Capítulo 4

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En vez de pedirle al chófer que la llevara otra vez al departamento, donde sabía que Carolina la estaba esperando para bombardearla con preguntas, Mia le dijo que la dejara entre Avenida Cabildo y Correa, justo a solo cuatro cuadras de donde trabajaba. Había una plaza pequeña a solo unas cuadras de ahí al que no iba mucha gente a esa hora de la mañana; lo normal era encontrarse solo
carritos, niñeras y nenes de jardín jugando.

El contrato estaba dentro del bolso, así que se lo pegó más al costado mientras se dirigía a un banco vacío lo más lejos posible del sector de juegos donde los niños estaban jugando, para poder así tener algo de privacidad.
Tenía que estar en el trabajo a las doce del mediodía, pero iba a necesitar tiempo para procesar lo que estaba a punto de leer. La orden de Santiago de que dejara su trabajo y fuera a trabajar para él aún le resonaba en la cabeza. No, Mia nunca se había planteado que su trabajo en la confitería fuera permanente, pero le gustaba la pareja de dueños; habían sido buenos con ella.
Además, era un lugar al que ella había ido a menudo y desde el principio se había llevado muy bien con ellos. Y no, no era un trabajo a la altura de toda la plata que Agustín había invertido en su educación.

Se había dejado llevar por un impulso al preguntarle a los dueños si necesitaban ayuda extra. Pero eso le iba a dar tiempo para averiguar cuál iba a ser su siguiente paso y la hacía sentirse bien saber que no era completamente dependiente de Agustín para vivir. Él ya había hecho por ella más que suficiente a lo largo de los años, y no quería que se preocupara más por ella.

Cuando se sentó en el banco, se aseguró de que no hubiera nadie lo bastante cerca como para poder ver lo que estaba leyendo, y después sacó el contrato del bolso. Pasó la primera página del documento y comenzó a leer los contenidos.

Los ojos se le agrandaban a medida que iba leyendo más y más. Pasaba las páginas automáticamente mientras se debatía entre la incredulidad y una extraña curiosidad.
Santiago no había mentido cuando le había dicho que la poseería, que efectivamente le pertenecería. Si firmaba este contrato y se metía en una relación con él, le estaría cediendo todo el poder.

Había algunos requisitos exigentes que decían que tenía que estar disponible para él a cualquier hora, tenía que viajar con él y estar a su disposición. Las horas de trabajo serían las que él dijera y ese tiempo le pertenecía exclusivamente a él en esas horas de trabajo. ¡Por Dios, había incluso requisitos precisos para coger!
El calor subió por su cara mientras alzaba la mirada rápidamente, asustada de que alguien pudiera verla y supiera exactamente lo que estaba leyendo. Y por su bien mejor que nadie estuviera cerca para ojear lo que estaba escrito en esas páginas.

Si firmaba estaría accediendo a darle poder no solo en la cama sino también en todos los aspectos de su relación. Las decisiones las tomaba él y ella tenía que obedecer.
Quizá lo más inquietante era que, a pesar de lo detallado que era el contrato, la descripción de lo que ella tendría que hacer era más bien pobre; todo estaba cubierto bajo el hecho de que tenía que darle a él todo lo que él quiera, cuándo y cómo él lo quiera.

A cambio, él le garantizaba que todas las necesidades que ella pudiera tener se le cubrirían, física y económicamente. No decía nada sobre las necesidades emocionales, no era el estilo de Santiago. Ella conocía lo suficiente como para saber que se había bajado del tren de la confianza en lo que a mujeres se refería.
Tendrían sexo, y tendrían una cuasi relación tal y como se definía en el contrato, pero la relación de intimidad no entraría en juego, ni tampoco las emociones.

Se había reservado el derecho de cancelar el contrato cuando él quisiera y si se diera el caso de que ella incumpliera algunos de los términos a los que había accedido. Era muy frío, como un contrato laboral con cláusula de finalización por incumplimiento. Y suponía también que era más bien una doble oferta de trabajo: una como su asistente personal y otra como su amante. Un juguete, una posesión. El trabajo como asistente personal era solo una pantalla para poder tener pleno acceso a ella. La quería a su entera disposición en la oficina y en cualquier viaje de negocios que hicieran. Pero él incluso iba más allá, porque su tiempo fuera de la oficina también era suyo.

Appeal › [Santiago Caputo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora