Capítulo 2

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—A ver si entendí. Nos dejaste tiradas a mí y a las chicas en el bar para poder ir a esa gran inauguración aburrida del hotel de tu hermano, y, mientras estabas ahí, Santiago Caputo te arrastró hasta la terraza, te besó, y después te mandó derechito a tu casa con la orden de que estuvieras en su oficina esta mañana a las diez.

Mia se sentó en el sofá que estaba enfrente de su compañera de piso y mejor amiga, Carolina, y se frotó los ojos en un intento de deshacerse de esa niebla que la acechaba. No había dormido nada en toda la noche.
¿Cómo podía? Santiago le había dado vuelta todo su mundo y, ahora, las diez de la mañana se acercaban cada vez más y no tenía ni idea de qué era lo que se suponía que debía hacer.

—Sí. Básicamente, fue eso -respondió Mia.

Carolina hizo una mueca exagerada con los labios y se dio aire con una mano.

—Y yo que pensaba que ni ahí podías llegar a pasarlo mejor que nosotras. Pero bueno, yo te puedo asegurar que a mí no me besó ningún multimillonario hot.

—Pero ¿por qué? —preguntó Mia con voz inquieta debido a la frustración.

Era una pregunta que se había hecho a sí misma varias veces durante su vigilia. ¿Por qué la había besado? ¿Por qué la quería ver ahora cuando parecía haber pasado tanto tiempo evitándola?
No había sido una petición. Aunque, bueno, había que tener en cuenta que Santiago nunca pedía nada. Él daba órdenes y esperaba resultados.
Mia no sabía qué decía eso de ella pero le parecía exitante ese rasgo de su personalidad . La estremecía y la ponía muy caliente por dentro.
Carolina puso los ojos en blanco.

—Le gustas, boluda. ¿Y por qué no iba a hacerlo? Sos joven y hermosa. Apuesto lo que quieras a que fantaseo con vos una o dos veces a lo largo de todos estos años.

Mia arrugó la nariz.
—Haces que suene muy mal.

—Ay por Dios. ¿Vos no lo deseaste desde que tenías, no sé, catorce años? Y es cierto que él nunca se dejó llevar por sus deseos. Pero tenes veinticuatro años ahora, no catorce. Hay una gran diferencia.

—Ojalá supiera lo que quiere —dijo Mia con la preocupación haciéndose evidente en su voz.

—Si todavía te preguntás eso después de que te amenazó con cogerte en la terraza, es que sos media boluda —dijo Carolina con exasperación.
Miró entonces su reloj de manera exagerada y luego levantó la vista en dirección a Mia para dedicarle a su amiga una mirada mordaz.
—Mimi, tenes menos de una hora para arreglarte antes de que te tengas que ir. Te recomiendo que te levantes del sillón y vayas a ponerte más hermosa.

—No sé ni qué ponerme —murmuró Mia.

Carolina sonrió.
—Yo sí. Vamos, que tenes a un hombre al que deslumbrar.

¿Deslumbrar? Mia se quería reír. Si alguien estaba deslumbrada, era ella. Estaba tan confundida por todo lo que pasó anoche que iba a ser un desastre andante cuando entrara, o si lograba entrar, en la oficina de Santiago.

Santiago manoseó con los dedos el contrato que había sacado y se quedó con la mirada fija en la primera página mientras contemplaba mentalmente en silencio el camino exacto que quería tomar con Mia. Era nuevo para él pasar tiempo reflexionando sobre cómo iba a hacerse cargo de la situación.
Santiago solo hacía las cosas de una manera: iba directamente al punto. Trataba a todas sus relaciones personales de la misma manera que dirigía su negocio. No había espacio para las emociones, ni siquiera en una relación. Ya lo habían agarrado desnudo —completamente por sorpresa, si quería ser cruelmente honesto consigo mismo— y se había jurado que ya no volvería a pasar ni una vez más.
No había nada como volverse pelotudo por una mujer cuando se había confiado en ella para asegurarse de que nunca más volvería a tropezar con la misma piedra. Eso no significaba que se hubiera propuesto no volver a acercarse a una mujer; le gustaban demasiado. Le encantaba tener a una mujer sumisa entre sus manos y bajo su tutelaje. Pero su estrategia había cambiado. La forma en que lidiaba con ellas había cambiado. No había tenido elección.

Appeal › [Santiago Caputo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora