Capítulo 28

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—Santiago, tengo que entregarle estos documentos a Máximo para que pueda verlos antes de que nos vayamos a París. También tengo que ir a buscar los planes de marketing que tiene. Estaba pensando que puedo traer algo de comida y así podemos comer en la oficina.

Santiago levantó la mirada para ver a Mia de pie cerca de su mesa con ojos llenos de interrogación. Él miró su reloj y vio que efectivamente ya había pasado la hora del almuerzo. Él y Mia habían estado trabajando toda la mañana para preparar su viaje a París esa tarde. Parte de él estaba tentado de mantenerla secuestrada en su oficina, donde podía verla y tocarla cuando quería, y mandar a alguien a que fuera a buscar su almuerzo. Era una urgencia que tuvo que reprimir con vehemencia. Incluso después de pasar el fin de semana entero con ella en la cama, consiguiendo que ambos terminaran muertos del cansancio, todavía no tenía suficiente de ella.

—Está bien. Pero no te vayas muy lejos. El restaurante de la esquina está bien. Ya sabes lo que me gusta.
Mia sonrió, los ojos le brillaron de una manera insinuante al escuchar su comentario. Ella, como buena provocadora, sabía exactamente lo que le gustaba, y con detalles. Y si no se iba ya mismo, Santiago no iba a poder hacer nada para frenar sus instintos. —Andate —le dijo con una voz ronca que denotaba necesidad y deseo. —Si me seguís mirando de esa forma no vamos a llegar nunca a Paris.

La suave risa de Mia llenó la estancia y sus oídos al mismo tiempo que se giraba y salía de la oficina. Santiago experimentó un momento de pánico cuando cerró la puerta atrás de ella y lo dejó solo en la ahora vacía oficina. No era lo mismo cuando ella no estaba ahí ocupando el mismo espacio que él. Era como si hubieran aparecido nubes en un día plenamente soleado. Volvió entonces a fijar su atención en la información que tenía adelante; se negaba a quedarse mirando el reloj a la espera de que volviera.
Elena lo llamó por el teléfono, lo que logró sacarlo de su estado de concentración, y él frunció el ceño.

—¿Qué pasa, Elena?

—Señor, la señora Juana esta acá y lo quiere ver.

Santiago exhaló todo el aire que tenía en los pulmones y cerró los ojos. Ahora no, por Dios. ¿Se había vuelto loco todo el mundo? Su papá estaba persiguiendo a su mamá, y, ahora, Juana estaba ahí dando vueltas al rededor de él otra vez. Ya le había dejado en claro la última vez que había ido a la oficina que no tenía ninguna intención de volverla a ver, y que nunca, jamás, se iban a reconciliar. Quizá no había sido tan claro como había pensado.

—Decile que entre —soltó Santiago con mordacidad.

Obviamente iba a tener que explicarle las cosas de forma que no se le escapara ni una coma.
Un momento más tarde, Juana abrió la puerta y entró. Estaba perfectamente maquillada y no tenía ni un pelo fuera de lugar. Pero bueno, ella siempre había tenido una apariencia perfecta y había actuado de manera impecable.
Santiago entrecerró los ojos cuando vio que tenia puestas sus alianzas, anillos que él le había dado. Ver el recordatorio de cuando estaban juntos y la poseía lo hizo disgustarse.

—Santiago, tenemos que hablar —le dijo.

Ella se sentó en la silla en frente de la mesa de Santiago sin esperar a que él la invitara a hacerlo o a que la echara de la oficina.

—No hay nada para hablar —le dijo con moderación. Ella frunció el ceño y la primera señal de emoción se reflejó en sus ojos.

—¿Qué tengo que hacer, Santiago? ¿Cuánto más queres que me humille? Decímelo para que lo pueda hacer y así podemos seguir con nuestras vidas.

Santiago moderó su impaciencia y se sentó por un momento para no reaccionar de una forma demasiado brusca. Quería reírse ante la idea de actuar bruscamente. Ella lo había apuñalado por la espalda. Lo había traicionado. Y aún no tenía ni idea de qué fue lo que la hizo hacer todo eso.

Appeal › [Santiago Caputo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora