• Capitulo 26

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El ruido de las teclas seguía llenando el aire mientras tomaba un pequeño descanso junto a Susan, la recepcionista. Nos habíamos hecho amigas desde el día que me atendió cuando compré los tacos. Ahora compartíamos los descansos, conversábamos sobre cualquier cosa, pero hoy, mientras le daba un sorbo a mi gaseosa, mi mente viajaba lejos.

Esa mañana, después de dormir en casa de la mamá de Kai, había algo diferente en el aire. Desperté con el aroma del desayuno invadiendo toda la casa. Al bajar las escaleras, me encontré con la escena: Kai estaba en la cocina, preparando el desayuno, moviéndose con calma, como si lo hubiera hecho mil veces antes. Su madre, la señora Jhanik, me recibió con una sonrisa y sin que me diera cuenta, el día comenzó a pasar sin apuro.

Pasamos la mañana en el jardín, arreglándolo entre los tres. La señora Jhanik no dejaba de sacar fotos con su teléfono, sobre todo cuando Kai, por accidente, se mojó la cara con la manguera. Fue un momento que me hizo reír de una manera que no recordaba haberlo hecho en mucho tiempo. Y esa risa, tan genuina, provocó que Kai también me mojara. Fue uno de esos instantes tan simples, pero tan llenos de vida, que parecía congelarse en el tiempo.

Más tarde, cocinamos el almuerzo juntos. La señora Jhanik nos daba indicaciones desde la mesa, como una directora de orquesta, mientras Kai y yo intentábamos seguir sus instrucciones. Terminamos haciendo algo decente, nada digno de un chef, pero comestible. Después, el resto del día transcurrió entre películas y conversaciones ligeras, como si el mundo exterior no existiera.

Pero lo que más me quedó grabado fue cuando Kai me llevó a casa esa noche. Durante todo el trayecto, noté algo en él. Kai era diferente cuando estaba con su madre. En su casa, había algo que le permitía ser más él mismo, relajado, incluso cercano. Lo que siempre ocultaba en el trabajo o en otras situaciones, parecía liberarse en esos momentos. Era como si, fuera de la empresa y de las responsabilidades que siempre lo rodeaban, pudiera ser simplemente Kai.

De pronto, un golpe suave en el costado me trajo de vuelta. Susan me observaba con curiosidad, pero no fue ella quien habló.

—Deja esa gaseosa. Tu descanso terminó hace dos minutos —la voz de Kai llegó desde detrás de mí.

Me giré y lo vi subir las escaleras hacia el segundo piso, sin detenerse mucho más tiempo en mí. Solo un comentario, directo y al grano, como él era.

Guardé mi gaseosa y le respondí, alzando la voz para que me escuchara.

—Estoy trabajando, la gaseosa es parte de mí.

Kai no dejó de caminar, pero antes de desaparecer por el pasillo, soltó :

—Debería despedirte.

Sonreí para mí misma. Era una de esas veces donde su humor seco se asomaba, aunque apenas perceptible. Sin dejar pasar la oportunidad, respondí de inmediato.

—¡¡Y yo debería denunciarte por explotación!!

Kai no respondió. Solo siguió su camino como si nada, con esa seriedad que lo caracterizaba. Pero Susan, que estaba a mi lado, me miraba sorprendida.

—¿Cómo puedes bromearle así? Si yo dijera algo así, estoy segura de que ya estaría despedida.

No pude evitar reír mientras acomodaba mi escritorio y me preparaba para volver al trabajo.

—¿Qué te puedo decir? —dije con un encogimiento de hombros—. Creo que convierto algo sólido en líquido.

Susan soltó una carcajada. Sabía a qué me refería. Kai era tan rígido como una pared, pero en los últimos días , había comenzado a bajar un poco la guardia conmigo. Lo conocía lo suficiente para saber que, con cualquier otra persona, esa conversación no habría sucedido.

29 razones para quedarme Donde viven las historias. Descúbrelo ahora