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La mañana se había vuelto más fresca con el paso de las horas, y la lluvia, en su apogeo, tamborileaba con fuerza contra las ventanas.

Azriel se movía lentamente, Sus manos firmes con las manos de Dalia. El suave roce entre sus cuerpos, era un deleite.

—mhg —gimió Dalia, mientras besaba a su esposo.

Dejó escapar un gruñido al llegar al climax y dejar su semilla dentro de ella.

—Te amo —susurró Azriel, sus ojos fijos en el rostro de Dalia.

—Yo te amo mucho —respondió Dalia en un susurro tembloroso, apretando suavemente la mano de Azriel.

Azriel sonrió, inclinándose hacia ella mientras sus brazos la rodeaban en un abrazo cálido.

—Mi amor —dijo él con voz baja y tierna, rozando sus labios contra su cabello—, ¿quieres descansar o prefieres bañarte?

—Descansar —dijo Dalia con un suspiro agotado, recostando su cabeza contra el pecho de Azriel—. ¿Tú te vas a bañar?

—Sí, tengo algo de trabajo —respondió él, aunque su tono reflejaba cierta incomodidad, como si preferiría quedarse a su lado—. Puedes dormir si quieres.

Dalia asintió en silencio, dejando que la calidez del abrazo de su esposo se desvaneciera lentamente cuando él se apartó. Mientras Azriel se dirigía al baño, ella cerró los ojos, su cuerpo cayendo en el peso dulce del cansancio, y en cuestión de minutos, se dejó llevar por el sueño.

Poco después, Azriel salió del baño, con una toalla envuelta alrededor de su cintura. El vapor aún ascendía de su piel. Al ver a su mujer dormir, una sonrisa serena se dibujó en su rostro. Caminó sigilosamente hacia el armario, sin querer despertarla, y buscó entre su ropa. Esta vez, decidió vestirse con algo distinto: un traje blanco, adornada con sutiles detalles dorados que resplandecían con cada movimiento.

Con cuidado, se vistió, sus ojos desviándose de vez en cuando hacia Dalia.

Azriel terminó de abrocharse el reloj, ajustando el cuero oscuro en su muñeca. Caminó con paso suave hasta la cama donde Dalia dormía plácidamente y, con ternura, se inclinó para darle un beso. Luego, salió de la habitación sin hacer ruido.

—Por fin —dijo Edén, esperándolo en el pasillo, apoyado despreocupadamente contra la pared.

—Te dije que te adelantaras —respondió Azriel, sacando un cigarro del bolsillo y encendiéndolo con calma.

—No es divertido esperar —replicó Edén con una risa burlona.

Caminaban juntos por el corredor cuando vieron a Jack, quien al reconocerlos se inclinó en una reverencia formal.

—Vámonos —ordenó Azriel sin detenerse, exhalando una bocanada de humo antes de continuar su marcha.

Los tres se dirigieron hacia el almacén.










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Flor del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora