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Dalia observaba a Alex mientras este dirigía a las personas.

—Ya estamos listos, señora —anunció Alex.

Dalia asintió, y las sirvientas, con delicadeza, la ayudaron a colocarse un abrigo de un rojo brillante que parecía sangre fresca.

—Vamos —dijo Dalia, girándose hacia la salida..

—¡Vámonos! —exclamó Alex, subiendo al auto al mismo tiempo que ella.

El motor rugió al encenderse, y Alex aceleró con fuerza. El vehículo se lanzó hacia adelante.

Los aullidos de los guardias resonaban en el aire mientras en a los autos y después corrían detrás de Alex.

Dalia los observaba con una sensación de inquietud anidada en su pecho. A pesar de la determinación que había mostrado momentos antes, una sombra de duda la carcomía por dentro. Sabía, en lo más profundo de su ser, que no era digna de alguien como Azriel. No soy lo suficientemente bonita, se decía a sí misma.

Su mente, aún distraída, no podía dejar de pensar en él.

A kilómetros de distancia, Azriel se encontraba en un estado completamente diferente. Todo a su alrededor se veía borroso, como si el mundo se hubiera desenfocado ante sus ojos. Se sentía desorientado, roto por dentro, con una confusión que lo consumía...

—Pareces más loco que otros días —comentó Edén a su lado, riéndose de su primo.

—Déjame en paz —gruñó Azriel, llevándose la botella a los labios para dar un trago más largo. Sus ojos parpadearon lentamente, intentando enfocarse en su hermano—. Estoy bien.

Sin previo aviso, Azriel se levantó con un bate en mano y, en un arrebato de furia, lo estrelló contra un humano que había intentado escapar.

Azriel, con una frialdad escalofriante, solo caló su cigarrillo y esbozó una sonrisa torcida.

Edén, en lugar de alarmarse, simplemente sonrió. Con una calma que bordeaba la diversión, él también inhaló de su cigarrillo, dejando que el humo flotara entre ambos.

—No creí que te enamorarías —dijo Edén, dejando entrever una sonrisa burlona en sus labios.

Azriel, con una mirada perdida y un gesto de confusión, soltó una risa amarga.

—Yo no le entrego mi corazón a nadie —respondió, aunque sus palabras sonaban más vacías de lo que él mismo podría admitir.

Edén soltó una carcajada, fuerte y despectiva, mientras sus ojos brillaban con un destello oscuro.

—Sí, claro —replicó con ironía, levantando una ceja—. No olvides nuestra sangre... siempre enamoradiza.

Mientras hablaba, un demonio se acercó a Edén para ayudarle a colocarse unos guantes de cuero negro, cubiertos de púas en los nudillos.

—Porque el abuelo así lo decidió —dijo Azriel con una voz ronca, mientras ajustaba los guantes de cuero y púas en sus manos.

Frente a él, Edén esbozó una sonrisa torcida. Saboreaba cada palabra que salía de su hermano, como si aquello le confirmara una verdad que siempre había sabido.

—Debes admitir que gracias a eso —hizo una pausa, levantando el puño con un movimiento preciso y golpeando al humano frente a ellos. El crujido de los huesos resonó en la habitación, seguido del goteo lento de la sangre cayendo al suelo—. Estamos aquí.

Flor del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora