• Capitulo 13

68 5 1
                                    

Mientras seguía picando los vegetales en silencio, escuchaba a Mario desde el fregadero, tarareando una melodía que, honestamente, no reconocía. Cada tanto, él se lanzaba a cantar con entusiasmo. No pude evitar sonreír un poco, aunque fuera desafinado.

— Mario, cantas mal —dijo Riwel, sin mirarlo, concentrado en lo que estaba cocinando—. Mejor sigue lavando los servicios.

— ¡Bah! —protestó Mario, levantando la voz con una sonrisa de desafío—. Tú no sabes lo que es cantar de verdad, por eso no lo valoras.

Riwel negó con la cabeza, riendo para sí mismo, y continuó con lo suyo. "Es increíble la calma que tiene para todo", pensé mientras yo seguía cortando los vegetales, intentando concentrarme.

Unos minutos después, Mario terminó de lavar los servicios y sacudió las manos, secándoselas con un trapo.

— Oye, Riwel, ya acabé. ¿Qué más hago?

Riwel levantó la mirada un segundo, luego sonrió.

— Nada, tómate un pequeño descanso.

Mario lo miró sorprendido, claramente no esperaba esa respuesta.

— ¿Y ahora por qué tan generoso? —preguntó, levantando una ceja, pero sin ocultar su diversión.

— Mejor vete antes de que te ponga a picar cebolla —respondió Riwel sin inmutarse.

Mario soltó una carcajada, pero no perdió el tiempo. Ya estaba corriendo hacia la puerta antes de que Riwel pudiera cambiar de opinión, dejándonos a ambos solos en la cocina.

Riwel fue el primero en romper el silencio.

— ¿Hace cuánto conoces a Tatiana? —preguntó mientras seguía con su plato.

— Ya más de tres años —respondí, sonriendo al recordar—. Vivimos juntas, de hecho.

Riwel asintió, sonriendo también.

— Con razón Tati nunca me dejó visitarla. Siempre me decía que vivía debajo de un puente.

Me reí por lo bajo. “Eso suena a algo que diría Tatiana”, pensé.

— ¿Y cómo se conocieron ustedes? —pregunté, curiosa por su historia.

Riwel dejó lo que estaba haciendo por un momento y me miró con una expresión relajada, como si recordara algo divertido.

— Soy chef aquí desde hace más de dos años. El dueño es mi padre, así que estoy bastante involucrado en el restaurante. Un día, Tati llegó sin dinero, intentó irse sin pagar, y al final, la hicimos lavar los servicios para compensar. Desde ahí comenzamos a hablar. La siguiente vez, volvió a aparecer, pero esta vez buscando trabajo. Y así fue, entraba y salía, siempre pidiendo algo. Ni siquiera preguntaba si había vacantes, solo decía que necesitaba dinero.

Reí ante la idea de Tatiana simplemente entrando y declarando que necesitaba trabajar. Eso era muy típico de ella.

— Es muy directa, ¿eh? —comenté, todavía sonriendo.

— Bastante —admitió Riwel, con una leve sonrisa—. Pero eso es lo que la hace interesante.

Seguimos hablando mientras cocinábamos. Poco a poco, me sentía más relajada y cómoda en su compañía. Empecé a soltarme, preguntándole por qué usaba tal o cual ingrediente en algunos platos. Él me respondía con paciencia, explicando cada detalle.

— ¿Y por qué añades un poco de vino blanco a la salsa? —le pregunté mientras lo veía cocinar.

— El vino blanco le da una acidez que equilibra los sabores del plato. Sin él, la salsa sería más pesada y no se sentiría tan fresca —respondió con una sonrisa mientras removía la sartén.

29 razones para quedarme Donde viven las historias. Descúbrelo ahora