Uriel y Carla avanzaban lentamente por el pasadizo, sus corazones latiendo con fuerza en el pecho. La luz de la linterna de Uriel era su única guía en la oscuridad, pero la batería ya estaba agotándose. Uriel había notado que la luz comenzaba a parpadear, pero mantuvo la calma, esperando que aguantara un poco más.
Sin embargo, de repente, la linterna se apagó por completo, sumiéndolos en una oscuridad casi total. Uriel maldijo en voz baja, sacudiendo la linterna, pero era inútil. "¡Mierda! Se acabó la batería", murmuró, frustrado. Luego, tratando de mantenerse positivo, añadió, "Pero aún tenemos la antorcha, al menos."
Carla asintió, aunque el miedo en sus ojos era palpable. La luz de la antorcha lanzaba sombras inquietantes sobre las paredes de piedra, pero ofrecía algo de consuelo en medio de la oscuridad.
De repente, Carla soltó un grito aterrorizado que resonó en el pasillo. "¡Hay un hombre! ¡Hay un hombre allí!"
Uriel levantó la vista de inmediato, su corazón dando un vuelco. A la luz tenue de la antorcha, vio lo que Carla había visto: la silueta de un hombre, cubierto con un largo abrigo negro y una capucha que ocultaba su rostro. En su mano llevaba lo que parecía ser un martillo pesado, y se acercaba a ellos con pasos lentos pero decididos.
El terror se apoderó de Uriel. "¡Corre! ¡Corre!" gritó, tomando a Carla de la mano y comenzando a correr por el pasillo sin saber bien adónde iban. La antorcha en la mano de Carla lanzaba sombras danzantes que solo aumentaban su pánico.
Pero en su desesperada huida, Carla tropezó y cayó al suelo. Su pie quedó atrapado en un hueco en el piso, y por más que intentaba liberarlo, no podía sacarlo. "¡No puedo sacarlo! ¡No puedo sacarlo!" gritó Carla, su voz llena de pánico mientras luchaba por liberarse.
Uriel se agachó de inmediato, tirando de su pierna con todas sus fuerzas mientras escuchaba los pasos del hombre acercándose cada vez más. El sonido del martillo arrastrándose por el suelo de piedra resonaba en sus oídos, aumentando su terror.
Finalmente, con un último esfuerzo, Uriel logró sacar el pie de Carla del hueco, justo en el momento en que la silueta oscura del hombre llegaba a su lado. En la penumbra, no podían ver su rostro claramente, pero la presencia era ominosa, cargada de una malevolencia palpable.
El hombre levantó el martillo, y antes de que Uriel pudiera reaccionar, lo dejó caer con todas sus fuerzas sobre Carla. El golpe la alcanzó en el hombro, y el sonido de hueso y carne aplastados llenó el aire, seguido por un grito desgarrador que resonó por todo el laberinto.
Carla gritó con un dolor tan intenso que su voz se quebró en un sollozo desesperado. El dolor era insoportable, como si su cuerpo estuviera siendo destrozado desde dentro. Uriel, con el pánico y la adrenalina impulsándolo, la tomó de nuevo, ignorando el dolor de Carla, y continuaron corriendo, sabiendo que detenerse significaría su fin.
Mientras corrían, los gritos de Carla habían llegado a oídos de los otros grupos. Pablo, Lucía, Daiana y Bryan se detuvieron en seco al escuchar el sonido, el grito de Carla reverberando en los oscuros pasillos.
"¡Carla! ¡Uriel! ¡¿Dónde están?!" gritó Daiana, su voz llena de desesperación. Todos comenzaron a correr en dirección al grito, sin saber que el peligro los rodeaba a cada paso.
La mansión parecía estar viva con el sonido de sus propios ecos, amplificando el caos y la desesperación de los jóvenes atrapados en su interior. Los pasillos retorcían la realidad, y el miedo se convirtió en su única guía en la oscuridad.
Carla y Uriel corrían, con Carla cojeando y luchando por mantenerse en pie. El hombre de la capucha los seguía de cerca, su presencia como una sombra de muerte que los acechaba incansablemente. Cada paso que daban, cada vuelta en el laberinto, parecía solo llevarlos más profundamente en un horror sin fin.
"¡No te detengas! ¡No mires atrás!" gritó Uriel, aunque sentía que sus palabras eran vacías frente al terror que los rodeaba.
Finalmente, giraron una esquina y vieron la luz de las antorchas de los otros, que corrían hacia ellos. "¡Carla! ¡Uriel!" gritó Bryan, aliviado al verlos, pero ese alivio se desvaneció al ver la condición de Carla, su rostro pálido y su brazo colgando inerte, el hombro aplastado por el golpe del martillo.
"¡Ayúdennos!" gritó Uriel, jadeando por el esfuerzo y el terror, mientras el grupo se reunía. "¡Tenemos que salir de aquí, ahora!"
Daiana, viendo el peligro inminente y el estado crítico de Carla, decidió que no podían perder más tiempo. "¡Vamos! ¡Sigan corriendo! No podemos detenernos, debemos encontrar una salida, ¡ahora!"
El grupo, ahora unido nuevamente, comenzó a correr juntos, pero el sonido de los pasos del hombre en la oscuridad les recordaba que no estaban solos. La mansión parecía cambiar a su alrededor, los pasillos se alargaban y las sombras se cerraban sobre ellos. Estaban atrapados en un laberinto de pesadilla, perseguidos por una presencia que no descansaría hasta verlos caer.
La esperanza de escapar se desvanecía con cada paso, pero sabían que no podían rendirse. La mansión Moreau los había atrapado en su red de oscuridad, y ahora, su única salida era seguir corriendo... antes de que fuera demasiado tarde.
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TERROR EN LA MANSION
HorrorPrólogo La mansión Moreau se erige en lo profundo de las montañas como un monolito olvidado por el tiempo. En sus muros de piedra, que alguna vez fueron símbolo de riqueza y prestigio, se esconde una oscuridad que ha crecido durante décadas, aliment...