Prólogo

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—Mia, el portero acaba de tocar el timbre y dice que el auto ya está
abajo esperándote —anunció Carolina a voces desde la otra habitación.
Mia respiró con dificultad y agarró el contrato que había a su lado sobre la
cama, donde permanecía sentada. Estaba un poco arrugado y mostraba signos de deterioro de tantas veces como lo había leído.
Había memorizado cada una de las palabras, y éstas se repetían una y otra vez en su mente. Junto a ellas también imágenes que su imaginación se había encargado de enviarle… Imágenes de ella y Santiago juntos.
Controlándola y poseyéndola. Haciéndola suya.

Lo metió en el bolso mientras se levantaba y se acercaba hacia el vestidor para mirarse en el espejo una última vez. Su rostro mostraba signos de cansancio. Dos manchas oscuras, que el maquillaje no había podido disimular, rodeaban los párpados inferiores. Además, tampoco tenía buen color de cara. Incluso el pelo se había negado a hacerle caso y estaba más bien revuelto.
Poco podía hacer ya más que irse.
Tras respirar hondo una vez más, salió del cuarto y caminó a través del salón hasta llegar a la puerta.

—¡Mia, esperá! —dijo Carolina mientras corría hacia donde estaba ella. Carolina la abrazó fuerte y luego retrocedió. Alzó la mano y le puso un mechón de pelo atrás de la oreja.
—Mucha suerte, estuviste rara todo el fin de semana. Si te está estresando tanto, no lo hagas.

Mia sonrió.
—Gracias, Caro. Te quiero.
Carolina imitó exageradamente el sonido de un beso con los labios a la vez que Mia se daba la vuelta y se iba.

Cuando dejó el edificio, el portero le abrió la puerta del auto y la escoltó hasta dentro. Mia se acomodó en el asiento de cuero y cerró los ojos mientras el auto se desplazaba desde su casa, en Belgrano R, en dirección al centro de Retiro, donde se encontraba el edificio HCM.

Su hermano, Agustín, la había llamado el día anterior y ella se había sentido terriblemente mal por estar ocultándole la situación. Él se había disculpado por haberse perdido la gran inauguración y le dijo que si hubiera sabido que ella iba a estar ahí, habría estado sin falta.
Hablaron durante media hora. Agustín le preguntó cómo iban las cosas y Mia le dijo que iba a estar los próximos días con Martín en el Delta. Habían planeado pasar una tarde juntos cuando regresara y luego ella había colgado. La melancolía la había atrapado por completo porque ella y Agustín estaban muy unidos. Mia nunca había dudado en compartirlo todo con él.
Él siempre había estado ahí, dispuesto a escuchar y a reconfortarla incluso en sus días de crisis adolescente. No podría desear un hermano mayor mejor, y ahora le estaba ocultando secretos. Enormes secretos.
Mia, más allá del tráfico algo denso pero fluido, no le prestó apenas atención al trayecto hasta que el auto se detuvo un rato más tarde.

—Ya llegamos, señorita Crestwell.
Abrió los ojos y seguidamente los entornó debido a la brillante luz del sol de otoño.

Estaban justo a las puertas del edificio HCM. El chofer ya había salido del auto para dar la vuelta y abrirle la puerta. Mia se frotó el cara con las manos en un intento de reanimar sus embotados sentidos y después salió, dejando que la fría brisa le alborotara la melena.
Una vez más se encontró entrando en el edificio y subiendo en el ascensor hasta el piso cuarenta y dos. La sensación de déjà vu era muy intensa. Tenía las mismas mariposas, las manos igual de húmedas por la transpiración y el mismo ataque de nervios, solo que esta vez sentía mucho más pánico porque ya sabía lo que él quería. Y ella sabía exactamente en lo que se estaría metiendo si aceptaba.
Cuando accedió a la zona de recepción, Elena levantó la mirada y sonrió.
Luego dijo:

—El señor Caputo dice que vayas directamente a su oficina.

—Gracias, Elena —murmuró Mia mientras continuaba, dejando atrás la
mesa de Elena.

La puerta de la oficina de Santiago estaba abierta cuando llegó. Dudó en la entrada y clavó la mirada justo donde él se encontraba, de pie, con una mano en el bolsillo de su pantalón y con la otra sosteniendo un cigarrillo, observando Retiro a través del ventanal.
Era hermoso, de un atractivo evidente. Incluso relajado, una fuerza salvaje emanaba de él. De repente, Mia se quedó pensando en todos los motivos por los que se sentía tan atraída hacia él, y especialmente en uno de ellos. Se sentía segura a su lado. El simple hecho de estar cerca de él la confortaba. Se sentía segura y… protegida.

Básicamente, la relación que Santiago le había propuesto le daría todas esas cosas. Seguridad. Confort. Protección. Él le había asegurado todas esas cosas. Lo único que tenía que hacer era aceptar cederle el máximo poder.
Toda duda y resistencia se esfumó, dejándola más ligera y casi eufórica.

De ninguna de las maneras iba a meterse en ese acuerdo tal y como estaba, asustada a más no poder. Esa no era forma de comenzar una relación. Actuaría segura de sí misma y aceptaría con agrado todo lo que Santiago le había prometido. A cambio, ella le daría todo y tendría fe en que él valorara el regalo que significaba su sumisión.

Santiago se dio vuelta al verla de pie en la puerta y Mia se sorprendió al percibir cierto alivio en sus ojos. ¿Había temido que no volviera?
Dejó el cigarrillo sobre un cenicero, se acercó a ella y la arrastró al interior de la oficina para cerrar la puerta con firmeza a su espalda. Antes de que Mia pudiera decir una palabra, él la atrajo a sus brazos y estampó su boca contra la de ella.

Mia soltó un ligero gemido cuando las manos de Santiago recorrieron sus brazos posesivamente hasta apoyarlas en sus hombros. Luego siguió subiendo hasta llegar al cuello y finalmente acunó su rostro. La besó como si estuviera hambriento de ella, como si lo hubieran mantenido separado de ella y, por fin, se hubiera liberado. Era la clase de beso que ocurría solo en sus fantasías. Nadie la había hecho sentirse tan… devorada.
No era simplemente una muestra de dominación. Era una súplica para que se rindiera. Él la quería, y le estaba demostrando exactamente cuánto. Si antes cabía alguna duda de si realmente la deseaba o si solamente estaba aburrido y por eso buscaba nuevos retos, ahora no. Ahora estaba plenamente convencida.

Una mano se apartó de su rostro y su brazo se enroscó a ella, la envolvió
con determinación y la apretó con fuerza contra él. Su brazo parecía una banda de acero adherida a su espalda. Mia podía sentir su erección contra su vientre. Estaba rígido y duro como una piedra, presionando contra los caros pantalones que tenía puestos. La respiración de Santiago le golpeó en la cara cuando este rompió el contacto con sus labios y ambos jadearon en busca de aire. Sus ojos brillaban mientras la miraba fijamente.

—No pensé que ibas a venir.

Appeal › [Santiago Caputo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora