Capítulo 30

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Santiago dió un par de pasos atrás del lugar donde Mia estaba atada en la pequeña mesa. La imagen que daba era irresistiblemente erótica: el pelo oscuro y largo lo tenía enmarañado y caía por el filo de la mesa; los ojos bien abiertos, como platos; y los labios bastante hinchados debido a su posesión.

Nicolás Bonato la rodeó como un buitre al acecho mientras se la comía con los ojos. A Santiago se le retorció el estómago cuando los dedos de Nicolás le recorrieron el abdomen en dirección a sus pechos. Le rodeó uno de los tensos pezones y lo estimuló hasta que se quedó completamente rígido. Stéphane e Iván se acercaron, pero no demasiado para darle a Nicolás su oportunidad. Ellos esperaron, como depredadores en plena cacería, a que llegara el turno de ellos de tocarla.

Esto estaba mal. Muy, muy mal. Su interior le estaba gritando y su cabeza protestaba. Ella era solamente suya. No la tendría que estar tocándo nadie excepto él, y, aun así, él mismo había sido el que había organizado todo.
¿Como qué? ¿Una prueba? ¿Algo para probarse a sí mismo?

Santiago siguió dándole vueltas mientras Nicolas seguía explorando el precioso cuerpo de Mia. Un cuerpo que pertenecía a Santiago. Él era un hombre posesivo —lo sabía— y, aun así, nunca había tenido ningún problema en dejar que otro hombre le diera placer a una mujer que estuviera bajo su cuidado. Le daba igual; le era... indiferente. Pero no con Mia.
Con ella odiaba cada minuto y segundo de lo que estaba pasando. La provocación de Juana volvió a hacerse eco una y otra vez en sus oídos.
«¿Estás enamorado de ella?»
Santiago se dio la vuelta, incapaz de soportar la imagen de las manos de Nicolás en el cuerpo de Mia. Los suaves jadeos de ella llenaron entonces toda la estancia, y Santiago se tensó y se metió las manos en los bolsillos. Estaba en la otra punta de la habitación para no tener que ver o escuchar los resultados de su estupidez, no quería. Porque era estúpido. Un pelotudo. Un cobarde. Esto no era lo correcto. No podía dejar que esto siguiera. Lo único que se había probado a él mismo era que no iba a compartir a Mia nunca más con ningún alma viviente. No estaba dispuesto a dejar que ningún otro hombre la tocara. Tenía que frenar esto. Se tenían que ir los tres.

Santiago estuvo a punto de darse la vuelta y pedirles a los tres hombres que se fueran cuando la sangre se le heló, y se quedó duro en el lugar.

—¡No! —gritó Mia. —¡Santiago!

Su nombre había sonado como un grito aterrorizado en busca de ayuda. Se giró y vio a Nicolás con el cierre bajo y una mano enterrada bruscamente en el pelo de Mia para intentar meterle la pija en la boca. La furia explotó adentro de Santiago como un volcán en erupción. Este se tiró para adelante, y, para su consternación, Nicolás, enojado ante el rechazo de Mia, le dió una cachetada en toda la cara. Mia giró la cabeza para mirarlo con los ojos abiertos como platos por la sorpresa.
Por la comisura del labio inmediatamente empezó a brotar sangre.

Santiago se volvió loco.
Alejó a Nicolás de Mia de un empujón. Este se golpeó contra el sillón y Santiago seguidamente fue en su búsqueda. Los otros dos hombres se revolvieron y se alejaron; uno de ellos se estaba volviendo a abrochar el pantalón.

Santiago le dió un golpe con el puño cerrado a Nicolás en el estómago, lo que provocó que se doblara por la mitad, y después le dio otro en plena mandíbula, que logró ponerlo de nuevo en vertical. Santiago se acercó a él con una furia asesina corriéndole por las venas.

—Andate. ¡Andate ya de acá! Y más te vale que no te vuelva a ver otra vez, porque te pienso hacer mierda, hijo de puta.

Se moría por matarlo a golpes, pero tenía que ir a ver a Mia. Su mujer, a la que había traicionado de forma espantosa, con la que había actuado de una manera totalmente reprensible. Y todo porque no tenía los huevos suficientes para enfrentarse a la verdad, incapaz de asumir lo que ella realmente significaba para él.

Appeal › [Santiago Caputo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora