Capítulo 19

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Mia levantó la mirada cuando Santiago entró en la oficina, y un aleteo en el estómago empezó a bajarle hasta la parte baja del abdomen cuando vió como cerró la puerta con llaves. Mia sabía que significa eso. Se lo quedó mirando con prudencia cuando este se acercó a ella con los ojos brillándole de lujuria y necesidad.

—Santiago... —empezó. —Agustín está acá. Volvió antes.

Él frenó, tiró de ella hasta levantarla de su silla y la empujó hacia su propia mesa.

—Ni Agustín, ni Martín me molestan cuando tengo la puerta cerrada. Están ocupados con la cena de esta noche con los inversores.

Las frases sonaron entrecortadas, como si no le gustara tener que dar explicaciones. Está bien, pero a ella no la iba a sorprender su hermano al
querer abrir la puerta cuando Santiago le esté haciendo vaya a saber qué. Agustín y Martín estaban acostumbrados a tener acceso pleno a la oficina de Santiago. No tenía ni idea de cómo iban a seguir con esto en la oficina cuando su hermano estaba por ahí dando vueltas.

Santiago estiró la mano hasta meterla por abajo de su pollera, y se quedó paralizado cuando se encontró con la tela de su tanga. Dios. Se había olvidado. Ni siquiera había pensado en eso. Ponerse ropa interior era una costumbre. ¿Quién mierda piensa en no ponérselas? Había estado cansada por las incesantes órdenes de Santiago la noche anterior, y se había olvidado de no ponerse ropa interior.

—Sacatelas —le ordenó. —La pollera también, y apoya el pecho en la mesa. Te dije lo que iba a pasar, Mia.

Ay, no. Todavía le dolía el culo de anoche, ¿y ahora pensaba en golpearselo otra vez?
Sin ningúna gracia, se bajó la tanga y la dejó caer al piso. Después se bajó la pollera y se quedó desnuda de cintura para abajo. Entonces, con un suspiro, se inclinó sobre la mesa.

—Más —le volvió a ordenar. —Pegá la cara contra la madera y deja el culo apuntando para arriba para que lo vea.

Mia obedeció cerrando los ojos y preguntándose por centésima vez si se había vuelto loca. Para su completa sorpresa, los dedos de Santiago, bien lubricados, se deslizaron entre los cachetes de su culo y empujaron dentro de ella. Despegó los dedos para buscar más lubricante y los volvió a presionar con suavidad por toda la entrada de su culo.

—¡Santiago! —soltó Mia con un grito ahogado.

—Shh, ni se te ocurra decir algo. Tengo un juguete anal que quiero que uses. Lo vas a tener puesto durante todo el día, y antes de que te vayas a tu casa vas a venir conmigo para que te lo saque. Mañana a la mañana cuando vengas al trabajo, lo primero que vas a hacer es mostrarme este culo para que te lo vuelva a meter. Lo vas a llevar todo el tiempo mientras estés acá trabajando, y solo te lo vas a sacar cuando termine el día. Cada día te voy a poner uno más grande hasta que esté seguro de que puedo meter mi pija adentro de tu culo.

Santiago siguió hablando mientras presionaba la redonda punta del juguete contra su abertura.

—Relajate y respirá, Mia —le dijo. —No lo compliques más de lo que es.

Qué fácil era decirlo para él. Nadie lo tenía doblado arriba de una mesa mientras le metían algo en el culo. Aun así, tomó aire, lo soltó e intentó relajarse lo mejor que pudo. En el momento en que lo hizo, Santiago lo metió con un firme empujón. Mia calló un grito cuando se vio atacada por la sensación ardiente de estar completamente llena. Se retorció y movió, pero lo único que recibió fue una cachetada en el culo por su esfuerzo. Y Dios... esa cachetada fue demasiado, porque hizo que el juguete se sacudiera adentro de ella.

Lo escuchó alejarse y abrir un mueble. Después escuchó los pasos acercarse al volver de nuevo. A Mia se le trabó el aire en la garganta cuando sintió una punta de... ¿cuero?... bajar por todo su culo. Entonces sintió un ardor ahí mismo y soltó un gemido a la vez que se levantaba de la mesa.

Appeal › [Santiago Caputo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora