Capítulo 31

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A la mañana, cuando Mia se despertó, Santiago no estaba en la cama con ella. Mia sintió la pérdida de su contacto, pero también se sintió aliviada por que no sabía cómo podía enfrentarse a él todavía. Había demasiadas cosas que tenía que decirle y no estaba completamente segura de cómo decirlas. Quizás eso la convertía en una cobarde, pero sabía que lo que tenía que decir podía significar perfectamente el final de su relación con Santiago.
Estaba acostada abajo de las sábanas, abrazada a la almohada de Santiago y decidiendo si moverse o no, cuando él apareció por la puerta con la bandeja del desayuno en las manos.

—¿Tenés hambre? —le preguntó con un tono serio y bajito. —Pedí el desayuno. —Mia estaba sorprendida por lo nervioso que lo veía. Había verdadera preocupación en sus ojos, y el arrepentimiento se reflejaba en su mirada, oscureciéndola, cada vez que la miraba. A Mia le agarró una presión en el corazón y cerró los ojos para bloquear las imágenes de la noche anterior. —¿Mia?

La joven abrió los ojos y se lo encontró de pie al lado de la cama aún con la bandeja entre las manos. Mia se enderezó y se puso las almohadas en la espalda de forma que quedaba derecha para comer.

—Gracias —murmuró cuando Santiago le puso la bandeja en las piernas.

Él se sentó en la cama al lado de ella y le pasó el dedo pulgar por el labio hinchado. Ella se encogió de dolor cuando llegó a ese particular punto sensible en la comisura, de inmediato los ojos de Santiago se llenaron de disculpa.

—¿Podes comer? —le preguntó en voz baja. —ella asintió y después bajó la mirada para agarrar el tenedor. Ya no podía seguir mirándolo a los ojos. —Cancelé todos los compromisos de trabajo que teníamos. —al instante, Mia levantó la cabeza con el ceño fruncido. Antes de que ella pudiera responder, Santiago continuó como si ella no hubiera reaccionado. —Cambié los pasajes de vuelta a Buenos Aires para mañana a la mañana a primera hora. Así que hoy te voy a llevar a ver París. La Torre Eiffel, Notre Dame, el Louvre y todo lo que quieras ver. Tengo reserva para cenar a las siete. Un poco más temprano de lo normal acá, pero mañana salimos temprano y quiero que duermas.

—Quiero ir a todos esos lugares —contestó Mia con voz ronca y media sonrisa.

La felicidad y el alivio que se adueñaron de sus ojos fueron impactantes. Él abrió la boca como si fuera a decir algo más pero después la volvió a cerrar.
Mia no se podía imaginar por qué había cancelado todos los compromisos que tenía para ese día. El único propósito de su visita era el trabajo y el próximo hotel que iba a abrir. Pero un día en París con Santiago era algo que había salido directamente de una de sus fantasías.
Sin trabajo de por medio. Sin hombres desconocidos. Solos ellos dos pasándola bien y disfrutando del tiempo juntos. Parecía como el paraíso. Y por un breve instante pudo ignorar el malestar que había entre los dos. Podía fingir que la noche anterior no había pasado nada. No se iba a olvidar de eso; era un tema del que tenían que hablar. Pero se iba a tomar el respiro que Santiago le había ofrecido, y se enfrentaría a lo que fuera que le tuviera que decir después. Porque, cuando llegaran, podría ser el final de su relación.

Mientras Santiago la miraba con ojos aún llenos de preocupación, ella se apuró en comer; quería pasar todo el tiempo que pudiera recorriendo la ciudad. Con solo un día en París era imposible verlo todo, pero iba a aprovechar al máximo y se iba a quedar con todo lo que pudiera y le diera el tiempo para ver.

Cuando terminó, se vistió y se ató el pelo nuevamente con un broche. Ni siquiera se molestó con el maquillaje. Se había traído su jean favorito, y ahora daba las gracias por eso.

—Hace frío hoy. ¿Trajiste algo abrigado para ponerte? —le preguntó Santiago. Estaba apoyado contra el marco de la puerta del baño, mirandola mientras se ponía los pantalones. —Podemos ir a comprar lo que necesites. No quiero que estés incómoda.

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