• Capitulo 18

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El despertador no sonó. Al menos, eso pensaba yo. Me estiré en la cama, tratando de despejarme, y lo primero que hice fue buscar mi celular en la mesita de noche para ver la hora. Sin embargo, al presionar el botón de encendido, la pantalla seguía completamente negra. Lo intenté de nuevo, esta vez manteniendo el botón apretado por más tiempo, pero nada. Solté un suspiro, sabiendo que lo más probable es que me había quedado sin batería.

—¿En serio? Justo hoy...—murmuraba mientras dejaba el celular a un lado y me obligaba a salir de la cama.

Me dirigí hacia la cocina, aún medio dormida, esperando que un buen café me devolviera la vida. Al acercarme, escuché la risa de Tati. No era inusual encontrarla hablando por teléfono a estas horas, pero había algo en su tono que me llamó la atención. Parecía muy emocionada. Me quedé en la puerta de la cocina, observando cómo Tati se apoyaba en la encimera, el teléfono en la oreja, mientras reía con esa risa que hacía que cualquiera a su alrededor quisiera unirse.

Cuando finalmente colgó, me acerqué con curiosidad.

—¿Quién era? —pregunté mientras abría los armarios buscando una taza.

—Mario —respondió con una sonrisa cómplice.

—¿Mario? —Tuve que hacer memoria. Mario era uno de los chicos que trabajaba en el restaurante de Riwel.  Tenía una sonrisa encantadora, siempre dispuesto a hacer bromas con Tati, lo cual no me sorprendía en lo absoluto. Ella siempre encontraba una manera de hacer que la gente se sintiera cómoda.

—Sí, hoy tienen el día libre —dijo Tati, con un tono que dejaba ver que estaba a punto de soltar algo grande—, y nos quieren invitar a los juegos mecánicos que acaban de abrir. ¡¿No es genial?!

La miré con escepticismo mientras servía café.

—¿A los juegos mecánicos? No he ido a uno de esos en años...

—¡Exacto! Hace tanto que no vamos. ¡Va a ser divertido! Vamos, di que sí.

Pese a mi escepticismo inicial, la idea de pasar un día en los juegos mecánicos me hizo sonreír. Hacía mucho tiempo que no me permitía disfrutar de algo tan sencillo como eso, y aunque lo dudé al principio, terminé aceptando.

—Está bien, vamos.

Tati saltó de la emoción, literalmente. Su energía era contagiosa, y por un momento me sentí emocionada también.

—¡Eso! Pero será en la tarde, así que mientras tanto, podemos aprovechar para hacer algo de limpieza. —Con un brillo travieso en los ojos, fue directo al estéreo, subió el volumen al máximo y puso una playlist llena de música movida.

Sabía lo que venía. No era la primera vez que Tati transformaba una tarea aburrida en un festival de baile improvisado. Empezamos a recoger la sala, sacudir los muebles y barrer el piso, todo mientras cantábamos a gritos y hacíamos coreografías ridículas con las escobas. En algún momento, ambas terminamos riendo tanto que casi nos olvidamos de la limpieza.

Horas después, con la casa finalmente en orden, nos preparamos para salir. Me puse algo ligero, una camiseta fresca y unos shorts cómodos, ya que sabía que íbamos a subirnos a varios juegos y lo último que quería era sentirme incómoda.

—Parece que Daniel no va a venir —me avisó Tati desde la puerta de mi habitación, con el ceño ligeramente fruncido—. Le surgió algo de última hora. Pero Mario y Riwel sí.

Mi corazón dio un pequeño brinco cuando mencionó a Riwel.

—¿Riwel vendrá?—Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas, y fue demasiado tarde.

29 razones para quedarme Donde viven las historias. Descúbrelo ahora