.

El tiempo pasaba lentamente, y cada minuto parecía una eternidad. Bryan sentía cómo la fatiga lo invadía, pero se obligó a mantenerse despierto. Sabía que, por el bien de sus amigos, no podía permitirse descansar hasta que estuvieran a salvo.

Finalmente, su turno terminó, y Uriel lo reemplazó. Bryan se recostó, pero el sueño lo eludió. Sus pensamientos estaban con Lucía, imaginando dónde podría estar y si aún habría esperanza de encontrarla con vida. La culpa lo consumía, y aunque sabía que había hecho todo lo posible, no podía evitar sentirse responsable.

Mientras Uriel vigilaba, Daiana, quien también estaba despierta, sintió una mezcla de miedo y determinación. Sabía que al amanecer, o lo más cerca que estuvieran de ese momento, tendrían que enfrentarse a lo peor. Pero también sabía que, pase lo que pase, no abandonarían a Carla ni a Lucía.

La noche en la mansión Moreau era interminable, y mientras intentaban descansar, la mansión seguía vigilando, esperando el momento para atacar de nuevo. Pero por ahora, aunque fuera solo por un breve instante, los jóvenes se aferraron al escaso consuelo de estar juntos, decididos a luchar hasta el último aliento por su supervivencia.

TERROR EN LA MANSIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora