Parte 37

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Therese se encontraba en la terraza del castillo, pero la paz que solía encontrar en aquel lugar había desaparecido. El viento, frío y cortante, no la calmaba como otras veces. Su corazón latía con fuerza en su pecho, y su mente, agitada, repasaba una y otra vez los últimos acontecimientos.

La conversación con Rigrit y la armadura había dejado una marca profunda en ella, más allá de lo que quería admitir. La magia de Niveles. El mero nombre resonaba en su mente como un eco imposible de ignorar. ¿Cómo era posible que nunca hubiera oído hablar de algo tan crucial? Su entrenamiento en el reino de Millis había sido riguroso, destinado a preparar a los guerreros para cualquier amenaza, interna o externa. Y sin embargo, Rigrit y la armadura hablaban de esta magia con una familiaridad que la hacía sentir pequeña, ignorante, vulnerable. Una vulnerabilidad que no podía permitirse. No ahora.

Sus manos se aferraron con fuerza a la baranda de piedra, sus nudillos blancos por la presión. Las palabras de Rigrit aún retumbaban en sus oídos, frías, calculadas, como piezas de un ajedrez cuyo tablero ella no podía ver. "Perfecto, me alegra saber esa respuesta." ¿Por qué? ¿Por qué le complacía que no conociera la magia de Niveles? Ese detalle la carcomía. ¿Era un juego de poder? ¿Un secreto que debía mantenerse oculto para proteger algo más grande? O peor, ¿era una prueba? ¿Una trampa?

Y Rigrit... oh, Rigrit. Sus intenciones eran tan insondables como las profundidades del océano. Bajo su apariencia tranquila y mesurada, había una mente afilada, una que estaba siempre dos pasos por delante. ¿Qué quería realmente? ¿Qué buscaba en Millis? ¿Qué la había traído hasta aquí? Y más importante aún, ¿por qué ahora?

Therese sentía el peso de los secretos que ella misma guardaba. La Miko, una figura cuyo poder no debía ser conocido por nadie fuera de los muros de Millis. Si su identidad fuera revelada, el caos se desataría. Las aguas sagradas, cuyas propiedades mantenían la paz y la vida en el reino, pero que en las manos equivocadas se convertirían en una maldición. Y los batallones, cuya fuerza y estrategia aseguraban la defensa de Millis, eran el último bastión ante cualquier invasor. Un solo desliz, una palabra mal dicha, y todo lo que había jurado proteger colapsaría.

"Están jugando conmigo," pensó Therese, su mandíbula apretada de furia contenida. "Rigrit y esa armadura. No sé lo que quieren, pero no puedo caer en su juego."

Antes de que Therese pudiera siquiera reaccionar o formular una excusa convincente, Aldric intervino de nuevo, esta vez con una expresión más seria.

—Therese, te he visto muchas veces lidiar con asuntos difíciles. Pero hoy es diferente. No puedo evitar notarlo —dijo mientras aflojaba su postura y dejaba la espada apoyada contra una de las columnas del patio—. He escuchado rumores por el castillo. Rigrit la que capturaron escapo de una las prisiones esta mañana llegaron esta mañana. Nadie parece saber mucho sobre ella, pero su presencia ha causado inquietud. No he tenido la oportunidad de verlos, pero me pregunto si tú sabes algo.

El estómago de Therese se tensó. ¿Rumores? Claro, la llegada de Rigrit y la armadura no había pasado desapercibida, pero hasta este momento había creído que podía contener la situación. El hecho de que Aldric no supiera nada concreto le daba cierto alivio, pero al mismo tiempo, la hacía más consciente de lo delicada que era la situación. No podía permitir que esa información se expandiera más de lo necesario, no hasta que tuviera un control firme de lo que estaba ocurriendo.

Disimulando su sorpresa, Therese esbozó una leve sonrisa, esforzándose por mantener el tono ligero.

—Oh, ella —dijo, intentando que su voz sonara despreocupada—.Ella escapo pero lo vamos a encontrar no hay Nada de lo que preocuparse.

Aldric frunció el ceño, captando algo en el tono de Therese que le pareció extraño. No era común que ella restara importancia a un asunto tan delicado con tanta facilidad. Sin embargo, decidió no presionar por ahora.

Overlord x Mushoku Tensei Vol IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora