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Dalia abrió los ojos lentamente, confundida. La luz de la luna le daba a los ojos y se percató qué el color característico blanco y puro, había tomado un tono rojo, intenso como la sangre. Su corazón latió más rápido al ver ese extraño resplandor. Algo no estaba bien.

—El amo quiere verla —dijo Alex, su voz profunda, aunque había algo en su tono que sonaba diferente, casi extraño..

Dalia se asustó un poco.

—Sí... —murmuró, asustada. El escalofrío recorrió su espalda.

Dos sirvientas se acercaron apresuradamente y, con manos temblorosas pero hábiles, la ayudaron a vestirse. El vestido blanco con delicadas flores. Luego, sobre sus hombros, colocaron un abrigo negro con joyas en el.

—¡Rápido! —gruñó Alex, impaciente.

Las sirvientas, presas del pánico, se movieron con velocidad, ajustando cada detalle con desesperación. Finalmente, una de ellas colocó una máscara blanca con delicados detalles dorados sobre el rostro de Dalia.

Alex la guió hacia el jardín. Dalia caminaba con pasos inseguros, sus pies se movían por pura inercia, y su respiración era irregular. Adelante, pudo ver que no eran la única. Las demás estaban aquí con máscaras y vestidos similares, caminaban en fila.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó Dalia, incapaz de contener el temblor en su voz.

—El amo está por ahí —respondió Alex con frialdad, señalando hacia el frente.

Dalia caminó lentamente hacia donde Alex había señalado. La luz roja de la luna bañaba el jardín en un tono carmesí, intensificando su ansiedad. Al acercarse, sus ojos se abrieron de par en par, el aire quedó atrapado en su pecho cuando vio lo que se desplegaba ante ella. Un agujero inmenso, profundo como si conectara con las mismas entrañas del inframundo, se extendía en el suelo. De su interior, miles de demonios emergían, alzándose como sombras.

Dalia retrocedió aterrada, su respiración se aceleró y su cuerpo temblaba. Quiso huir, alejarse de esa escena de pesadilla, pero antes de que pudiera dar un paso más, unos brazos fuertes la atraparon desde atrás.

—Azriel... —murmuró, casi sin aliento. Pero al voltear para mirarlo, su cuerpo se estremeció de nuevo.

Un tercer ojo se abría en su frente, observándola con un resplandor profundo e insondable.

Azriel la sostuvo con delicadeza, sus manos firmes pero cuidadosas, conscientes del miedo que sentía su esposa.

—No temas —dijo en voz baja, su tono suave intentando calmarla.

Dalia lo miró, sus ojos reflejando la mezcla de asombro y terror que sentía. Azriel sabía que este momento llegaría, temía lo que significaría que ella lo viera en su forma verdadera. Sus alas, antes blancas y puras, ahora brillaban con un fulgor etéreo. En su pecho, tatuajes blancos y brillantes se extendían, símbolos sagrados que resplandecían. Y en su cabeza, dos cuernos curvados se alzaban, pequeños en comparación con los de sus primos y tíos, pero innegables en su presencia.

Dalia seguía temblando, el miedo aún aferrado a su pecho, pero sabía que debía ser valiente. Azriel era su esposo, y a pesar de su forma desconocida, el amor que sentía por él la empujó a alzar la mano y acariciar suavemente su rostro.

Flor del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora