•capitulo 4

85 5 0
                                    


El sol aún no se había alzado completamente cuando nos sentamos en la mesa de la cocina para desayunar. Tatiana había preparado unas tostadas francesas con miel y frutas que olían delicioso. Mientras las disfrutábamos, ella, como siempre, no podía evitar revisar su teléfono.

—He subido de seguidores en Instagram —dice con una sonrisa de satisfacción, mirándome de reojo—. Necesito dar más contenido.

—¿Y qué tienes pensado? —le pregunto, aunque ya puedo imaginarme la respuesta.

—Pues, lo de siempre —contesta, encogiéndose de hombros—. Unas fotos en la playa, algunas en ropa de deporte, y por supuesto, un par de selfies en nuestros próximos destinos.

Sonrío ante su entusiasmo y miro la pantalla de mi propio teléfono. Hace semanas que no subo nada, pero no siento la necesidad de hacerlo. Tatiana siempre ha sido la más sociable de las dos, la más conectada con ese mundo de filtros y me gusta.

Después de desayunar, nos dedicamos a empacar las cosas que llevaríamos al viaje. Aunque solo estaríamos fuera dos días, parece que Tatiana se prepara para una expedición de un mes. Yo, en cambio, solo tengo una pequeña maleta con lo esencial.

—¿De verdad necesitas todo eso, Tati? —le pregunto, mirando su enorme maleta que, a duras penas, cabe en el asiento trasero del coche.

—Obvio, Soph —responde, acomodando su equipaje—. Nunca sabes lo que pueda pasar. ¿Y si salimos a bailar? ¿Y si nos invitan a una fiesta de última hora? Hay que estar preparada para todo.

Me río mientras coloco mi pequeña maleta a su lado. La diferencia es evidente, pero no digo nada. Así es Tatiana, y así me gusta que sea.

Nos subimos al carro, y Tatiana toma el volante. El viaje es de poco más de dos horas, así que decidimos turnarnos. Ella pone su playlist de siempre, lleno de canciones pop y algún que otro grupo de K-pop que últimamente no para de escuchar. Comenzamos a cantar a todo pulmón, riendo cuando alguna de las dos desafina. Hablamos de cosas sin importancia, de las últimas tendencias, de algún chisme que circula por internet, de la última serie que ambas vimos. El tiempo pasa volando cuando estás en buena compañía.

—Deberías publicar más cosas, Soph —me dice Tatiana en medio de una canción—. Las fotos de ayer en la tienda de vestidos quedaron geniales.

—No sé, Tati —contesto—. No quiero que Ricardo piense que me estoy esforzando por mostrarle algo. No le daré esa satisfacción.

—Tú hazlo por ti, no por él —insiste ella, dándome una mirada rápida antes de volver a centrarse en la carretera.

El camino transcurre entre risas, conversaciones tontas, y canciones desafinadas hasta que, tras un par de horas y habernos turnado al volante, finalmente llegamos a la casa de mi madre. Tatiana estaciona el carro justo frente a la entrada, y nos preparamos para bajar.

—¡Mamá! —grito mientras toco la puerta. Sé que está esperando ansiosa.

La puerta se abre de golpe, y ahí está ella, con su gran sonrisa de bienvenida, su cabello recogido en un moño alto, y su delantal lleno de pequeñas flores.

—¡Mis niñas! —exclama mientras nos envuelve en un abrazo apretado—. ¡Hace siglos que no las veo!

—Mamá, vine el mes pasado… —le recuerdo riendo, pero ella me ignora completamente.

—¡Ay, pero cuánto te he extrañado! —insiste, apretándome aún más—. Y tú, Tatiana, ven aquí también.

Tatiana sonríe y se une al abrazo. Mi madre siempre ha tenido un cariño especial por ella, como si fuese otra hija.

29 razones para quedarme Donde viven las historias. Descúbrelo ahora