Capítulo 15

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Santiago estuvo callado y pensativo durante todo el camino hasta el club de jazz, en el Village, donde la fiesta se iba a hacer. Mia seguía mirándolo nerviosa; podía ver la inseguridad instalada en sus ojos pero, a pesar de querer tranquilizarla, no pudo ser capaz de hacerlo. ¿Cómo podría? Estaba desquiciado. Lo avergonzaba conocer el poco control que tenía cuando estaba cerca de ella. Él nunca, nunca había mostrado tal falta de dominio sobre sí mismo con ninguna otra mujer. Sus acciones y respuestas siempre eran precisas; con Mia, no tenía ni una ínfima parte de la calma y la distancia que había sido parte de su vida desde que había sido un adolescente.

Dios, pero si lo único que había hecho había sido flagelarla. Había abusado de su boca, por dios. La había llevado de vuelta al departamento como si estuviera poseído por el diablo, la había puesto de rodillas y después se había enterrado en su garganta. El asco que sentía hacia sí mismo no conocía límite, y, aun así, no podía arrepentirse de lo que había hecho. Peor aún, sabía que lo iba a hacer una y otra vez. Ya estaba muriéndose de ganas de volver a casa para así poder tenerla abajo de él en la cama.

Le había molestado mucho la falta de respeto que le habían mostrado a Mia en la oficina los otros empleados, pero él también era un tremendo hipócrita. Santiago le había faltado el respeto muchísimo más al haberla tratado como la puta que ella temía ser. No es que él, ni siquiera una vez, la hubiera considerado tal cosa, pero sus actos hasta ahora no se habían correspondido con sus intenciones para nada. Su pija estaba ocupándose de pensar por él y le importaba una mierda que quisiera ir más despacio para no abrumarla desde el primer día, sino que quería más. Sus manos y su boca querían más, su deseo por ella era tan incontenible que no había mostrado ningún signo de querer decaer hasta ahora. En cualquier caso, su deseo había aumentado cada vez que se habían acostado. Acostarse. Se quería reír. Ese era un término mucho más suave que lo que había hecho. Por ahí lo había pensado en un intento de poder sentirse mejor. Porque lo que en realidad había hecho había sido cogersela sin descanso, había cruzado la línea fina que existía hasta llegar a maltratarla, y, a pesar de toda la culpa que sentía, sabía que la próxima vez no iba a ser para nada diferente sin importar las intenciones que él tuviera. Podría decir todo lo que quisiera, pero era un mentiroso de mierda y él lo sabía.

—Ya llegamos, Santiago —dijo Mia tocándole el brazo con suavidad.

Salió de sus pensamientos y se dio cuenta de que había estacionado en la esquina del club. Se recompuso con rapidez y bajó del auto. A continuación, se dirigió hasta el lado donde estaba Mia para abrirle la puerta y la ayudó a bajar.

Estaba increíblemente asombrosa. Tuvo la sensación de que, a pesar de haber elegido a propósito el vestido que más la tapaba, iba a llamar la atención de la misma forma que si hubiera ido vestida con el que se puso para la inauguración.
Mia era una mujer muy atractiva, tenía algo tan especial adentro que hacía que todos se fijaran en ella. Podía llamar la atención hasta estando vestida con una bolsa de papas.

Santiago la agarraba de forma informal del brazo y así la guió hasta la entrada. Usó toda la fuerza de voluntad que tenía para controlarse y no pegarla directamente contra su cuerpo para que todo el mundo viera que era suya, pero no la iba a avergonzar, y no pondría en juego su relación —o la de él mismo— con Agustín. Con saber que era suya con las puertas cerradas ya era suficiente, pero que Dios los ayudara si veía a otros hombres babeandose encima de ella esta noche.

Cuando llegaron a la entrada del salón reservado para la fiesta, Santiago mantuvo una distancia prudencial entre ambos. Cada instinto que tenía en el cuerpo le gritaba que la acercara a él y que le pusiera un cartel invisible de «No tocar» en la frente, pero se obligó a sí mismo a permanecer tranquilo y distante. Mia estaba acá en calidad de trabajadora, nada más. No era ni su cita, ni su amante, ni su mujer, aunque tanto él como ella supieran que sí lo era.

Appeal › [Santiago Caputo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora