Capítulo 16

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—Qué pelotudo —dijo Carolina. —No puedo creer que haya dejado que esa trola se le acercara de esa manera. ¡Especialmente cuando te tiene a vos!

Mia sonrió ante la fiera lealtad de su amiga. Las dos estaban tiradas en el sillón después de haberse sacado el vestido que solamente servía como burla y recordatorio de la noche que había pasado. No estaba tan hermosa con ese vestido cuando el interés de Santiago se había centrado en una trola.
Nadie sabía de su relación con Santiago, lo que significaba que nadie sabía realmente la vergüenza que había pasado, pero eso no la había librado de sentir la gran humillación que había sentido.

—Anda a saber que estará pensando —dijo Mia con pocas energías. —Pero yo no me iba a quedar ahí viendo como se frotaban como si fueran pendejos de 15 años. Era asqueroso.

—¡Y no deberías! —exclamó Carolina. Sus ojos brillaron entonces con una luz repentina, señal más que evidente para Mia de que probablemente lo más seguro hubiera sido salir corriendo.

—¿Y es tan bueno en la cama como me imagino?

Mia suspiró de exasperación.
—Por Dios, Caro.

—Ay, dame algo por donde empezar. Lo único que tengo yo son tus fantasías y vos ya tenés al de verdad.

—Es muy bueno, ¿si? Me dejó fascinada y muerta. No hay nada ni nadie con quien poder compararlo. Y eso que yo creía que había tenido buen sexo en el pasado, salvo que nunca nada había sido tan bueno como para compararlo con esto.

—Dios —dijo Carolina con un tono de voz apenado. —Sabía que algo fuerte estaba pasando cuando me llamaste para que te preparara el bolso con ropa. No estabas ni hace un día trabajando para él y ya te quedabas a dormir en su casa. Es rápido. Eso se lo tenes que reconocer.

—Sí, demasiado rápido. —dijo Mia con el ceño fruncido.

—¿Querés que pidamos algo para comer y después nos ahogamos con el helado que hay en el freezer? ¿O ya comiste?

Mia negó con la cabeza.

—Supuestamente íbamos a cenar después de la fiesta. Eso fue hasta que la rubia trola entró en escena.

Carolina alargó la mano para agarrar el teléfono.

—¿Pizza te parece bien?

—Perfecto —dijo en voz baja.

Mientras Carolina buscaba el teléfono en los imanes de pizzerías que tenía pegados en la heladera, el timbre de la puerta sonó. Mia se levantó y le hizo un gesto con la mano a Carolina para que no se moviera.

—Encargá vos la comida, yo voy a ver quién es.

Se fue hasta el portero eléctrico y apretó el botón.

—¿Sí?

—Mia, bajá ya mismo.

La furiosa voz de Santiago inundó el departamento. Carolina soltó el teléfono con los ojos abiertos como platos.

—¿Para qué, Santiago? —dijo ella dejando que su irritación saliera a la luz.

—Te juro por Dios que si no bajas ahora, voy a subir y te voy a sacar de ahí yo mismo, y me importa tres carajos si estás vestida o no, o si está tu amiga. Tenes tres minutos para aparecer acá.

Mia colgó el portero con indignación. Caminó hasta donde estaba Carolina y se dejó caer en el sillón.

—Bueno —dijo Carolina atreviéndose a hablar. —Si está acá, exigiendo tu presencia, es porque no está con la trola siliconada, obviamente.

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