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Una tregua efímera

Por primera vez en semanas, el juego me dejó descansar. Fue apenas un respiro, dos días de tregua que, aunque no eran suficientes para recuperarme del cansancio acumulado, parecían una bendición. Después de tanto tiempo, el silencio en mi cabeza y la pausa en las misiones eran casi irreales. No tenía que pelear. No tenía que proteger a nadie. Solo estaba yo, el eco de mis propios pensamientos y la oportunidad de olvidar, aunque fuera por un momento, la realidad que me aplastaba.

Sin embargo, ese breve alivio no duró mucho. Sabía que no podía confiar en la paz que el juego me había dado. No era más que una pausa temporal, un simple suspiro antes de que la tormenta volviera a golpear. Y como lo había anticipado, la MC llegó a mi puerta.

La escuché antes de verla. La notificación en mi mente, como una advertencia, precedió su llegada. Misión activa. El sonido metálico y frío que anunciaba el fin de mi descanso. Respiré hondo, intentando calmar el nudo en mi garganta mientras caminaba hacia la puerta. No quería abrirla, no quería verla, pero no tenía elección.

Cuando la puerta se abrió, ahí estaba ella, como siempre, con esa expresión imperturbable que solía llevar, como si las misiones no fueran más que una serie de eventos calculados y predecibles. Pero esta vez no estaba sola. A su lado, Raphael, uno de los protagonistas del juego, el joven de cabello morado y mirada intensa, la acompañaba. Era el típico héroe que todos adoraban, siempre apuesto, siempre valiente, siempre dispuesto a proteger a la MC a cualquier costo.

—Necesito tu ayuda —dijo la MC, su voz suave y llena de esa serenidad programada que nunca cambiaba.

Asentí, sin decir una palabra. Sabía que mi descanso había terminado. Había terminado antes de que siquiera comenzara.

Nos dirigimos hacia la misión sin demora, y en poco tiempo estábamos rodeados por las bestias, monstruos cuyas garras afiladas y cuerpos gigantescos hacían temblar el suelo con cada paso. Había llegado a un punto en el que las criaturas que enfrentábamos eran demasiado poderosas para mí. No importaba cuántas veces luchara, cuántas batallas librara, mi nivel seguía siendo el mismo: bajo, insignificante. Mientras la MC y Raphael avanzaban y se fortalecían, yo me mantenía estancada, atrapada en un ciclo eterno de agotamiento y sufrimiento.

Raphael, como era habitual, estaba concentrado en proteger a la MC, su objetivo principal. Se movía con agilidad, su espada cortando a los monstruos con una precisión asombrosa. Sus movimientos eran los de un guerrero experimentado, alguien que conocía su destino y lo abrazaba sin dudar. Y la MC, siempre en el centro de todo, luchaba con una habilidad impresionante, pero nunca sola. Siempre protegida, siempre salvada.

Yo, en cambio, sentía que me rompía. Cada golpe que recibía era como un recordatorio de lo insignificante que era en ese mundo. Las bestias me atacaban sin descanso, y cada herida me recordaba que, en cualquier momento, sería eliminada del juego. No quedaría nada de mí, ni siquiera un rastro. Mis fuerzas estaban disminuyendo rápidamente, y cada movimiento se sentía como un esfuerzo titánico.

El cansancio me envolvía como una niebla espesa. Ya no podía más. Había llegado al límite. No importaba cuánto intentara, nunca sería suficiente. Ya no quería pelear, no quería seguir luchando por una causa que nunca sería la mía. La MC nunca me vería, nunca reconocería lo que hacía. Nadie lo haría.

Mis manos temblaban mientras sostenía la espada, pero en ese momento, algo dentro de mí se rompió. Dejé caer el arma. La hice desaparecer, sabiendo que ya no la necesitaba. Sabía lo que venía, y lo aceptaba.

Me quedé quieta, esperando el final. Las bestias se acercaban, sus ojos brillaban con una furia asesina, pero yo ya no podía resistir más. Si el juego decidía acabar conmigo, entonces no pondría más resistencia.

—¡Nina! —gritó la MC, su voz perforando el aire como una daga—. ¡Necesito tu ayuda, sigue luchando!

La ignoré. Por primera vez, decidí no obedecer. Sentía un alivio amargo en esa decisión. Me sorprendió, pero el juego no me obligó a seguir. Casi como si aprobara mi rendición. Sabía que el final estaba cerca, y me preparé para enfrentar mi desaparición.

Pero antes de que las garras de una de las bestias pudieran alcanzarme, algo cambió. El cielo, de repente, se tiñó de rojo, como si todo el mundo se hubiera incendiado de golpe. Los sonidos de la batalla se desvanecieron, y en su lugar, solo quedó un extraño silencio, roto por el crujido de la realidad misma. Vi pequeños fragmentos de la escena que empezaban a distorsionarse, como si se estuvieran descomponiendo. Los monstruos se congelaron en el aire, sus movimientos interrumpidos por un fallo en el sistema.

Parpadeé, confusa, y cuando abrí los ojos, Sylus estaba frente a mí.

No sabía de dónde había venido ni cómo había llegado, pero ahí estaba. Su figura imponente, con su cabello plateado y su mirada fría, dominaba el espacio alrededor de nosotros. No parecía necesitar esfuerzo alguno para eliminar a las bestias. Con un simple movimiento de su mano, las criaturas desaparecieron, evaporándose en la nada, como si nunca hubieran existido.

La MC, sorprendida, apenas pudo susurrar su nombre:

—Sylus...

Era raro escuchar su voz tan suave, tan sorprendida. Dentro del juego, Sylus y la MC aún no se conocían, al menos no según la trama. Pero ahí estaba, desafiando las reglas del juego, como siempre lo hacía.

Sylus apenas le dedicó una mirada. Sus ojos rojizos recorrieron a la MC y a Raphael sin emoción alguna. No les dio más importancia de la que daría a cualquier otro elemento insignificante del juego. Luego, sin decir una palabra, caminó hacia mí.

Antes de que pudiera reaccionar, sentí sus brazos rodearme. Su tacto era firme pero sorprendentemente cálido, aunque en ese momento, todo lo que sentía era el peso del agotamiento que me hundía.

—Cierra los ojos —me susurró con una voz baja y calmada, como si estuviera dándome una orden que sabía que obedecería sin dudar.

No lo pensé dos veces. Cerré los ojos, confiando en él de una manera que no podía explicar. Y, cuando los volví a abrir, ya no estábamos en medio del campo de batalla.

Habíamos llegado a la Zona 109.

El cambio fue tan abrupto que por un momento pensé que estaba soñando. El paisaje a mi alrededor era completamente diferente, una mezcla de estructuras industriales y paisajes vacíos, casi desolados, que parecían sacados de un mundo completamente distinto. La Zona 109 no era parte de la trama que conocía, no al menos en esa etapa del juego.

—¿Por qué...? —comencé a decir, pero mi voz se apagó rápidamente.

Sylus se apartó ligeramente de mí, dándome espacio. Su rostro, como siempre, era inescrutable.

—Te saqué de ahí —dijo, sin molestarse en explicar más de lo necesario—. No ibas a sobrevivir, no esta vez.

Lo miré, tratando de entender. Era consciente de mi situación, más de lo que jamás había esperado. ¿Por qué se preocupaba? ¿Por qué yo?

—No tenía que hacerlo —añadió, como si hubiera leído mis pensamientos—. Pero quiero saber qué es lo que te mantiene aquí. Algo no está bien, y quiero entenderlo.

—No puedes arreglarlo —murmuré, la voz quebrada por el cansancio—. Estoy atrapada en este ciclo, y no hay manera de escapar.

Sylus me observó por un largo momento, su expresión impasible.

—No lo sé todavía —dijo finalmente—. Pero seguiré vigilándote. Y encontraré una forma.

No sabía si creerle. No sabía si siquiera tenía esperanza. Pero en ese momento, el simple hecho de estar fuera de peligro, aunque solo fuera temporalmente, era suficiente.

𝐇𝐀𝐔𝐍𝐓𝐄𝐃 | ꜱʏʟᴜꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora