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En una tarima elevada, las cuatro mujeres más importantes de Ophidia estaban sentadas, proyectando una autoridad. A un extremo, Bianca permanecía firme, mientras Kieran, su esposo, se mantenía de pie a su lado..

En el centro Dalia, mientras Azriel, de pie junto a ella, mantenía una expresión solemne. A la izquierda de Dalia estaba Lily, serena en apariencia, pero divertida de lo vendria. Izra, de pie a su lado, mientras sonreía.

Por último, al extremo de la tarima, Anastasia se mantenía sentada, su porte altivo y frío. A su lado, flanqueándola como dos guardianes, Thomasi y Ahiram se erguían, uno a cada lado.

El campo estaba lleno de gente. Sus voces se alzaban en un abucheo ensordecedor mientras los guardias, arrastraban a los mercenarios hacia el centro. Los prisioneros no oponían resistencia; sus cuerpos maltratados eran arrastrados por el suelo. Piedras volaban desde la multitud. Golpeaban a los mercenarios sin clemencia, mientras los gritos de odio crecían en intensidad.

Edén apareció entonces, caminando con calma entre el caos, vestido completamente de negro. En su corbata, brillaba un broche de plata con la forma de una serpiente, símbolo de los Kiran. Los gritos y abucheos se intensificaron cuando los ojos de la multitud se posaron en él, pero Edén, sereno, levantó las manos con elegancia, una señal clara para que el ruido cesara.

Poco a poco, el bullicio se fue apagando, hasta que un silencio inquietante se apoderó del lugar.

—Vean —dijo Edén, su voz profunda y cargada de desprecio resonó por todo el campo—, vean a los que intentaron destruir a los Kiran.

El furor estalló de nuevo. La multitud gritó de rabia.

Los guardias arrastraron a los mercenarios por el campo. Sus manos y pies se resistían débilmente, pero la fuerza de los guardias era implacable.

Con un gesto apenas perceptible de su mano, los guardias comenzaron su trabajo. Las cadenas resonaron metálicamente mientras los mercenarios eran elevados por sus muñecas, colgados como ofrenda.

Edén se adelantó un paso, con la mirada fija en los condenados.

—La traición se paga con la muerte. Esta es mi advertencia. ¡Astra y Ophidia no van a tolerar más desobediencia!

Los guardias se posicionaron, sus armas preparadas, apuntando directamente a los cuerpos que colgaban frente a ellos.

—Muerte al pecador —dijo Edén, y su sonrisa se torció en algo más oscuro, más terrible.

En un instante, los disparos resonaron como un trueno, y el campo se llenó de la cacofonía de las armas. Los mercenarios gritaban, sus cuerpos sacudidos por el impacto de las balas que los atravesaban, despedazándolos con una precisión cruel.

 Los mercenarios gritaban, sus cuerpos sacudidos por el impacto de las balas que los atravesaban, despedazándolos con una precisión cruel

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La multitud rugía con una furia insaciable, gritando que los mercenarios colgados habían recibido lo que merecían. “¡Traidores! ¡Muerte a los traidores!” Piedras seguían cayendo sobre los cuerpos mutilados, incluso cuando la vida ya se había escapado de ellos.

Flor del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora