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💋

Por favor...

Por favor...

Por favor  solo ámame a mi...

Azriel había sentido el peso del amor, pero de una manera diferente. Creció bajo la protección y cariño de sus padres, observando cómo se amaban mutuamente, cómo lo envolvían en el afecto, pero jamás había experimentado ese sentimiento por sí mismo. Hasta que conoció a Dalia. Ella, igual que él, desconocía el significado exacto del amor, y quizás eso hacía que su conexión fuera aún más genuina, como dos almas descubriéndose mutuamente, aprendiendo de esa nueva emoción.

Se volvió protector, atento. Y ella, siempre observadora, comenzó a ver más allá de la fría apariencia del hombre que era.

Estaba en un almacén oscuro, lejos del mundo que compartía con Dalia, lidiando con los restos de su trabajo. Azriel no era solo un hombre enamorado, también era un líder implacable.

El sonido de unos pasos firmes irrumpió en la sala.

—Patrón, tenemos verificado a Joshua —dijo el guardia, con una voz áspera..

Azriel inhaló lentamente el humo de su cigarrillo.

—Cualquier cosa, no dudes en avisarme —dijo, exhalando el humo con calma.

El guardia asintió y desapareció entre las sombras. Azriel se quitó el cigarrillo de los labios y lo apagó, antes de ponerse los guantes, unos guantes blancos, limpios y puros,.

Frente a él, un hombre estaba sentado, sus manos atadas detrás de la silla.

Azriel se acercó lentamente, cada paso retumbando en el suelo de cemento.

—¿Dónde está la mercancía? —preguntó Azriel, con un tono gélido.

E

l hombre permaneció en silencio, con la mandíbula tensa, sin apartar la mirada de los ojos oscuros de Azriel. Pero no tardó en sentir el primer golpe.

Azriel observó al hombre amarrado, su cuerpo temblaba ligeramente, pero su mirada seguía desafiando. No importaba cuántos golpes recibiera, su boca se mantenía cerrada, y eso lo comenzaba a irritar.

—Ya veo... no vas a hablar —dijo con una risa maliciosa que retumbó en el frío almacén. Su sonrisa se desvaneció tan rápido como había aparecido, y, con un tono imperativo, añadió—: Tráelo.

Los guardias, siempre obedientes, asintieron en silencio y desaparecieron detrás de una puerta. Sabían lo que Azriel había pedido, una maleta especial que solo usaba en situaciones donde la paciencia se agotaba.

Azriel inhaló profundamente de su cigarrillo antes de acercarse al hombre. El brillo rojo en la punta del cigarro resplandeció en la oscuridad justo antes de que lo presionara contra la piel del hombre, que soltó un grito ahogado.

—No soy tan paciente... —murmuró Azriel con desprecio, observando cómo la piel se quemaba—. Rápido que tengo otros asuntos que atender.

Los pasos de alguien más resonaron por el lugar, y la voz familiar de Edén interrumpió el macabro silencio.

—¿Eso implica a una de ojos verdes? —preguntó con un tono burlón mientras entraba en la sala. Edén caminaba con la gracia de una serpiente, sus ojos reluciendo con malicia—. Caleb está impactante, Azriel.

Flor del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora