Capítulo 8

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El auto la pasaba a buscar a Mia a las seis y media, así que, siguiendo la orden de Santiago de no llegar tarde, se aseguró de estar abajo esperando antes de que el auto llegara. Pudo sentir como un bostezo se hacía paso a través de su garganta y Mia pegó los labios para reprimirlo. Ella y las chicas se habían quedado en el bar hasta tarde la noche anterior, pero esa no era excusa cuando había tenido el día entero para descansar y recuperarse de la resaca. El problema era que no había podido pegar un ojo al estar preocupada por la inminente cita con Santiago en su departamento.

Era ridículo. Mia esperaba que llegado cierto punto se le pasara ese nerviosismo que le agarraba cada vez que tenía que estar en su presencia. Tenía que coger con él, por Dios, y no podía ni siquiera pensar en verlo sin tener un colapso emocional. Vaya intento de sofisticación, cualquiera que la viera pensaría que era una virgen tímida que no había visto nunca a un hombre desnudo. Aunque Mia estaba bastante segura de que nunca había visto a un hombre como Santiago desnudo.
Al menos no en persona.

Los hombres con los que ella había estado eran... niños, a falta de un término mejor. Hombres tan inexpertos como ella, en su mayoría. Su último "algo" había sido la única mayor experiencia sexual que había tenido, y estaba completamente convencida de que era porque David era mayor que sus citas habituales. Y con más experiencia, también.
Fue el responsable de que a Mia le dejaran de gustar los chicos de su edad y se sintiera mejor por su fijación con Santiago. David había sido genial en la cama, pero lo malo era que no había sido tan bueno en otras áreas.

Sin estar muy segura de cómo, Mia sabía que Santiago iba a ser muy superior a cualquier otro hombre y que tras estar con él, David empalidecería en comparación, lo cual ya era decir mucho teniendo en cuenta que David podía considerarse el mejor de todos los hombres con los que había estado.

El chófer la dejó delante del departamento de Santiago justo cinco minutos antes de que dieran las siete. Bueno, no la dejó literalmente, pero el hombre nunca hablaba. Simplemente aparecía, manejaba, y después desaparecía otra vez para reaparecer más tarde cuando ya era hora de volver a su casa. Era un poco inquietante, la verdad, casi como si le hubieran ordenado que nunca hablara en su presencia.

A la entrada del edificio había uno de seguridad, aunque, claro, este no era un bloque de departamentos cualquiera, sino que era uno de esos de los que se parecían a un hotel. La diferencia era que acá tenían un departamento entero en vez de una sola habitación o suite.

Tras enseñarle el carnet de identidad, el guardia llamó al departamento de Santiago para chequear si podía subir. Con suerte no tendría que pasar por todo este proceso cada vez que Santiago quiera que vaya a su departamento. Un momento más tarde, el hombre la escoltó hasta el ascensor e insertó la tarjeta requerida para ir al piso del departamento de Santiago, que, por supuesto, era el último. A continuación, le hizo un gesto de cortesía con la cabeza y salió del ascensor. Las puertas se abrieron en la quincuagésima planta y justo frente a la entrada del departamento de Santiago.

Él estaba de pie, esperándola con la mirada fija en ella mientras Mia salía del ascensor. Las puertas se cerraron detrás de la joven y entonces se quedaron los dos solos.
Ella lo devoró con la mirada. En muy raras ocasiones lo había visto vestido con jeans, pero le quedaban tan bien. Estaban descoloridos y bastante usados, como si fuera su par favorito y no quisiera deshacerse de ellos. Además, llevaba puesta una remera blanca que le moldeaba el pecho y que se le ceñía perfectamente alrededor de los bíceps tatuados.
Estaba claro que por lo menos algo entrenaba, no había otra explicación. No era posible que un hombre que pasaba tanto tiempo en una oficina pudiera estar tan bueno.

De repente Mia sintió que se había vestido demasiado formal. Se había puesto un simple vestido azul marino que le llegaba hasta la rodilla y que le dejaba al aire la parte inferior de las piernas. Los zapatos que había elegido le daban la altura necesaria como para estar al mismo nivel que Santiago, pero incluso así se sentía pequeña estando frente a él.

Appeal › [Santiago Caputo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora