Mis brazos se sentían vacíos mientras la imagen aún resonaba en mi mente, cada vez más vívida y familiar. Era como si aquella memoria fragmentada me hubiera dejado un peso en el pecho, una soledad antigua y desconocida. Miré a Sylus, quien se mantenía en silencio, con la mirada fija en el horizonte, absorto en pensamientos que parecían tan profundos como los míos. Por un instante, en su expresión serena y en sus ojos, capté algo similar a lo que yo misma sentía: una tristeza nostálgica, un recuerdo enterrado. Casi podía jurar que también estaba reviviendo esa imagen.
Como movida por un impulso que no lograba controlar, di un paso hacia adelante y rodeé a Sylus con mis brazos. Sentía la necesidad de aferrarme a él, de aliviar esa pesadez, y de ahuyentar el vacío que me había dejado esa visión. Lo abracé con fuerza, esperando que el simple contacto borrara la soledad que resonaba en mí.
Sylus no me alejó; al contrario, sus brazos se deslizaron lentamente por mi espalda, envolviéndome en un abrazo firme y protector. Su calor me envolvió, y por primera vez en mucho tiempo me sentí como en casa, un refugio que no sabía que había estado buscando.
—Me siento... como en casa —murmuré en voz baja, apoyando mi cabeza contra su pecho. Mi corazón latía desbocado, pero de alguna manera, la calma me invadía al escuchar el suave ritmo de su respiración.
Sylus suspiró, y sus manos se mantuvieron en mi espalda, sus dedos trazando círculos que parecían aliviar cada rincón de mi mente.
—Y yo me siento cálido —admitió en un susurro que apenas llegaba a mis oídos, casi como si estuviera sorprendido por su propia confesión—. Esta sensación... nunca la había experimentado.
Me quedé en silencio, cerrando los ojos mientras nos manteníamos abrazados. Era un sentimiento extraño, uno que no lograba explicar, pero en ese momento, no quería entenderlo. No quería soltarlo; el simple hecho de estar en sus brazos me hacía sentir completa, protegida de alguna manera. Su cercanía, el calor de su cuerpo, la suavidad de su voz, todo parecía encajar en el vacío que había dejado esa imagen en mí.
Sin embargo, después de lo que parecieron unos eternos y breves segundos, Sylus habló, su voz baja y suave.
—Podemos vernos en otra ocasión —murmuró, con una leve tristeza en su tono—. Pero debo irme ahora.
Nos separamos lentamente, y él se alejó, dándome una última mirada antes de desaparecer entre las sombras del bosque. Me quedé ahí, sintiendo aún su presencia como una calidez persistente que me acompañó hasta que su figura se desvaneció.
Los días que siguieron a aquel abrazo se llenaron de una calma extraña y nuevas rutinas. Sylus y yo comenzamos a vernos de vez en cuando. Al principio, simplemente coincidíamos en misiones o durante breves encuentros en los que parecía buscarme deliberadamente. No hablamos más sobre la memoria compartida ni sobre el collar roto; en cambio, nos enfocamos en temas más mundanos, compartiendo historias de nuestras vidas y experiencias pasadas.
Uno de esos días, mientras descansábamos bajo las estrellas tras una misión, Sylus se acomodó en una roca cercana y comenzó a hablar sobre su pasado. Me explicó cómo había comenzado su vida como un cazador, como yo, hasta que descubrió ciertos secretos del sistema y fue considerado una amenaza. Su tono era calmado, pero en su voz detecté un dolor oculto, la historia de un hombre que había sido perseguido, traicionado, y que, pese a su dureza exterior, guardaba una profunda humanidad.
—Es curioso cómo llegué a este punto —dijo, mirando al cielo estrellado—. Antes de ser el más buscado, me imaginaba una vida simple... sin conflictos, sin peligro constante.
—¿Entonces, por qué te quedaste? —pregunté, genuinamente intrigada.
Sylus dejó escapar una risa baja y sin alegría.
—Porque el sistema no permite que te vayas. Una vez eres etiquetado, esa etiqueta se convierte en tu vida. Y lo único que queda es seguir adelante, volviéndote más fuerte para sobrevivir.
Mis propios pensamientos se volcaron a mi deber como cazadora, el dilema que me carcomía desde que comenzamos a encontrarnos. La lealtad a mi rol y la creciente cercanía con Sylus se convertían en un conflicto cada vez más intenso. Por protocolo, debía capturarlo, pero algo dentro de mí se negaba rotundamente a cumplir con ese deber. ¿Cómo podía siquiera considerarlo después de lo que habíamos compartido?
Sylus parecía adivinar mis pensamientos. Una tarde, mientras ambos caminábamos en silencio por un camino cubierto de niebla, giró hacia mí y me ofreció algo inesperado.
—Tengo una propuesta, cazadora —dijo, su tono relajado pero sus ojos serios—. No puedes mantener esta vida mucho tiempo. El sistema te forzará a elegir entre capturarme o ser perseguida como yo. Ven conmigo... te ofrezco trabajo en la Zona N109. Allí podrías continuar sin estar bajo esa constante vigilancia.
La idea resonó en mi mente y, tras días de deliberación, acepté. Sylus tenía razón; no podía seguir bajo las reglas del sistema sin que, tarde o temprano, mis sentimientos y mi deber colisionaran de una forma definitiva. Así, tomé su oferta y nos comenzamos a ver aún más seguido. Nuestro vínculo se fortalecía con cada conversación, cada momento compartido. Había algo entre nosotros que no necesitaba palabras, pero que se hacía más evidente con cada encuentro.
Con el tiempo, nuestras charlas dejaron de ser meramente casuales, y algo más profundo comenzó a germinar entre nosotros. La sensación de unión que experimentábamos al abrazarnos se convertía en una especie de refugio al que ambos acudíamos cada vez con mayor frecuencia.
Una noche en particular, durante una festividad, Sylus me llevó a un acantilado desde donde podíamos ver fuegos artificiales que comenzaban a iluminar el cielo nocturno. El ambiente era mágico; el cielo estrellado, la brisa fría que traía consigo el aroma de los pinos, y la nieve cubriendo el suelo como un manto blanco hacían que el paisaje pareciera salido de un sueño.
Notando el frío que comenzaba a calar en mis huesos, Sylus se acercó y, sin decir una palabra, sacó su bufanda y la colocó sobre mis hombros, envolviéndome en su calidez. El tacto de la tela era suave, y el aroma familiar que desprendía me brindó una calma inexplicable.
—Gracias —murmuré, mirándolo a los ojos.
Sylus se acercó un poco más, sus ojos rojos brillando bajo la luz de los fuegos artificiales. Se detuvo a pocos centímetros de mí, su respiración lenta y cálida contrastaba con el frío de la noche. Mi corazón latía desbocado mientras él inclinaba lentamente su rostro hacia el mío. Y entonces, sin más preámbulos, sus labios rozaron los míos en un beso suave, casi tímido, como si temiera romper la magia de aquel momento.
Cerré los ojos, permitiéndome saborear la calidez y la ternura que emanaban de Sylus. Su mano descansó suavemente sobre mi mejilla, y la suya en mi espalda. El beso fue breve, pero cargado de una intensidad que me dejó sin aliento.
Al separarnos, el cielo volvió a estallar en luces de colores, iluminando nuestras sonrisas tímidas y nuestros rostros ruborizados. Sylus me miró con una mezcla de afecto y algo más profundo, algo que no necesitaba palabras.
—¿Qué significa esto para nosotros? —pregunté, todavía con el pulso acelerado.
Sylus sonrió, tomando mis manos entre las suyas.
—Significa que, por primera vez en mucho tiempo, ambos hemos encontrado algo real en medio de esta vida incierta.
Nos quedamos así, bajo las luces de los fuegos artificiales, en un momento que parecía eterno. Y, por un breve instante, todo el caos y las dudas desaparecieron. Sólo éramos Sylus y yo, envueltos en la calidez de nuestra compañía y el inicio de algo que sabía que ninguno de los dos estaba dispuesto a dejar escapar.
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definitivamente queda finalizada esta historia, que les pareció? me encanta leer sus comentarios. me animan mucho.
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𝐇𝐀𝐔𝐍𝐓𝐄𝐃 | ꜱʏʟᴜꜱ
FanficNina, tras morir en un accidente automovilístico, reencarna en su videojuego favorito Love and Deep Space como un personaje secundario. Sin embargo, su nueva vida tiene un costo: está atrapada en un ciclo de misiones imposibles de rechazar y, mientr...