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Confesiones Inesperadas

Los días pasaron de forma monótona. A pesar de la extravagancia de la situación en la que me encontraba, todo parecía haber caído en una rutina extrañamente calmada. Cada mañana, Sylus se levantaba antes que yo, se marchaba a cumplir con sus responsabilidades, y pasaba gran parte del día fuera de mi vista. Cuando lo veía por las noches, se comportaba de forma tranquila, como si no estuviera preocupado en absoluto por la creciente tensión entre nosotros. Yo, por mi parte, no podía dejar de sentirme atrapada. Cada noche, al caer en la cama, le pedía de forma cada vez más insistente que desalojara alguna otra habitación para que pudiera dormir en otro lugar. No es que odiara compartir el mismo espacio con él, pero su presencia, su cercanía constante, me hacía sentir expuesta, vulnerable.

—Sylus, por favor —le había dicho en varias ocasiones—, ¿podrías pedirle a alguien que acondicione una habitación para mí? No es que me moleste estar aquí, solo creo que... sería más cómodo para los dos.

Sus respuestas siempre variaban entre excusas y bromas. A veces decía que sus empleados estaban ocupados con otras tareas más importantes, otras veces se hacía el ofendido, actuando como si mi solicitud lo hiriera personalmente.

—¿Es que dormir conmigo te resulta tan insoportable? —me había preguntado con una sonrisa burlona una vez, haciendo que mis mejillas se colorearan de inmediato.

Siempre sabía cómo dejarme sin palabras, y al final, decidí que lo mejor era dejar las cosas como estaban. Dormiríamos en la misma habitación, al menos por ahora.

Durante el día, Sylus parecía estar sumergido en sus propios asuntos. A menudo pasaba horas enteras fuera de la casa, ocupado con tareas que nunca me explicaba. Cuando le preguntaba qué estaba haciendo o dónde había estado, siempre me respondía de forma vaga o, peor aún, cambiaba de tema de manera descarada.

—Es mejor que no lo sepas, Nina. Algunos asuntos es mejor dejarlos en la oscuridad —me había dicho una noche, y aunque me daba curiosidad saber más, su tono siempre me hacía desistir de seguir preguntando.

No tenía sentido presionarlo. Aunque a veces parecía distante, otras veces era tan protector conmigo que me descolocaba. Aún no podía entender del todo sus motivos.

Esa noche, sin embargo, algo era diferente.

Estaba descansando en la cama, leyendo un libro que había encontrado en la estantería, cuando escuché el sonido de pasos acercándose. La puerta se abrió suavemente, y allí estaba Sylus, con su expresión seria y sus ojos fijos en mí.

—Nina —dijo con voz firme—, ven a mi oficina. Quiero hablar contigo.

Sentí un nudo formarse en mi estómago. No era común que me llamara a su oficina de esa manera. ¿Habría descubierto algo sobre mí? ¿Sabía lo que estaba ocultando? Traté de calmar mis pensamientos, recordándome a mí misma que debía mantener la compostura.

Bajé las escaleras lentamente, y al entrar en la oficina, noté que Sylus había preparado una pequeña mesa. Sobre ella había un juego de té y algunas galletas, como si intentara suavizar la conversación que estábamos a punto de tener. Me senté en el sofá frente a la mesa, mis manos inquietas descansando sobre mi regazo. Sylus se sentó frente a mí, con su postura relajada pero sus ojos fijos en mí, como si estuviera evaluando cada uno de mis movimientos.

—Necesito que me cuentes tu verdad —dijo de repente, sin rodeos.

Me quedé helada.

Sabía que, si intentaba jugar con él o mentir, me arriesgaba a perderlo todo. Sylus no era del tipo que toleraba los engaños, y no dudaría en echarme de su casa si pensaba que me estaba burlando de él. Pero también sabía que lo que estaba a punto de decirle sonaría completamente absurdo. ¿Cómo podía esperar que creyera una verdad tan... irreal?

Tomé una respiración profunda, sintiendo el peso de sus ojos sobre mí. No había marcha atrás. Si quería permanecer a salvo, tenía que contarle todo.

—No soy de este mundo —comencé con voz vacilante—. Morí en mi mundo, en un accidente de auto. Apenas recuerdo los detalles, pero lo que sí recuerdo es que, cuando desperté... estaba aquí. En este lugar.

Sylus no dijo nada, pero su expresión se endureció ligeramente, lo que me hizo seguir hablando, como si las palabras comenzaran a fluir por sí solas.

—Este mundo en el que vivimos... no es real. En mi vida pasada, este lugar era solo un juego de celular, algo virtual, un simple entretenimiento. Pero de alguna manera, cuando morí, desperté aquí. Al principio pensé que sería divertido, que podría explorar este mundo como si fuera una aventura. Pero no lo fue. Lo que no esperaba es que me convirtiera en un error del sistema, en un virus dentro del juego.

Sylus levantó una ceja, pero permaneció en silencio, escuchando con atención.

—El juego lo sabe. Sabe que no pertenezco aquí. Cada vez que intento hacer algo, no puedo subir de nivel como lo haría cualquier otro personaje. Es como si el propio sistema estuviera tratando de eliminarme. Me asigna misiones personales, y si no las completo, todo el juego se detiene. Los personajes quedan estáticos, como si el tiempo se congelara. Y aunque eso me permitió descansar al principio, me estaba volviendo loca con el silencio. No podía soportar estar sola.

Hice una pausa, buscando una reacción en su rostro, pero él seguía inexpresivo.

—Así que continué con las misiones. Pero el juego se dio cuenta de que estaba usando esas pausas para descansar, y comenzó a reprogramarse. Ahora, ni siquiera puedo negarme a hacer las misiones que me asigna la protagonista, la MC. Si lo intento, el juego me fuerza a continuar.

Sylus entrecerró los ojos, como si estuviera procesando cada palabra que decía.

—Pero hay algo que no entiendo —continué—. Tú, Sylus, no deberías poder hacer lo que haces. Los personajes en este juego siguen una historia, un camino predefinido, pero tú... te has desviado por completo. Eres diferente. Puedes tomar tus propias decisiones, como si ya no estuvieras atado a la programación. ¿Cómo es eso posible?

El silencio que siguió a mi confesión fue abrumador. Sylus se reclinó en su silla, sus dedos tamborileando suavemente sobre el brazo del sillón mientras me observaba detenidamente. La tensión en el aire era palpable, y por un momento pensé que había cometido un error, que él se levantaría y me echaría de su casa por haber dicho algo tan increíble. Pero entonces, algo en su expresión cambió.

—Interesante —dijo finalmente, su voz baja y calculadora—. Así que eres un virus...

Su sonrisa, enigmática y peligrosa, me hizo estremecerme. No podía saber lo que estaba pensando, pero algo me decía que esta confesión solo había complicado las cosas aún más.

𝐇𝐀𝐔𝐍𝐓𝐄𝐃 | ꜱʏʟᴜꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora