19

5 1 0
                                    

💋

Hagamos un trato, soy celosa, lo siento.

Dalia miraba la mansión de Joshua con desdén. Habían pasado el día ahí, pero lo único que quería era regresar a casa junto a su esposo. Estar en ese lugar comenzaba a ser insoportable, especialmente cuando Míriam no dejaba de insinuarse a Azriel. Aunque él la ignoraba por completo, eso no evitaba que Dalia se sintiera insegura y, sobre todo, furiosa.

Mientras caminaba por uno de los pasillos exteriores, sumida en sus pensamientos, una voz la sacó de su ensueño.

—No puedes venir aquí —dijo alguien desde detrás..

Dalia giró los ojos, ya sabiendo quién era.

—Míriam —respondió, sin interés, intentando seguir su camino.

Pero antes de que pudiera avanzar, Míriam la sujetó del antebrazo, obligándola a detenerse y a mirarla directamente. La sonrisa de Míriam era una mezcla de amargura y burla.

—¿Te crees la gran cosa por tener al patrón? —rió con desprecio—. Solo eres otra del montón.

Dalia observó la mano que la retenía, sintiendo una chispa de ira correr por su piel. Alzó la vista y, a lo lejos, divisó a Alex acercándose a ellas. Con una leve señal, le indicó que se quedara donde estaba. No necesitaba ayuda para lidiar con esto.

—Ya veo… —murmuró Dalia con calma mientras sus ojos se volvían fieros—. Pero parece que olvidas algo.

Deslizó suavemente su mano, alzándola como si con ese gesto pudiera encapsular todo su poder, todo su control.

—Él ya está encadenado a mí de por vida —dijo, con voz firme y segura—. ¿Crees que me ve como a cualquiera? No. Yo no soy una más.

Míriam la miró, desconcertada por la seguridad con la que hablaba Dalia.

—Yo soy su esposa —continuó Dalia, levantando su mentón, exudando una confianza que desbordaba autoridad—. La primera y la última. La única.

Míriam parpadeó, furiosa, con el rostro enrojecido por la humillación. Se acercó más a Dalia, su voz cargada de veneno.

—Yo me metí en sus sábanas, ¿lo recuerdas? —escupió, chasqueando los dedos con suficiencia—. Así de fácil.

Dalia esbozó una sonrisa, una mezcla de diversión y desprecio. Una pequeña risa escapó de sus labios mientras se tapaba la boca con elegancia. Sin perder la calma, tomó la mano de Míriam y se liberó de su agarre con un movimiento agresivo.

—No me toques —dijo Dalia, su voz gélida—. Estás sucia.

Míriam la miró con sorpresa, pero antes de que pudiera reaccionar, Dalia continuó.

—Ya sea que abriste las piernas o no, eso solo me dice una cosa: eres una zorra.

El rostro de Míriam se contrajo de dolor e ira. Respiró hondo, como si el insulto la hubiera herido profundamente, y en un arranque de rabia, levantó la mano para golpear a Dalia.

Pero esta vez, Dalia estaba lista. En lugar de retroceder, atrapó la muñeca de Míriam con firmeza, su mirada fija en la de ella.

Flor del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora