• Capitulo 11

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El sol entraba por las cortinas mal cerradas, iluminando mi cuarto con una calidez que me decía que el día ya había comenzado hacía rato. Estoy echada en mi cama, con el celular en la mano, mirando las notificaciones que parecen más monótonas de lo habitual. Falta para fin de mes, pero hoy, en mi pantalla, aparece un par de zapatos que han estado en mi radar desde hace semanas. El problema es que mi cuenta bancaria no está de acuerdo con mi deseo de tenerlos. Aún me falta dinero para poder comprarlos, y con esa idea fija en la cabeza, decido levantarme y buscar una solución.

Me pongo de pie, sintiéndome bastante bien considerando lo que bebí anoche. El alcohol no me afectó tanto esta vez, tal vez porque no fue tanto como las otras noches o porque mi cuerpo ya se ha acostumbrado. De cualquier manera, no me siento para nada mal. Camino directo hacia el cuarto de Tatiana. De alguna manera, ella siempre sabe cómo resolver este tipo de situaciones, o al menos hacer que me olvide de ellas con su buen humor. Golpeo la puerta suavemente y entro sin esperar respuesta. Está acostada en su cama, completamente enredada en las sábanas y con la cara hundida en la almohada. Apenas levanta la cabeza cuando me acerco.

—Tati, ¿puedes ayudarme a buscar trabajo por hoy? —le digo en tono bajo, sin querer molestarla mucho. Claramente, está recuperándose de una noche intensa.

—Por el amor de Dios, habla más bajo... —murmura con los ojos medio cerrados—. La cabeza me está explotando.

—Pero si estoy hablando bajo —respondo, un poco confundida.

Tatiana suelta una risa, aunque termina en un quejido por la resaca.

—Entonces, seguro ya te están fallando los tímpanos... Porque juro que tu voz suena como un tambor en mi cabeza.

Me río por lo bajo. Tatiana siempre tiene un chiste para cada situación, incluso cuando está hecha un desastre por la noche anterior.

—Ya, en serio. Necesito que me ayudes a conseguir algo hoy, pero que no sea tan pesado. Quiero ganar algo rápido —le digo mientras me siento en el borde de su cama.

Tatiana se frota los ojos y se sienta lentamente, con el cabello completamente despeinado. Su mirada está medio perdida, pero después de un par de segundos parece que su cerebro empieza a funcionar.

—Bueno, hay un restaurante de un amigo que necesita meseras hasta la madrugada. Pagan bien, especialmente con las propinas... Pero es toda la noche. ¿Te animas?

Sacudo la cabeza de inmediato.

—No, no, eso no. Sabes que soy pésima para mantener el equilibrio. Si me ponen a cargar bandejas, seguro se me caen todos los platos antes de llegar a la mesa.

Tatiana suelta una carcajada, aunque le duele la cabeza por la resaca.

—¡Eso es porque no has tenido una buena maestra! Yo te enseño, soy experta en balancear bandejas. Y mira que he trabajado en bares llenos de borrachos. Si puedes manejar eso, puedes con cualquier cosa.

—No lo dudo... —digo con una sonrisa, aunque sigo dudando de mis habilidades.

Tati sigue insistiendo, diciéndome lo buen dinero que puedo sacar si me esfuerzo solo unas horas.

—De verdad, ¿por qué tanto apuro por conseguir plata? —pregunta con curiosidad, mientras busca su celular—. No me digas que te prestaste de alguien y ahora te quieren matar. Porque ya sabes, si necesitas esconder un cuerpo... aquí estoy.

—¡No es nada de eso! —respondo riendo, aunque la idea de Tatiana escondiendo un cuerpo parece más un problema que una solución.

Ella se me queda mirando, esperando una explicación. Suspiro y le cuento:

29 razones para quedarme Donde viven las historias. Descúbrelo ahora